Publicada originalmente en La Gaceta, el 02-03-2014.
Por necesidad, pero sin convicción, desde la debacle electoral de octubre pasado el Gobierno ha girado de forma tan pragmática como improvisada, implementando medidas orientadas a evitar una crisis dramática y terminal. Aunque algunos le asignan la etiqueta de “ortodoxas”, no se trata de un paquete de medidas bien pensadas y consistentes con una visión moderna y sofisticada del desarrollo económico, sino decisiones aisladas y espasmódicas que han logrado una transitoria paz cambiaria, pero que de ningún modo alcanzan para equilibrar los fuertes desbalances monetarios y fiscales que se acumularon desde el 2006 a la fecha.
Es evidente que el kirchnerismo, sobre todo los grupos más radicalizados y menos afines a la matriz tradicional del peronismo, se encuentra incómodo en esta coyuntura donde la ideología y el idealismo quedaron desplazadas tal vez para siempre por el objetivo de sobrevivir en el poder y ordenar todo lo posible la transición, particularmente en materia judicial, donde avanzan muchas causas penales que quitan el sueño en los pasillos del poder. Pero más temprano que tarde será sin duda inocultable que el Gobierno está buscando una fuerte caída en los salarios reales y que la recesión y el desempleo le pongan un freno a la inflación y a las demandas de los trabajadores. Si no se alcanza esta meta durante las paritarias, el Gobierno se verá obligado a volver a devaluar.
Aún antes que ello ocurra, y por hacer las cosas tarde y muy mal, Cristina está pagando un enorme costo político, como revelan la fuerte caída de su imagen y de la confianza en su Gobierno. Sigue contando con un 20% de piso sólido y con otro 10% de apoyo contingente. Pero dos de cada tres argentinos considera que su Gobierno es incapaz de resolver los principales problemas que preocupan a la sociedad, como la inseguridad y la inflación. ¿Qué ocurrirá cuando se termine de apreciar el impacto recesivo de este ajuste? ¿Tolerará la Presidenta una caída aún más extrema de su imagen en un contexto de suspensiones, desempleo y mayor conflictividad social?
Cristina está presa de un dilema bien complejo: si no implementaba el ajuste recesivo, su Gobierno iba a implosionar. Pero los potenciales beneficios de este sinceramiento serán capitalizados, si es que tiene éxito, por otro presidente.
Peor aún puede ser su destino si Cristina abandona su programa de ajuste tentada por los cantos de sirena que le exigirán volver a las fuentes y retomar el financiamiento inflacionario del gasto público récord y la paralela dilapidación de reservas. Como ocurrió con el frustrado Plan Primavera de 1988, este otoño cristinista derivaría en un escenario político y económico ingobernable y con altísimo impacto en materia electoral. Se supone que los gobernadores peronistas no permitirán que la Presidenta los condene a una potencial derrota.
El país está entrampado en una nueva estanflación. La política se mira el ombligo, sólo piensa en el poder y posterga los debates estratégicos que nos siguen condenando a tanta mediocridad.