Nota publicada originalmente en el periódico Perfil el día 25-03-2015.
Será por mera ansiedad o por las ganas de empezar algo nuevo, distinto, más normal (aunque no queda claro, a la luz de la profunda decadencia experimentada en las últimas décadas, que “lo normal” en la Argentina sea algo diferente o demasiado mejor a lo que supimos construir y tenemos hoy). Será, tal vez, por el temor que produce comprobar que seguimos empecinados en repetir prácticas sórdidas, discrecionales, violentas, canallas, al borde del autoritarismo y la ilegalidad.Lo cierto es que todavía no empezó la competencia electoral en serio, no tuvimos ni siquiera una sola primaria en ningún distrito relevante, y muchos ya quieren dar por terminado un proceso que promete ser tan apasionante como incierto.
Tienden a predominar, en efecto, lecturas e interpretaciones demasiado simplistas, superficiales y erráticas de esta coyuntura tan especial. Situación que, por consiguiente, puede llevar a conclusiones precipitadas o, incluso, erróneas. No se trata de nada novedoso: hace seis meses ganaba Massa; en diciembre el presidente era Scioli (en primera vuelta) y ahora la perinola le toca a Macri. La calesita del poder gira y gira. El electorado tiene la sortija y no la va a soltar hasta entrada la primavera.
No sorprendería que ese pronunciado simplismo se redujera solamente a la visión de “los mercados”: suelen elaborar diagnósticos lineales de la realidad, optimistas o pesimistas (en la jerga de la industria financiera, bullish o bearish, respectivamente). Por tamaña superficialidad se ganan y se pierden fortunas. Ejemplo: poco queda de aquel Brasil imparable, esplendoroso, de hace apenas un lustro. Ese que parecía la nueva Alemania de América Latina, destinado a hacer realidad, por fin, el mandato positivista de “orden y progreso”. Pasamos de la promesa interminable del pre-salt al enchastre infinito del petrolão. Extendiendo el teorema del notable García (Charly), todo ocurre como si la alegría no fuera sólo brasileña o como si la corrupción y la fuga de capitales no fueran sólo argentinas. ¿Dónde quedó esa legendaria y ejemplar burguesía nacional que pensaba y ahorraba en moneda nacional (reales, cruzados o cruzeiros, según la época)? Parece que los comportamientos de los actores sociales frente a los desequilibrios macroeconómicos y la falta de confianza no se explican con variables culturales ni de identidad. No abusen del pobre Gramsci, de Theotonio Dos Santos (ni hablar de Ernesto Laclau): si no quieren leer a Samuelson o a Mankiw, hablen con cualquier kiosquero. Lo cortés no quita lo valiente.
Temprano. Lo interesante de la actual coyuntura es que incluso algunos de los principales protagonistas de esta enmarañada elección caen en la tentación de proyectar los snapshots del momento y cantar victoria antes de tiempo. ¿Estrategia para seducir donantes? ¿Tácticas para mantener motivada y alineada a la tropa? Todo es posible. Incluso, que en el fondo se crean su propio relato. Cristina, decime qué se siente.
Estamos frente a una serie de suspenso apasionante: cada candidato, prácticamente cada argentino, se construye su propio “castillo de naipes”. Desde las primeras imágenes advertimos que se trata de una trama engorrosa, llena de vericuetos, con personajes complejos que despliegan lo mejor y lo peor que tienen en dosis cambiantes, a veces homeopáticas, a veces a borbotones. Tal vez por eso nos invade la ansiedad: nos tentamos con avanzar rápidamente o con bajarnos el último capítulo. Queremos enterarnos del final. Y que sea un final feliz, por supuesto, en función de las preferencias de cada uno.
Pero el control remoto eleccionario no existe y no queda otra alternativa que prepararnos para convivir con la incertidumbre, aceptar que el resultado de este proceso electoral está, al menos por ahora, abierto. Casi siete de cada diez argentinos quieren un cambio, están disconformes con su situación económica personal, creen que la inseguridad aumentó demasiado durante la última década y que, a partir del caso Nisman, imperan en el país la corrupción y la impunidad. Pero el kirchnerismo cuenta aún con un piso de apoyo interesante y si el peronismo no se emancipa (como en Mendoza) y queda atrapado entre los palos y las zanahorias que aún conserva CFK, tranquilamente podría llegar a la segunda vuelta en la medida en que se fragmente la oferta de oposición.
Esto está, hasta el momento, garantizado. La coalición entre Macri, Carrió y la UCR, el Frente Renovador, los sobrevivientes del naufragio de UNEN liderados por Margarita Stolbizer y las fuerzas de izquierda conforman una grilla preliminar a la que probablemente se le sumarán más candidatos. Quizá los resultados de las PASO alteren las preferencias de algunos de esos votantes que, con tal de evitar otro triunfo K, son capaces de apoyar en las elecciones de octubre a la alternativa de oposición más competitiva. Se trata del mal llamado “voto útil” (en una verdadera democracia, todos lo son, independientemente del candidato que resulte beneficiado), al que deberíamos denominar “voto estratégico” (elegimos una opción no en función de nuestras ideas o valores, sino para intentar influir en el resultado).
Tampoco sabemos cómo podríamos llegar a votar los argentinos en una eventual segunda vuelta, porque no lo hicimos en ninguna elección presidencial. Son tan pocas las veces que hubo ballottage a nivel subnacional que no podemos elaborar hipótesis razonablemente consistentes.
Sin embargo, existe evidencia suficiente para abonar la idea de que conviene no saltar etapas y suponer que el partido terminó antes de que el referí dé el pitazo inicial. En las segundas vueltas, opiniones en principio tajantes como “jamás votaría por Fulano” no constituyen un buen predictor de comportamiento electoral. El que puede dar constancia de este fenómeno es el equipo de campaña del PRO en relación con las elecciones de jefe de Gobierno de Mauricio Macri, en particular la de 2007: le ganó cómodamente a Daniel Filmus gracias al voto de ciudadanos que, en los sondeos previos, aseguraban que nunca harían algo semejante.
Así somos los votantes. Nos comportamos de forma bastante aleatoria, en función del paradigma de las 9 “c”: contradictorios, cambiantes, complejos, consentidos, celosos, condescendientes, corajudos (a veces), calentones, contingentes. Por eso, como inmortalizó el inefable Mostaza Merlo, mejor ir paso a paso. Porque en materia electoral, lo más seguro es quién sabe.
Comparto totalmente el enfoque descripto por Foco Económico en el artículo leído.