Estancamiento Secular: Lo que les está faltando a los agoreros económicos actuales

Por Joel Mokyr. Publicado originalmente, en una versión en inglés, en The Wall Street Journal el 8-8-2014.

La ciencia está permitiendo la invención como nunca antes y en formas que mejorarán la vida, sin embargo esto no es reflejado en las estadísticas del PIB. No hay nada como una recesión para conducir a los economistas a un estado de ánimo deprimido. Así como sucedió en la década de 1930 ‒cuando se temía al así llamado estancamiento secular, o a la ausencia de crecimiento debido a la escasez de oportunidades de inversión‒ muchos de mis colegas en estos días parecen creer que «los días tristes han llegado nuevamente». El crecimiento económico experimentado durante gran parte del siglo 20 fue fugaz. Nuestros hijos no serán más ricos que nosotros. La incorporación de millones de mujeres casadas a la fuerza de trabajo y el enorme incremento de los graduados universitarios, que impulsó el crecimiento posterior a 1945, fueron dones excepcionales. El crecimiento lento está aquí para quedarse.

¿Qué falla en esta historia? Basta responder con una sola palabra: la «tecnología». La responsabilidad de los historiadores económicos es recordar cómo era el mundo antes de 1800. El crecimiento era imperceptiblemente lento, y la gran mayoría de la población era tan pobre que tan solo una mala cosecha podía llegar a matar a millones. Casi la mitad de los niños nacidos morían antes de alcanzar los 5 años, y los que lo hicieron a una edad adulta a menudo eran raquíticos, enfermos y analfabetos.

Lo que ha cambiado este mundo fue el progreso tecnológico. A partir de fines del siglo 18, las innovaciones y avances en lo que entonces se llamaban «las artes útiles» comenzaron a mejorar la vida, primero en Gran Bretaña, luego en el resto de Europa, y finalmente en gran parte del resto del mundo.

¿Por qué sucedió esto? Brevemente: avanzó la Ciencia. Una razón por la cual la ciencia avanzó tan rápidamente es que la tecnología proveyó herramientas e instrumentos que les permitió a los «filósofos naturales» (como se les llamaba entonces) estudiar el mundo físico. Un ejemplo es el barómetro. Herramienta, inventada por un alumno de Galileo llamado Torricelli en 1643, que  mostró la existencia de la presión atmosférica. Esa visión científica estimuló el desarrollo de las primeras máquinas de vapor (conocidas como motores atmosféricos).

En 1800 otro italiano, Alessandro Volta, inventó la «pila» ‒la primera batería‒, la cual sirvió principalmente como una herramienta para la investigación química, permitiendo así proyectar el mundo recién descubierto de elementos y compuestos que posteriormente desataría las industrias químicas del siglo 19.

De esta forma, la tecnología salió adelante por sus propios esfuerzos: Una invención en un área estimulaba el progreso en otra. La teoría de los gérmenes de la enfermedad y la posterior revolución en la tecnología médica nunca podrían haber ocurrido sin la mejora de los microscopios.

En comparación con las herramientas que disponemos hoy en día para la investigación científica, las de Galileo se asemejan a las hachas de hierro. Actualmente, tenemos mucho mejores microscopios, telescopios y barómetros, y la codificación digital de la información ha penetrado en todos los aspectos de la ciencia, dando lugar a la reinvención de la invención. Palabras como «IT» o «comunicaciones» no son suficientes para expresar el alcance del cambio. Enormes bancos de datos para la investigación, la simulación química cuántica y los análisis estadísticos altamente complejos sólo son algunas de las herramientas que la era digital coloca al servicio de la ciencia.

Las consecuencias se observan en todas partes, desde la genética molecular a la nanociencia. Los ordenadores cuánticos, aunque aún en fase experimental, prometen aumentar este poder en órdenes de magnitud. A medida que la ciencia se mueve a nuevas áreas y resuelve problemas ‒ni siquiera imaginables‒, los  inventores, ingenieros y empresarios esperan entre bastidores para diseñar nuevos artilugios y procesos basados ​​en los descubrimientos que continuan mejorando nuestras vidas.

En la especulación sobre cómo se verán y qué harán las nuevas tecnologías, los robots y la inteligencia artificial permanecen al frente y en el centro de la escena, siendo deseadas (¿a quién le gusta hacer las camas?) pero a la vez temidas ante la potencial “reducción de los puestos de trabajo”. No hemos visto ni una fracción de lo que es posible en la información y tecnología de la comunicación. Pero los avances más inesperados pueden venir de los rincones menos glamorosos, tal como la ciencia de los materiales.

Los materiales son el núcleo de nuestra producción. Los términos Bronce y Edad de Hierro manifiestan su importancia; la gran era de progreso tecnológico entre 1870 y 1914 era totalmente dependiente del acero barato y de cada vez mejor calidad. Pero lo que está sucediendo actualmente en los materiales es un salto más allá de cualquiera en el pasado, con nuevas resinas, cerámicas y nuevos sólidos diseñados completamente in silico  (es decir, en un ordenador), desarrollados a un nivel nanotecnológico. Esto promete materiales que la naturaleza nunca antes soñó y que ofrecen propiedades ordenadas por encargo en cuando a dureza, resistencia, elasticidad, etcétera.

Un ejemplo de esto es el grafeno, una lámina de carbono muy fina cuyas moléculas pueden estar dispuestas de forma tal de convertirlo en el material más fuerte o flexible en la tierra. Más aún, conduce la electricidad y el calor mejor que cualquier otro material que se haya descubierto. En el futuro, el grafeno es probable que sustituya al silicio en los transistores, células solares y otras aplicaciones que aún son difíciles de imaginar.

La modificación genética es otra área de expansión de la frontera. Las plantas serán diseñadas para arreglar los nitratos en el suelo o para absorber más dióxido de carbono de la atmósfera y para adaptarse a las temperaturas más extremas y a las lluvias. Estas pueden ser nuestra mejor defensa contra la degradación del medio ambiente, el cambio climático y otros efectos secundarios adversos ocasionados por las tempranas y más crudas técnicas agrícolas. Las «nanobomas» que penetran físicamente las membranas bacterianas son la próxima arma en la interminable guerra contra los microbios.

Los avances no están «en el horizonte», sino que están aquí. La economía puede estar enfrentando algunos vientos en contra, pero el viento de cola tecnológico es más parecido a un tornado. ¡Abróchense los cinturones de seguridad!

Por lo tanto: Si todo es tan bueno, ¿por qué todo es tan malo? ¿Por qué hay tristeza en  muchos de mis colegas? Parte de la historia es que los economistas están entrenados para mirar las estadísticas en forma agregada, como el PIB per cápita o el «factor de productividad». Estas medidas fueron diseñadas para una economía de acero y trigo, no una en la que la información y los datos son los sectores más dinámicos. En este contexto, esas son malas medidas de la contribución de la innovación a la economía.

Muchos bienes y servicios nuevos son caros de diseñar, pero una vez que funcionan, se pueden copiar a muy bajo costo, o incluso a un costo igual a cero. Eso significa que tienden a contribuir poco a la medición de la producción, sin embargo su impacto en el bienestar del consumidor es muy grande. La evaluación económica basada en agregados tales como el producto bruto interno será cada vez más engañosa, ya que la innovación se acelera. Lidiar con estos bienes y servicios totalmente nuevos no es para lo que estos números fueron diseñados, a pesar de los heroicos esfuerzos de los estadísticos en la Oficina de Estadísticas Laborales (Bureau of Labor Statistics, en inglés).

Las estadísticas globales no reflejan la mayor parte de lo que es interesante. He aquí un ejemplo: Si la telecomunicación o los autos sin conductor redujeran a la mistad el tiempo promedio que los individuos gastan en comunicarse, esto no se reflejaría en las cuentas del ingreso nacional ‒pero haría que millones de personas estén sustancialmente mejor. La tecnología no es nuestro enemigo. Es nuestra mayor esperanza. Si usted piensa que el rápido cambio tecnológico no es deseable, intente pensar en el estancamiento secular.

Mokyr es profesor de economía e historia en la Universidad de Northwestern. Su libro más reciente es « The Enlightened Economy: An Economic History of Britain 1700-1850″ (Yale, 2012).

 

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