La etapa jacobina del kirchnerismo

Desde su resonante triunfo en las elecciones de octubre pasado, Cristina Fernández de Kirchner modificó inesperadamente la dirección y el sentido de sus principales acciones de gobierno, un giro que el propio oficialismo sintetizó con la frase “vamos por todo”. Qué significa exactamente “todo” es un interrogante difícil de precisar, puesto que toda la campaña presidencial se basó en el principio de “más de los mismo” o, en el discurso oficial, la continuidad y eventual profundización del denominado “modelo”. Nunca el oficialismo tuvo un programa explícito que permitiera predecir y evaluar sus acciones de gobierno de acuerdo a objetivos oportunamente fijados; por el contrario, se trató siempre de una combinación de improvisación en los instrumentos con el objetivo permanente de acumular más poder personal. Por otro lado, esas transformaciones en el arsenal de ideas, principios y políticas desplegados por el gobierno en verdad contradice uno de los axiomas más tradicionales de la cultura argentina: equipo que gana no se toca.

En efecto, Cristina operó un conjunto de cambios de fondo: en su estilo de liderazgo (lo que en una anterior entrada denominamos el “presidencialismo imperial”); en su política económica (del “capitalismo de amigos” al “capitalismo de Estado”), incluyendo la profundización del proteccionismo, el intervencionismo, la arbitrariedad en la toma de decisiones e incluso las persecuciones personales por las quejas a los controles cambiarios que sufrieron figuras reconocidas (como el cineasta Eliseo Subiela) o ignotas (como el agente inmobiliario Saldaña o aquel abuelo marplatense que quiso regalarle US$10 a su nieto y no obtuvo la autorización correspondiente).

Paralelamente, avanza el proyecto de cambio constitucional para habilitar una eventual reelección de la actual mandataria, lo que derivó en un abierto intento de debilitamiento a todos los eventuales candidatos que pueden constituir obstáculos en ese camino. Esto derivó en la asfixia financiera a las principales provincias (Buenos Aires, Córdoba, Santa  Fé y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires), puesto que sus gobernadores y/o principales líderes son potencialmente presidenciables (Daniel Scioli, José Manuel De la Sota, Hermes Binner y Mauricio Macri, respectivamente).

A su vez, comenzó una “desperonización” del plantel de gobierno, con el retiro o el eclipse de figuras identificadas con ese partido o tradición política, y el rápido ascenso de jóvenes cuadros de la agrupación “La Cámpora”, liderada por el hijo presidencial Máximo Kirchner y a la que pertenece la figura más influyente de la política económica, Axel Kicillof.

Así, a pesar de la arrolladora victoria en la que por primera vez el kirchnerismo obtuvo un resonante apoyo entre los sectores de clase media tanto urbanos como rurales, característicamente renuentes hasta el 2011 a apoyar a los candidatos oficialistas, los cambios realizados son mucho más importantes que las continuidades. Y son precisamente esas discontinuidades las que dan al menos una pauta del rumbo que puede esperarse al menos en los próximos meses. En este sentido, resulta particularmente interesante de analizar:

(1) cuál ha sido al menos hasta ahora la reacción en la opinión pública frente a estos cambios ideológicos, políticos y discursivos que ha experimentado el kirchnerismo;

(2) qué impacto han tenido estos cambios en el balance de poder dentro y fuera del gobierno; y

(3) con qué escenarios pueden especularse en el corto plazo, que – lamentablemente –  es el único horizonte temporal relevante para los actores políticos y sociales argentinos.

Esta columna se centrará en el primer punto, y las próximas analizarán los restantes. Al respecto, un reciente estudio de opinión pública elaborado por Poliarquía Consultores permite elaborar un diagnóstico preliminar: hay un creciente malestar en la opinión pública que modificó rápidamente las principales tendencias respecto del humor social. Y ese malestar ha generado también un significativo desgaste en la confianza que genera su gobierno, sobre todo (pero no solamente), respecto de la capacidad para resolver problemas. Sin embargo, Cristina sigue siendo una de las tres figuras políticas con mejor imagen y ninguna figura de la fragmentada oposición ha podido, al menos hasta ahora, capitalizar el desgaste registrado en el oficialismo.

GRAFICO 1. SITUACIÓN GENERAL DEL PAIS

 

La velocidad del cambio de humor social se advierte claramente en el gráfico anterior. En pocos meses, el país está divido en tercios entre los que creen que las cosas están bien, regular o mal. El gráfico siguiente permite una mirada más focalizada en la cuestión económica, a partir del Indice de Confianza en el Gobierno que elabora mensualmente la UTDT.

GRAFICO 2. INDICE DE CONFIANZA DEL CONSUMIDOR (UTDT)

 

El Indice de Confianza en el Gobierno, que elabora la Escuela de Gobierno de la UTDT, sugiere una tendencia similar.

GRAFICO 3. INDICE DE CONFIANZA EN EL GOBIERNO

 

Las cinco variables utilizadas para elaborar el índice describen una trayectoria similar, como puede verse en el próximo gráfico.

GRAFICO 4. VARIABLES QUE COMPONEN EL INDICE DE CONFIANZA EN EL GOBIERNO

Sin embargo, en los últimos 7 meses ha caído significativamente la confianza que tiene la sociedad en la capacidad del gobierno para resolver los principales temas de la agenda ciudadana (la variable representada con el color amarillo). Como puede observarse a lo largo de los años, esta variable suele ser el atributo más importante en la conformación de la confianza en el gobierno, excepto en las etapas recesivas (2008-2009) y/o en contextos de profundas crisis de orden político-institucional (2002).

Analizando la cuestión de la capacidad para resolver problemas en particular (GRAFICO 5), pueden advertirse algunos matices que a menudo no reciben suficiente atención: a lo largo de los últimos años, a pesar de la reconstrucción de la autoridad presidencial, la sensación de gobernabilidad y la consolidación del kirchnerismo como fuerza política dominante, solamente una minoría de argentinos ha considerado que el gobierno ya estaba en efecto resolviendo los principales problemas de la ciudadanía. Actualmente, sólo el 10% de los argentinos considera que el gobierno ya lo está haciendo, frente a un 51% que cree que no sabe cómo hacerlo. El resto, algo menos del 40%, cree que el gobierno sabe cómo resolver las principales cuestiones de la agenda ciudadana pero necesita tiempo.

Nótese que el reconocimiento a la capacidad del gobierno para resolver problemas era del doble de la actual hace apenas 8 meses. A la vez, esto constituyó un record: desde que se elabora el ICG, nunca un gobierno obtuvo un reconocimiento similar. Había estado cerca en los años “de oro” del kirchnerismo (2004-2007), pero como resultado combinado de la inflación, el conflicto con el campo y el inicio de la guerra con los medios de comunicación independientes, la línea verde del gráfico 5 regresó casi a los niveles del 2002.

GRAFICO 5. INDICE DE CONFIANZA EN EL GOBIERNO: CAPACIDAD

Una lectura posible de estos datos es que la presidenta cuenta con un apoyo contingente de casi 40% de la población que está todavía esperanzada en que se resuelvan al menos algunos de los principales problemas de la agenda ciudadana (inseguridad, desempleo, inflación y salarios). Es este segmento crítico el que terminará definiendo si la situación de tercios que evidencia el gráfico 1 seguirá igual, mostrará una recuperación de la capacidad de gestión del gobierno o profundizará el desgaste ocurrido en lo que va del año. No es un dato menor que la mitad de los argentinos ya crean que el gobierno no sabe cómo resolver los principales problemas de la sociedad. Tampoco que nadie haya podido hasta ahora capitalizar esa desazón.

Esta situación presenta un conjunto de interrogantes que serán tratados, al menos parcialmente, en las próximas columnas. ¿Continuará la mitad de la sociedad argentina sin encontrar una expresión colectiva a semejante sentimiento de frustración? ¿Aprovecharán los sectores disidentes del peronismo, cada vez más importantes, este vacío de representación que tiene a los sectores medios de la sociedad como principales protagonistas? ¿Será por el contrario el radicalismo, tradicional expresión de esos segmentos, el que recuperará algo de protagonismo, apalancado en los casi 600 intendentes que tiene en todo el país y en figuras con todavía cierto potencial como el Senador Ernesto Sanz o el rehabilitado ex vicepresidente Julio Cobos? ¿Podrá finalmente el PRO de Mauricio Macri salir del letargo en el que él mismo se metió para demostrar vocación y decisión de liderar un proceso de cambio, lo que necesariamente requerirá mucho más esfuerzo y sobre todo más coraje del demostrado hasta ahora? ¿Cómo reaccionará la izquierda democrática y republicana que ha crecido mucho en la Argentina, y que expresa el Frente Amplio Progresista que llevó a Hermes Binner como candidato presidencial en los últimos comicios? Se trata de un mosaico amplio y diverso de fuerzas que en general no coinciden con las formas autoritarias y el espíritu jacobino que adoptó el kirchnerismo desde octubre pasado, pero sí con los objetivos e incluso con algunos de los instrumentos (como las expropiaciones de empresas privadas en sectores considerados “estratégicos”). ¿Podrá el oficialismo convertir esa empatía ideológica en apoyo político ya sea general o contingente frente a la agenda de reformas de fondo, incluyendo la constitucional, que está desplegando en esta etapa jacobina?

El equilibrio de poder se está modificando de forma acelerada y esto plantea cuotas crecientes de incertidumbre. El proceso electoral del 2013 se ha disparado. Y no quedan dudas que de su resultado dependerá el futuro político, institucional y económico del país. También habrán de surgir cambios de importancia en la dinámica geopolítica de la región. Se juega demasiado con actores que no parecen estar, al menos por ahora, a la altura de las circunstancias, a lo largo y a lo ancho del conjunto del espectro político.