Lord Sydney, Cristina, la Justicia y la Prensa

Muchas veces se ha comparado a Argentina con Australia. Si bien hay similitudes históricas entre ambos países –principalmente en su dotación de factores‒, también han tenido (y aún poseen) grandes diferencias institucionales (algo que ya he señalado en otra parte). Ayer, leyendo el diario, recordé esta historia (que alguna vez leí en este libro):

Australia, fundada sobre el imperio de la Ley

En Australia, Gran Bretaña creó una colonia como ninguna otra: iba a ser integrada por convictos, personas que, por definición, han perdido muchos de sus derechos. Al principio el plan era gobernar Nueva Gales del Sur usando el poder militar, pero parece que a Lord Sydney, el ministro a cargo de la colonia, no le gustaba esa idea. Él era un partidario de los derechos ingleses y no quería apartarse de la ley, incluso cuando se trataba de reclusos. Así, aun antes de que una flota zarpara por primera vez a la nueva colonia, ya se había decidido que la ley de Inglaterra se iba a respetar allí. La ley, protectora de la libertad de los ciudadanos ingleses, no tuvo que ser establecida en esta sociedad extraña: se encontraba allí desde el comienzo.

En 1824, William Wentworth y Robert Wardell lanzaron The Australian, el primer periódico independiente de la colonia. Muy pronto este ejecutó la primera campaña contra el gobierno colonial. Su objetivo era el gobernador Darling (1825-1831), cuyas instrucciones eran las de ejecutar un sistema presidiario duro y estricto. En 1826 se lanzó otro periódico crítico, The Monitor.

Darling pensaba que el mundo se había vuelto loco: en una colonia de convictos los periódicos estaban operando libremente, se criticaba al gobernador y a su administración, ¡y los convictos estaban leyendo los periódicos! Tenía miedo de que ello los alentara a rebelarse. La Oficina Colonial compartió su punto de vista y lo animó a aprobar leyes estrictas para controlar la prensa. Pero cuando lo intentó, Francis Forbes, presidente de la Corte Suprema, se interpuso en su camino.

El primer plan de Darling fue exigir a los editores de periódicos que solicitaran licencias para publicar los mismos. Forbes se opuso, observando que bajo la ley inglesa existía el derecho a publicar sin pedir licencia. Darling, a continuación, trató de poner un impuesto a los periódicos, el mismo impuesto que ya existía en Inglaterra. Su idea era encarecer los periódicos de manera que los pobres no pudiesen comprarlos. Forbes tampoco lo permitió. Al evaluar si las leyes locales concordaban con el Derecho Inglés, Forbes tenía un gran margen de maniobra. Él veía a la colonia de una manera muy diferente a la de Darling. No le gustaban los amplios poderes del gobernador, y utilizó su posición para impedir que éste amordazara a la prensa libre. El resultado fue una prensa que era más libre en la colonia que en Inglaterra.

Los editores incluso podían ser procesados ​​por difamación. Darling montó seis casos exitosos contra Hall (editor del diario The Monitor) por difamar funcionarios de su gobierno. Sin embargo, este se las arregló para mantener su periódico en circulación desde la prisión. Darling entonces le quito a Hall los convictos que trabajaban para él. En respuesta, Hall apeló a la Corte Suprema y Forbes determinó que el gobernador no tenía el poder para tomar dicha decisión.

Un último intento de Darling por silenciar a Hall fue aprobar una ley que desterraba de la colonia a un editor condenado por difamación repetida. Esto estaba de acuerdo con el Derecho Inglés, e incluso Forbes lo aceptó. Sin embargo, la ley inglesa estaba siendo modificada en ese momento, y la ley de Darling fue anulada en Londres.

Como puede ocurrir en una sociedad democrática, el gobernador, llevando a cabo la dura política británica, se encontró con una dura oposición: Wentworth y el partido de ex-convictos, una prensa libre defendiendo a los convictos y ex-convictos, y por sobre todo, la ley y el poder judicial. Así es la vida democrática, y es bueno que así sea.

Argentina, Siglo XXI

Esta historia ocurrió en una colonia británica entre 1825 y 1830, pero tiene interés para nuestro país hoy. En Australia, incluso antes de que la población tuviese derecho a votar, prevalecía el imperio de la ley. Ojalá en Argentina, ahora que hace ya tres décadas que votamos sin interrupciones militares, abracemos fuertemente el mismo; y dejemos a la justicia hacer su trabajo sin interferencias.