Por Carlos Scartascini[1]
James M. Buchanan, Premio Nobel de Economía 1986 y fundador de la Escuela de pensamiento de Virginia (Virginia School of Political Economy), Public Choice, y Constitutional Political Economy, falleció el día 9 de Enero. La revolución que produjo Buchanan, y que le sirvió para recibir el máximo galardón de la profesión, estuvo basada en aplicar los axiomas fundamentales del pensamiento económico moderno al análisis de la política y las instituciones. Así, entender la política como un intercambio y asumir que los políticos, al igual que el resto de los mortales, maximizan su utilidad en lugar de preocuparse sólo por el bien común pasaron a constituir la base de la economía política moderna.[2]
Durante mi etapa de formación, usando los lentes que Buchanan ayudó a desarrollar me fue más fácil explicarme los desarreglos que vivía y había vivido la Argentina. ¿Cómo en un país donde había macroeconomistas de lujo, la inflación era tan común? ¿Cómo en un país donde había expertos de todo tipo era a veces tan difícil llevar adelante políticas más sensatas? Siguiendo sus escritos, en muchos casos las soluciones parecían sencillas. Bastaba con diseñar las reglas adecuadas para que los incentivos de los políticos se alinearan: introducción de reglas fiscales, restricciones a la emisión monetaria, y entidades regulatorias independientes entre otras.
Con la ingenuidad que da la juventud y con un gran espíritu de servir me embarqué entonces en la aventura que parecía más lógica: intentar completar el trabajo que había iniciado J.B. Alberdi de escribir una Constitución más completa, que permitiese a la Argentina insertarse de una vez por todos en el camino del progreso. Para ello, la ayuda de Buchanan era imprescindible.
Ya instalado en el programa de doctorado de George Mason University, me junté con Jim a comer, para desgranar artículo por artículo las constituciones de Argentina y Estados Unidos y poder así identificar las diferencias que habían marcado caminos tan opuestos. Poco imaginaba yo que su respuesta iba a ser tan diferente a lo que preveía y que me iba a sumar en una gran desesperanza intelectual que me llevó muchos años poder superar. Poco imaginaba yo que una década después sus palabras me iban a sonar tan adecuadas para explicar las necesidades que tiene la Argentina.
Ante mi pregunta sobre cuáles eran las diferencias entre Argentina y Estados Unidos, su respuesta fue corta y tajante: “We had Chief Justice John Marshall”. En otras palabras, que lo que hizo que Estados Unidos tuviera el desempeño que tuvo durante más de doscientos años no había tenido sólo que ver con las reglas escritas sino con haber contado con alguien que las hizo cumplir, que generó una jurisprudencia a favor del cumplimiento de la ley y que convirtió al poder judicial en un poder a la par del ejecutivo y legislativo. (Si bien no lo aclaró en ese momento, probablemente no fue sólo el Presidente de la Corte Suprema quien tuvo un comportamiento ejemplar sino también quienes estuvieron a cargo de la presidencia. Por 155 años –hasta la reforma constitucional que fue ratificada en 1951- no fue necesario que estuviese escrito en ningún lado la restricción para la reelección indefinida para que presidentes como Washington, Jefferson, Madison, o Monroe decidieran que dos mandatos eran más que suficientes, y que más tiempo de una misma persona en la presidencia podía atentar contra el funcionamiento de la democracia.)
Argentina no tuvo la misma suerte. En varias oportunidades la Corte Suprema, presionada por el poder de turno, avaló el no cumplimiento de las leyes (muchos señalan a la Acordada de 1930 como el inicio de este camino) y muchos políticos han sido los primeros en intentar romper las reglas o cambiarlas –no siempre bajo los procedimientos adecuados. Así, la urgencia, la “necesidad”, la importancia de deshacer el rumbo andado por otros, y la “voluntad popular” han sido muchas veces más poderosos que las reglas, la estabilidad, y el orden constitucional.
Los últimos años no han sido diferentes. Como muestra la Tabla 1, mientras que en general la situación ha mejorado en promedio para América Latina, la independencia de la justicia y la calidad de las instituciones se ha deteriorado. Al igual que se mencionaba durante los años 90, la injerencia del Ejecutivo sobre la Corte, se suceden hoy día ejemplos de intentos del poder ejecutivo de reinar sobre el resto de los poderes. Al igual que ocurrió en los años 90, existen hoy día insistentes rumores respecto de intentos de modificar nuevamente las reglas de funcionamiento fundamentales de la democracia.
La evidencia parecería indicar que la Argentina se encuentra en un momento de quiebre institucional, donde los otros poderes del Estado, particularmente la Justicia, deben decidir si se someten o no a los deseos del Ejecutivo. Por ello, en este momento, las palabras de Buchanan resuenan fuertemente. Para moverse a un nuevo equilibrio virtuoso, Argentina necesita a su “Juez Marshall”.
[1] Carlos Scartascini es Economista Principal del Banco Interamericano de Desarrollo (http://www.cscartascini.org). Las opiniones son exclusivas del autor y no deben ser atribuidas al Banco Interamericano de Desarrollo o a las autoridades que lo representan.
[2] No es la intención de este blog desarrollar en detalle la importancia de Buchanan como economista. Para un excelente resumen, hay varios posts y links disponibles en www.marginalrevolution.com, particularmente el titulado: “What made Buchanan special as an economist?”. En este website pueden encontrarse también numerosas notas respecto de su legado: http://publicchoice.info/Buchanan/index.htm
En tal caso estamos listos.