Incertidumbre de corto, optimismo de largo

La característica más notable del escenario post electoral de la Argentina, fruto de la derrota del oficialismo, es que predomina entre los principales agentes económicos un nítido optimismo respecto de las perspectivas del país a partir de las elecciones del 2015. Algunos incluso conjeturan que algunas oportunidades serán aprovechadas antes de esa fecha, debido al castigo que han sufrido los activos financieros y reales del país por la política económica K.

Sin embargo, no existen precisiones ni especulaciones mínimamente fundadas respecto de lo que pasará en los próximos dos años. ¿Con qué país se encontrará el próximo gobierno? ¿Cuáles serán las prioridades que deberá enfrentar la próxima administración? ¿Cuánto daño institucional y reputacional puede causar el actual gobierno antes del 2015? Un ejemplo particularmente controversial es el nuevo proyecto de Código Civil y Comercial que se apresta a aprobar el actual Congreso antes de que cambie su composición, en función del resultado de las últimas elecciones: es percibido en los principales núcleos de decisión económica como un atropello de un Estado cada vez más grande, ineficiente y arbitrario sobre los individuos, las familias y las empresas.

A pesar del estupor que produce este debate, la evidencia del optimismo reinante para el mediano y largo plazo no es sólo anecdótica. Muchos se sorprendieron con las reciente declaraciones de David Martínez, titular del fondo Fintech, en ocasión del anuncio de la compra de acciones de Telecom Argentina, que le permitirán el control de la empresa. En verdad, desde las elecciones primarias del 11/8 pasado el riesgo país cayó aproximadamente 400 bp. Sigue en niveles extremadamente altos (800bp) para un país con tan escaso endeudamiento público y privado, pero cayó por primera vez en mucho tiempo a niveles inferiores al riesgo de Venezuela. Las acciones argentinas, como las de YPF o Banco Galicia, también han venido experimentando una significativa recuperación de sus cotizaciones. Argentina no está de vuelta aún en la mira de los mercados. Pero muchos creen que puede estar saliendo de esta década de auto aislamiento, autarquía y anacronismo de ideas y políticas.

Por eso sería un error suponer que el país está otra vez «de moda»: continúa la pérdida de reservas en un clima de profunda desconfianza y estancamiento en la inversión y la creación de empleo. No hay señales claras del gobierno respecto de cómo reaccionará frente a las actuales circunstancias. Alentados por divisiones internas cada vez menos disimulables y visiones muy contradictorias respecto de lo que se debería en efecto hacer, proliferan rumores sobre eventuales paquetes de medidas del más variado tipo.

Es más: desde hace casi 40 días la administración yace absolutamente paralizada por la enfermedad de Cristina Fernández de Kirchner. Su licencia termina justamente mañana, lunes 17 de noviembre, y desde el propio gobierno reconocen que no podrá desarrollar una agenda normal, debiendo limitar sus movimientos y reducir al máximo las situaciones de stress.

¿Generará esta restricción cambios en el gabinete, para incorporar funcionarios con mayor autonomía y experiencia ejecutiva? ¿Podrá delegar en ellos una presidenta que se caracteriza por el micro gerenciamiento y un involucramiento personal y, en muchos casos, pasional con la gestión en particular y la política en general?

Algunos gobernadores kirchneristas que emergieron exitosos de las últimas elecciones (como Sergio Uribarri de Entre Ríos y Jorge Capitanich de Chaco) buscan posicionarse como eventuales candidatos presidenciales. Esto ha generado versiones sobre un intento por parte de Cristina de tener «su propia Dilma», es decir, inventar como hizo Lula de Silva un candidato propio que desplace y reemplace a otros del mismo partido que no brinden suficientes garantías de continuidad, aunque hayan demostrado largamente lealtad y disciplina.

Ese es el caso de Daniel Scioli quien, a pesar de todo, continúa disfrutando de una inserción privilegiada en la opinión pública y es, junto a Sergio Massa y Mauricio Macri, parte de la tríada de precandidatos que, a dos años de las elecciones presidenciales, predominan en los sondeos de opinión.

De aquí deriva el optimismo de mediano y largo plazo respecto del rumbo del país: no sólo CFK debió resignar su pretensión de eternizarse en el poder, sino que carece de potenciales sucesores competitivos electoralmente que continúen con su visión y sus políticas. En consecuencia, la perspectiva de un cambio gana verosimilitud: que dos de cada tres ciudadanos hayan votado en contra de los candidatos K y que ahora se orienten hacia líderes como Massa, Scioli o Macri constituye una clara señal de que se agota el ciclo político iniciado por Nestor Kirchner el 25/5/03.

¿Pueden definirse los vectores concretos que llevarían, mas allá de las personas, a un cambio en el entorno de negocios? ¿Cuáles serían, por ejemplo, los lineamientos generales del programa de la nueva administración? El consenso reinante entre candidatos y sus principales asesores es que resulta aún demasiado pronto para entender los límites y las oportunidades que encontrará el próximo gobierno. Y en esto, la incertidumbre no es sólo doméstica, sino que comprende otros elementos externos como los términos de intercambio, el costo del financiamiento y la fortaleza relativa de la economía brasileña.

Pero cualquiera de esos potenciales candidatos asegura un giro pragmático, un retorno a ciertos parámetros de «normalidad». Y esto aplica también a otros que hasta ahora tienen menores chances como Hermes Binner, Julio Cobos, Ernesto Sanz o Juan Manuel Urtubey.

En este contexto, ¿podría el actual gobierno girar en la mismo dirección y aprovechar el creciente interés que viene despertando la Argentina para de ese modo finalizar el actual período de gobierno evitando tensiones cambiarias y comenzando a solucionar los problemas de déficit fiscal, inflación, tarifas, etc? Parece poco probable, pero hay también algunas evidencias de que este curso de acción no debe ser del todo descartado. Esto incluye pasos tímidos pero determinantes realizados desde mediados de este año para normalizar la relación con los organismos financieros internacionales y solucionar la cuestión de los holdouts.

Estos enigmas comenzarán a develarse en los próximos meses, en las próximas semanas, aún en los próximos días. Las expectativas son enormes, directamente proporcionales a la incertumbre reinante y a la ausencia de información confiable sobre la salud y los planes de una presidenta derrotada políticamente y con un horizonte plagado de tensiones y conflictos de distinto orden, pero que aún retiene una considerable cuota de poder.

De hecho, en sus manos está definir cómo quiere terminar estos dos años, qué legado quiere dejar y cuántos problemas tendrá el próximo presidente.