Democracia y reglas de reelección presidencial. ¿Qué parece mejor?

En una columna reciente alegué que el único criterio aceptable de calidad de una decisión pública es la legitimidad del proceso que lleva a tal decisión. Las sociedades tienen distintas preferencias y no es posible establecer metas deseables en sí mismas. Lo deseable solo emana de la calidad democrática del proceso de decisión; de lo contrario, abrimos paso al despotismo ilustrado o corporativo despojando al soberano de su potestad exclusiva.

Pero la calidad democrática de una decisión pública no se reduce a que la mayoría pueda imponer todas las reglas, en todo orden y momento. Existen ciertos derechos que los estados democráticos otorgan a todos -o a las minorías-, que no pueden ser conculcados por la simple voluntad de las mayorías. Ya sea que estos derechos hayan emanado de un desarrollo de la conciencia inclusiva de la mayoría o del deseo de autoprotección de la misma -la que en una vuelta del destino puede perder su condición de tal-, la existencia de reglas de supermayoría para cambiar ciertas disposiciones que regulan la vida social es perfectamente democrática en el sentido de respetar los derechos del soberano. Por cierto nos referimos aquí a reglas de supermayoría emanadas de un proceso democrático.
Pues bien, una de las más importantes limitaciones a la voluntad de la simple mayoría es la duración y reglas de renovación del mandato del Presidente. ¿Podrá el Presidente ser reelegido, cuántas veces, de manera consecutiva o solo alternada y por qué extensión de tiempo?
Tema opinable sin duda, donde es necesario ponderar distintos factores. Un período relativamente corto -cuatro años, por ejemplo- sin posibilidad de reelección presenta al menos dos inconvenientes. El primero es que introduce una restricción muy fuerte a la voluntad de la mayoría, la que puede legítimamente continuar sintiéndose representada por un determinado liderazgo al cabo de ese lapso. El segundo es que un liderazgo requiere de un tiempo para el aprendizaje y el establecimiento de redes y confianzas a fin de desplegar su máximo potencial. Un período muy extenso -digamos ocho años-, en el marco de un sistema presidencial, introduce una excesiva rigidez a un cambio de rumbo si el liderazgo perdiera el respaldo de la mayoría ciudadana.
Existe también una solución intermedia, esto es, un período de duración media -digamos seis años- sin reelección. En mi opinión, tal compromiso hereda lo peor de ambas alternativas. Muy largo para flexibilizar un cambio de rumbo y muy corto para extraer el potencial completo de un buen liderazgo.
Si se comparte lo anterior, nos va quedando un período corto con reelección. ¿Inmediata o alternada, múltiple o solo por una vez? La reelección múltiple presenta problemas. Tal como un liderazgo requiere un tiempo para establecer redes y confianzas, la duración prolongada, en el marco de un sistema presidencial en que el Ejecutivo es fuerte, puede erigir barreras a la competencia. Redes de colaboradores que se tornan incondicionales al obtener prebendas del líder y presencia acumulativa incontrarrestable en la opinión pública, entre otras.
Cabe destacar que bajo este último argumento subyace un complejo alcance, razón de la disquisición inicial. ¿Puede la mayoría ser manipulada? Si creemos que sí, al menos transitoriamente, ¿qué otro juez más idóneo nos queda? No lo hay. Pero tal como la mayoría puede aceptar derechos de la minoría que solo pueden ser cambiados con una supermayoría, puede también protegerse contra la eventual manipulación de su voluntad desde un liderazgo demasiado prolongado limitando el número de reelecciones, con el quórum correspondiente para que el límite sea efectivo.
Queda solo por despejar la secuencia. Inmediata o alternada. Se dice que la reelección inmediata incentivaría políticas populistas, y disuadiría iniciativas de largo alcance, en el primer mandato, a fin de lograr la reelección. Pero la reelección alternada podría contener incentivos aún peores. Es probable que tanto la factura de iniciativas populistas como los beneficios de las de largo alcance los recoja el siguiente, lo que sería un estímulo adicional para adoptar las primeras y un nuevo escollo para las segundas. Por último, ¿se extinguen en solo cuatro años las redes y se esfuma la ventaja competitiva producida por su presencia pública si un líder ha hecho un buen primer mandato? Pareciera que no.
Por todo lo anterior, mi balance me lleva a preferir cuatro años con una sola reelección e inmediata. Obviamente esto no podría aplicar para quienes ya han ejercido el cargo.