4.3) Expectativas Racionales y la “Nueva Economía Clásica”
El segundo ataque a la macroeconomía keynesiana provino de introducir en teoría macroeconómica el concepto de “expectativas racionales”, particularmente por Robert E. Lucas, Jr., Thomas J. Sargent y coautores a principios de los 1970s. Estos autores pusieron énfasis en el papel de las expectativas como elementos cruciales en muchas relaciones clave de los modelos macroeconómicos, y propusieron modelarlas, no como era tradicional en los primeros esfuerzos de los monetaristas, sino suponiendo que las expectativas siempre coinciden con lo que implica el modelo económico que uno tiene (al menos en promedio).
Esta forma de modelizar las expectativas representaba una extensión bastante lógica – al menos desde el punto de vista actual – del contexto de la coordinación intertemporal de planes del concepto de equilibrio – que es un estado en el que nadie tiene motivos para actuar de manera distinta, dado que se entiende correctamente el entorno en que se actúa, determinado por la acción colectiva de los demás – y que constituye un concepto central de la teoría económica moderna. La teoría de las expectativas racionales ya había sido aplicada en los 1960s a modelos de los ciclos agropecuarios[1] y de fluctuaciones de los mercados financieros[2]. En efecto, la predicción de esta teoría de que los precios de mercado de las acciones deberían seguir un proceso llamado ruido blanco – predicción que ha sido sujeta a intensa contrastación estadística, con profundas consecuencias para la administración práctica de las inversiones – ha sido la percepción más celebrada obtenida por esta teoría[3]. Más o menos por la misma fecha en que Lucas introdujo el concepto en teoría macroeconómica,[4] Roy Radner desarrolló una formulación general de un “equilibrio de planes, precios y expectativas” como forma de modelizar la comercialización secuencial en teoría del equilibrio general[5]. Por consiguiente, esta innovación metodológica en macroeconomía estuvo estrechamente ligada a otros desarrollos en economía en aquella época.
Este punto de vista sobre las expectativas tuvo consecuencias radicales en sus aplicaciones macroeconómicas, al menos dentro del contexto de un modelo simple donde los cambios del gasto agregativo pueden afectar a la actividad económica sólo empujando a los precios relativos a los niveles que se espera que estén situados. En este caso, el nuevo punto de vista implicaba que las políticas del gobierno son incapaces de lograr que los precios sean diferentes de manera sistemática de lo que se espera que sean, y por lo tanto la administración de la demanda agregativa no debería esperar estabilizar la respuesta de la economía a choques de cualquier tipo[6]. Los que propusieron este punto de vista llamaron a su teoría la “Nueva [Macro]-Economía Clásica” – proclamando así su intención de hacer suyo el nombre con que Keynes había caricaturizado a sus precursores, algo menos radicales[7].
En términos más generales, la “Nueva [Macro]-Economía Clásica” intentó atraer la atención para proporcionar fundamentos explícitos de las relaciones estructurales supuestas en los modelos macro, en función de elecciones individuales. Ya en los años ’50 se había prestado cierta atención a los fundamentos de optimización de diversas relaciones postuladas en los modelos keynesianos, pero que estaba dirigida principalmente a justificar la existencia de una relación causal entre determinadas variables (por ejemplo, explicando por qué la “función consumo” debería incluir como argumento a la riqueza financiera, y no solamente al ingreso disponible), en lugar de derivar la especificación dinámica completa de la relación estimable. En cambio Lucas y Sargent exigieron modelos en los que todos los aspectos de las ecuaciones del modelo se derivaran de fundamentos consistentes en términos de conducta optimizante. Esto condujo naturalmente a la optimización dinámica, que hizo de las expectativas un elemento crucial, y que permitió suponer en forma natural que el modelo también era internamente consistente en el sentido de proponer pronósticos de los agentes dentro del modelo que concordaban con lo que el propio modelo hubiera predicho.
El modelo de nuevo estilo – ilustrado, en particular, por el celebrado aunque muy estilizado modelo de fluctuaciones económicas de Lucas – importó dentro de la macroeconomía el estilo de modelos rigurosos, herméticamente estructurado de la teoría moderna del equilibrio general inter-temporal. Una característica estándar de los modelos de equilibrio general muy opuesta al espíritu de la macroeconomía keynesiana era el supuesto de mercados perfectamente competitivos, en equilibrio instantáneo. Los economistas de la “Nueva [Macro]-economía Clásica” también optaron en forma entusiasta por esta característica de los modelos de equilibrio general, sosteniendo que los efectos de este tipo observados en la actividad económica como resultado de la inestabilidad monetaria podían ser atribuidos a información imperfecta de los productores sobre el estado global de la economía, no a algún fracaso de precios o salarios a ajustarse en forma inmediata para lograr el equilibrio de los mercados. En tal sentido sus modelos compartían el énfasis monetarista sobre las consecuencias del eventual ajuste de precios, pero pusieron en primer plano este ajuste cuando afirmaron que solamente en caso de información incompleta podría evitarse que ocurriera de inmediato.
Además de su crítica a la teoría keynesiana, la “Nueva [Macro]-economía Clásica” planteó un desafío a los cimientos econométricos de los modelos macro-econométricos usados por los keynesianos para evaluar medidas de política cuantitativa. En otro documento seminal,[8] Lucas sostuvo que estos modelos no llegan a identificar verdaderas relaciones “estructurales” – es decir, relaciones que se espera que sean invariables a pesar de que se produzcan cambios de política económica – a raíz de la forma en que la conducta de la gente depende de sus expectativas sobre la evolución futura de la inflación, ingreso, tasas de interés, etc.
Los macro-econometristas keynesianos reconocieron que las variables actuales y retrasadas que aparecían en sus ecuaciones estimadas a menudo lo hacían, al menos parcialmente, para dar cuenta de los valores futuros pronosticados por la gente sobre éstas u otras variables, pronósticos que, empero, no podían ser directamente observados. Siempre que se pudiera confiar en los pronósticos como si evolucionaran como funciones mecánicas de las variables actuales y retrasadas, que sí eran observadas por el econometrista, importaba poco si las variables observadas intervenían en las ecuaciones para dar cuenta de las expectativas, o si tenían un efecto causal genuino sobre la propia conducta. Empero, la teoría de las “expectativas racionales” implicaba que la forma en que las expectativas cambian con otras variables debería cambiar cuando cambia el patrón de correlaciones entre estas variables y las cantidades pronosticadas, que es lo que sucedería si cambiara el componente sistemático de la política del gobierno[9].
Como el monetarismo, la crítica de la “Nueva [Macro]-economía Clásica” tuvo efectos profundos sobre la práctica macroeconómica, aunque ello resulte tal vez más claro en el trabajo académico que en los análisis económicos realizados en las instituciones que toman decisiones. Reconocer que la conducta económica tiene carácter de visión de futuro, y luego que los efectos de la política gubernamental sobre las expectativas son críticos a todos los efectos, resulta fundamental para comprender el pensamiento existente sobre la política monetaria y fiscal. Por ejemplo, ahora es plenamente aceptado en las discusiones de los bancos centrales, en el sistema bancario, así como en las escuelas de negocios, que la forma en que la política es percibida por el público resulta una preocupación central de los banqueros.
La literatura de la “Nueva [Macro]-economía Clásica” tuvo también consecuencias importantes por la manera en que los que formulan políticas piensan sobre el intercambio entre empleo e inflación. Ahora es ampliamente aceptado que sería un error buscar explotar el intercambio de la “Curva de Phillips” a corto plazo, sin reconocer que la reputación de hacerlo conducirá pronto a la gente a cambiar sus expectativas inflacionarias, de modo que se perderán las ganancias aparentes derivadas de esa política. En medida importante, este punto fue formulado sin la teoría de las “expectativas racionales”, como se vio más arriba. Pero la “Nueva [Macro]-economía Clásica” identificó un escollo adicional, mostrando cómo la optimización discrecional de un banco central que trate de explotar ese intercambio conducirá a un resultado sub-óptimo (en particular, a un sesgo de inflación demasiado elevada) aunque el banco central comprenda correctamente cómo se determinan las expectativas del sector privado. ¿Por qué? El motivo es que el banco central, al elegir el grado óptimo de explotación del intercambio en un momento dado, tenderá a ignorar – racionalmente – el efecto de sus decisiones sobre las expectativas inflacionarias del sector privado en el pasado, que constituyen en ese momento un simple hecho histórico. Pero el sector privado, si tiene expectativas racionales, espera que el banco central actúe precisamente de la manera en que lo hace, y la expectativa de una conducta inflacionaria traslada al intercambio de corto plazo en una dirección adversa. El banco central podría conseguir mejores resultados si se resiste a seguir una conducta inflacionaria, aunque las expectativas pasadas ya sean un simple dato ex post; porque si lograra que su compromiso fuera creíble por el sector privado, las expectativas inflacionarias serían más reducidas, permitiendo que una tasa más reducida de inflación fuese consistente con la tasa de desempleo de la tasa natural[10].
Este análisis teórico de la posibilidad de una falla de coordinación entre el sector privado y el gobierno a muchos les pareció que servía para explicar la trampa en la que los que formulaban políticas se encontraban en los 1970s. El modelo implica que para evitar la trampa no es cuestión simplemente de tratar de que nunca haya inflación – como uno concluiría si las expectativas inflacionarias fueran simplemente una función mecánica de la inflación pasada. Implica que resulta importante no dar la impresión de que quienes formulan políticas estarían dispuestos a explotar las expectativas de baja inflación del sector privado buscando estimular el empleo sin demasiada inflación (aunque superior a la que espera la gente). En la práctica, esto ha llevado a los banqueros centrales a reconocer la importancia de enfatizar su compromiso a controlar la inflación como el objetivo primario de la política monetaria, sin tener en cuenta la existencia de un compromiso de corto plazo entre inflación y actividad económica. En efecto, en los 1990s, varios bancos centrales asumieron la responsabilidad de alcanzar metas inflacionarias explícitas[11].
Hoy en día el supuesto de “expectativas racionales” como mecanismo de modelización es totalmente ortodoxo. Y los modelos macroeconómicos con fundamentos explícitos de la optimización intertemporal son generalmente aceptados como ideales, al menos en principio, aunque los modelos usados en los bancos centrales y en otras partes para el análisis de políticas puedan comprometer este ideal. Esto no significa que el modelo de la “Nueva Macro-economía Clásica”, o sus implicancias nihilistas para las posibilidades de las políticas de estabilización, sean generalmente aceptados. Porque el modelo original de Lucas del ciclo económico demostró ser demasiado exitoso en explicar por qué las fluctuaciones económicas no deberían ser un problema; bajo supuestos razonables sobre la velocidad de circulación de la información en una economía moderna, el modelo no explicaría por qué las perturbaciones monetarias podrían llegar a tener algún efecto significativo (sobre todo, con carácter persistente). Pero esto significa que no podría explicar el carácter de las fluctuaciones observadas en la actividad económica. Aún más, no podría explicar los efectos de perturbaciones monetarias específicas halladas por estudios recientes sofisticados, que controlan cuidadosamente la causalidad inversa desde la actividad económica hacia la oferta monetaria, que continúa siendo hallada en los datos[12].
Se demostró que es posible incorporar la hipótesis de expectativas racionales – y de la conducta optimizadora inter-temporal – dentro de modelos con rigideces de los precios y los salarios nominales[13]. Los modelos “neo-keynesianos” obtenidos de esta manera aún son reconocibles como keynesianos porque contemplan desvíos prolongados de la actividad económica con respecto a su nivel óptimo como consecuencia de la inestabilidad del gasto agregado. Y en principio, también son compatibles para la realización de políticas de estabilización hábilmente conducidas para mejorar lo que podría suceder bajo reglas pasivas arbitrariamente elegidas – si bien implican recomendaciones de políticas muy diferentes al tomar en cuenta las expectativas racionales. Desarrollados a partir de fines de los 1970s, estos modelos han sido mucho más exitosos que los modelos tempranos de la “Nueva [Macro]-economía Clásica” al tener en cuenta las propiedades estadísticas de las series de tiempo económicas observadas, y en la actualidad son usadas versiones estimadas de este tipo de modelos para efectuar análisis de políticas en diversos bancos centrales[14].
4.4) La Teoría del Ciclo Económico Real
El último ataque a la macroeconomía keynesiana provino de la “teoría del ciclo económico real” desarrollada en los 1980s por Finn Kydland, Edward Prescott, Charles Plosser y sus estudiantes y colaboradores[15]. Esta teoría representó una partida radical desde gran parte de la especulación previa sobre fluctuaciones económicas – incluso de la de teóricos pre-keynesianos – en la medida que propuso que las fluctuaciones económicas no indicaban ningún tipo de fracaso del mercado (ya sea inherente o debido a la intromisión del gobierno), pero que se trataban de la respuesta eficiente a cambios exógenos de las oportunidades de producción a través del tiempo.
También era diferente en que no asignaba ningún tipo de importancia a los factores monetarios o financieros (de ahí la referencia a una Teoría del Ciclo Económico “Real”)[16]. En realidad, los ciclos económicos reales implican que la política monetaria no tiene esencialmente ningún efecto sobre la economía – ya sea bueno o malo; propusieron que la “dicotomía clásica” entre variables reales y monetarias de la teoría monetaria del siglo diecinueve se mantiene incluso a corto plazo[17].
Se prestó atención a estas propuestas no solamente porque eran originales dentro de la vida académica. Ya Lucas había pensado hacia 1980 en reconciliar el punto de vista del ciclo económico originado en la inestabilidad monetaria, con las expectativas racionales, la optimización individual, y el ajuste instantáneo del mercado dependía de supuestos que eran a todas luces implausibles. Luego si se quería adherir a las críticas de Lucas (en su forma más fuerte, a saber el rechazo de modelos sin equilibrio de mercado como carecientes de racionalidad a título individual) y, a pesar de ello explicar las fluctuaciones económicas, era necesario hallar otra fuente de las mismas.
Además, la idea de “shocks tecnológicos”, si bien no era convencional, proporcionaba una explicación simple de fenómenos del ciclo económico que abrumaron durante mucho tiempo a los teóricos de las fluctuaciones que buscaban explicarlos bajo el supuesto de que las posibilidades tecnológicas sólo cambian lentamente. Entre ellas, estaba la falla de los salarios a desplazarse en forma anti-cíclica (es decir, disminuir cuando es elevado el nivel de actividad) y el hecho de que las medidas de productividad son fuertemente pro-cíclicas (o sea, aumentan pari passu con la actividad económica).
Por fin, los efectos económicos de los dos grandes “shocks petroleros” de la OPEP de los 1970s hicieron que los economistas fueran más receptivos a la hipótesis de perturbaciones reales en los costos de producción como una fuente importante de inestabilidad económica (si bien la TCER no se proponía explicar estos shocks, y por qué tendrían un efecto tan importante).
La literatura de las fluctuaciones económicas reales también ofreció una nueva metodología, tanto para el análisis teórico como las pruebas empíricas. Demostró cómo se podían elaborar modelos de los ciclos económicos utilizando la metodología inter-temporal preconizada por Lucas, pero que sólo había sido aplicada en pocos documentos de la “Nueva Macro-economía Clásica”. Más importante es que sus modelos podían ser de tipo cuantitativo, haciendo énfasis en la asignación de valores numéricos realistas a los parámetros y computando soluciones numéricas de las ecuaciones del modelo, en lugar de quedarse conforme con meras conclusiones cualitativas derivadas a partir de supuestos más generales.
Los modelos del “ciclo económico de equilibrio” habían sido meras parábolas; no podían ser considerados como descripciones literales de una economía, aún permitiéndose algún grado de idealización que está implícito en todos los modelos. Por ejemplo, el modelo clásico de 1972 de Lucas suponía que la economía está constituida por “generaciones” sucesivas de agentes cada uno de los cuales participa en la economía por dos “períodos” sucesivos, lo que podría ser interpretado – si se piensa en un modelo del ciclo de vida humano – como cada uno durando por décadas. Pero en el modelo, un “período” es también la longitud de tiempo que transcurre entre el punto en que se recibe dinero por una venta y la primera oportunidad que el receptor tiene de gastarlo (que debería ser muy breve), la inversa de la “velocidad de circulación del dinero” (el período durante el cual el valor del producto nacional es igual a la oferta de dinero, usualmente un par de meses), y la longitud de tiempo que toma adquirir conocimiento público de un cambio de la oferta monetaria (tal vez un mes). Con todo esto, resulta difícil evaluar la predicción “cuantitativa” del modelo de que los ciclos económicos deberían durar sólo “un período”. Probablemente las variaciones de la actividad económica tengan una vida demasiado breve como para armonizar con la evidencia, pero resulta muy difícil decir exactamente cuán breves el modelo dice que lo son.
En su lugar, los modelos de los ciclos económicos reales son modelos cuantitativos, pensados para ser tomados en serio como descripciones de la realidad, aunque tengan muchas abstracciones. La literatura pone énfasis en sus predicciones numéricas, cuando se asignan valores a los parámetros en base a medir los aspectos relevantes de la economía. Este procedimiento de “calibración” hace uso de otras fuentes de información sobre valores realistas de los parámetros, en lugar de preguntarse qué valores paramétricos serían los mejores predictores con respecto al carácter de las fluctuaciones cíclicas[18].
De hecho, una de las grandes fuerzas del enfoque es que, precisamente porque las relaciones estructurales del modelo se derivan de fundamentos del comportamiento individual, los parámetros estructurales tienen sentido aparte de su papel de predecir ciertos tipos de respuesta a corto plazo a las perturbaciones. Por eso otras fuentes de información pueden ser usadas para juzgar si los parámetros son o no realistas. Se discute hasta qué punto estas cuestiones de realismo micro fueron analizadas por los teóricos del ciclo real[19]; pero se trató sin dudas de un paso adelante. Dadas la complejidad de las interacciones simultáneas implícitas necesariamente en los modelos macroeconómicos, y la escasez de verdaderos “experimentos naturales” en macroeconomía (ya que toda la economía está involucrada en el fenómeno que uno quiere captar), la disciplina impuso a la modelización del ciclo económico que el realismo micro fuera un condimento esencial[20].
Finalmente, la literatura de la TCER subrayó las pruebas de la capacidad de los modelos para explicar no sólo características cualitativas de las fluctuaciones económicas observadas, sino también las propiedades estadísticas de las series temporales agregativas, en especial las volatilidades relativas y el grado en que las distintas series agregadas se mueven en forma conjunta. Con el énfasis en la descripción estadística de los datos, cabe mencionar que los métodos utilizados para compararlos con las predicciones del modelo han sido bastante informales, en comparación con los cánones de evaluación de la adecuación de los modelos dentro de la tradición macro-econométrica keynesiana previa. Seguramente el rechazo de los métodos econométricos tradicionales por la literatura temprana de la TCER ha sido exagerado; considerar la forma con que el error muestral afecta a la confiabilidad que se deposita sobre el rechazo posible de las predicciones del modelo, debe formar parte esencial de cualquier evaluación seria de un modelo. Empero, en los estadios iniciales de desarrollo de una teoría exitosa, pueden ser apropiados otros tipos de evaluación más informal; y la fuerza con que esta literatura ha proseguido investigando cómo alteraciones de la estructura del modelo pueden afectar a una batería de predicciones cuantitativas es digna de aplauso.
Tal vez sea un poco temprano llegar a un juicio concluyente sobre el impacto final de esta obra. Empero, resulta probable que muchas innovaciones metodológicas de la TCER sean duraderas. Ya son ampliamente adoptadas en los análisis que dejan de lado los supuestos sustanciales de la TCER, mediante la introducción de distintas imperfecciones de los mercados (lo que implica que las fluctuaciones de equilibrio de la actividad y del empleo puedan ser considerablemente sub-óptimas), y suponiendo otras fuentes importantes de perturbación de la economía (y aún, en algunos casos, mostrando cómo las fluctuaciones de la actividad económica podrían tener lugar de modo espontáneo).[21] También la literatura de la TCER tuvo un efecto importante en dirigir la atención a modelizar los factores determinantes de las decisiones de oferta, cuestión que resulta sin duda de una importancia considerable para la dinámica macro, excepto a corto plazo. Los modelos keynesianos de los 1940s y 1950s ignoraron a menudo el lado de la oferta (suponiendo que sería perfectamente elástica en respuesta a las variaciones que produzca la demanda), pero desde entonces hubo muchos desarrollos importantes que permitieron reintroducir a los determinantes de la oferta en el escenario.[22] Tanto la escuela monetarista como la Nueva Macro-economía Clásica introdujeron mejoras importantes para analizar la oferta agregada. Pero ambas estaban preocupadas primariamente en apreciar cómo los cambios de precios (o las expectativas inflacionarias) estaban vinculados con desvíos temporarios de las cantidades reales ofrecidas respecto a la cantidad que la economía ofrecería idealmente si precios y salarios fueran flexibles y se cumplieran las expectativas; esta última cantidad ofrecida (el “producto potencial de la economía”) aún no había sido modelizado, sino que era tomado como un dato. Lo cual era posible porque estos autores aún aceptaban el presupuesto keynesiano de que las fluctuaciones económicas son principalmente un desvío del producto real con respecto al potencial.
Todo cambió con la teoría del ciclo económico real como consecuencia del supuesto radical de que el producto real siempre es igual al potencial. Sea que uno acepte o no esta visión, no puede negarse que hubo avances importantes en comprender los factores determinantes del producto potencial. Ahora es ampliamente aceptado que diversas cuestiones de política importantes de nuestra época, tales como los niveles persistentes de desempleo en Europa occidental, tienen más que ver con los factores determinantes del producto potencial que con cualquier insuficiencia del gasto nominal – aunque los modelos del producto potencial necesarios para entenderlos impliquen fracasos de mercado no considerados en los primitivos modelos de los ciclos económicos reales.[23]
5. ¿Hacia una Nueva Síntesis Neoclásica?
Incluso en cuestiones de política de estabilización de corto plazo, entender la forma en que las perturbaciones económicas, y tal vez las intervenciones de política, alteran a la oferta como a la demanda, permite un análisis más sofisticado de lo que puede esperarse lograr con la política gubernamental.
En efecto, en los 1990s se ha presenciado el desarrollo de lo que se dio en llamar una “nueva síntesis neoclásica”, que combina elementos importantes de la teoría de los ciclos reales con otros elementos de los modelos neo-keynesianos de los 1980s.[24] Como la síntesis neoclásica de Hicks, Samuelson y Patinkin, la nueva literatura busca cruzar el puente de la división metodológica entre micro y macroeconomía, usando herramientas de la teoría del equilibrio general para modelizar los puntos de vista keynesianos. Esto significa utilizar hoy un análisis de equilibrio general intertemporal para modelizar toda la dinámica de la macroeconomía – como suele hacerse en las teorías modernas de los mercados financieros, de la estructura industrial, etc. – en lugar de utilizar un modelo de equilibrio general estático para describir la posición de largo plazo hacia la que la economía tiende en forma asintótica. En la práctica, esto significa que la metodología de la nueva síntesis es en gran medida la de la literatura de los ciclos de fluctuaciones reales, aunque se introduzcan rigideces de salarios y de precios, y se modelicen en detalle los factores determinantes de las decisiones individuales de fijar salarios y precios óptimos.
La nueva síntesis también propone proporcionar puntos de vista tanto de tipo “keynesianos” como “clásicos” asignando a cada uno un papel diferenciado dentro de un modelo completo. Ya no se trata de una división del trabajo donde la teoría keynesiana explica el corto plazo en tanto que la teoría del equilibrio general explica el largo. En su lugar, los factores sobre los que se pone el acento en la teoría de los ciclos económicos reales explican la evolución a través del tiempo del producto potencial, en tanto que surgen desvíos transitorios con respecto a este producto potencial por retrasos en el ajuste de los salarios y los precios. Adicionalmente, los procesos de ajuste de salarios y precios son modelizados explícitamente, y por consiguiente, aún a corto plazo, los cambios de salarios y precios pueden ser tomados en cuenta, así como los cambios del producto potencial.
Las perturbaciones reales pueden desempeñar un papel importante en estos modelos, siendo la última fuente de variaciones de la actividad económica, lo que constituye un punto de vista contradictorio tanto con respecto a los modelos monetaristas y de la Nueva Macro-economía Clásica, que atribuyen las fluctuaciones económicas a la política monetaria errática, en forma primaria. Como se observó antes, los estudios econométricos recientes de los efectos de perturbaciones de políticas tienden a atribuir sólo una fracción de la variabilidad global de la actividad económica a esta fuente, siendo pertinente hacer énfasis en lugar de ello a las perturbaciones reales, como lo hace la TCER. Pero en el caso de los modelos de la nueva síntesis, esto ya no significa que las fluctuaciones de la actividad económica sean deseables, o que la política monetaria sea irrelevante. Como hay retrasos de ajuste de precios y salarios, las consecuencias de las perturbaciones reales usualmente son ineficientes, dependiendo su ineficiencia de la respuesta de la política monetaria. En consecuencia, existe un rol para una política monetaria activa, a fin de mitigar las distorsiones que resultarían de la falla de salarios y precios en ajustarse de modo suficiente en respuesta a las perturbaciones reales.
Resulta así que, como sucedió en las reputadas “contra-revoluciones” más tempranas, el impacto final de la literatura de la TCER no será establecer una visión sustancialmente diferente de los fenómenos económicos, sino más bien un cambio de énfasis, y un aumento de sofisticación, dentro de una tradición ya existente. Porque la nueva síntesis comparte elementos importantes con la economía keynesiana, y aún con la tradición neoclásica de Cambridge en cuyo entorno se desarrollaron las ideas de Keynes. Estos elementos incluyen un énfasis sobre la ineficiencia de las respuestas de corto plazo a las perturbaciones económicas, y sobre el rol desempeñado por la rigidez de salarios y precios como fuente de tales respuestas ineficientes. También aspira, como el keynesianismo de posguerra, a la construcción de modelos de la economía que hagan juego con propiedades detalladas de las series de tiempo, y usados para elaborar un análisis cuantitativo de políticas alternativas.[25] Lo cual implica volver a usar los métodos de control óptimo para computar políticas óptimas de estabilización, una vez que se han tenido debidamente en cuenta los elementos con visión de futuro en las relaciones estructurales correctamente especificadas de un modelo basado en la conducta optimizante del sector privado.[26]
No vale la pena insistir en que la síntesis teórica emergente tiene características netamente keynesianas.[27] Como lo hizo notar Robert Lucas, un signo de que se está en presencia de una revolución científica exitosa es que los físicos no se refieren a sí mismos como “físicos einstenianos” de fines de siglo. Y en lo que respecta a diversas controversias debatidas entre los keynesianos y anti-keynesianos declarados de hace unas décadas – como la utilidad del paradigma de optimización individual y el análisis de equilibrio en macroeconomía, la eficacia relativa de las políticas fiscales y monetarias, o la cuestión acerca de si el estímulo a la demanda implica consecuencias inflacionarias en circunstancias de empleo inferior al pleno – la literatura se ha puesto del lado de los críticos del keynesianismo. Aquí vendría a punto señalar que el entusiasmo por voltear a la economía keynesiana fue una fuente de manifiestos estridentes no más útiles al progreso de una comprensión científica de las fluctuaciones agregadas que los excesos del fundamentalismo keynesiano de mediados de siglo. Así como sucedió con la revolución keynesiana, el verdadero significado de los adelantos fundamentales que hubo hacia fines del siglo no fue entendido por los defensores más ardorosos del cambio revolucionario.
Finalmente, resulta apropiado formular una reflexión acerca de las perspectivas de resolución que podría haber en el nuevo siglo del cisma entre las ramas de la “micro” y la “macro” en economía, que ha sido característico de la pedagogía de las últimas varias décadas. En principio, existe un amplio terreno para una reunificación del tema. La macroeconomía ya no exige que el estudio de los fenómenos agregados requiera una metodología diferente; en lugar de ello, los modelos macroeconómicos modernos son modelos de equilibrio general inter-temporal, derivados de supuestos similares sobre la conducta de optimización de los hogares y de las empresas como los que se utilizan en otras ramas de la economía. Además, los fines de las políticas de estabilización ahora pueden ser discutidos totalmente en términos que, como el intento de reducir las pérdidas de eficiencia resultantes de distorsiones de distorsiones observables en el mecanismo de mercado, se corresponden con aquellos utilizados en la evaluación de políticas por los microeconomistas.
Al mismo tiempo, en lo que concierne a la sociología de la disciplina, la división entre micro y macroeconomistas aumentó en las recientes décadas, pese a la convergencia metodológica. El motivo primario de ello es probablemente la creciente especialización de la investigación económica, como en otros campos. Hasta los años 1960s, era bastante usual que economistas de prestigio hicieran contribuciones tanto al análisis de lo micro y lo macro, y que en ambos estuvieran calificados para brindar ambos tipos de cursos. Esta situación es cada vez menos común. Por otra parte, las ramas de las varias especialidades en economía que se ocupan de temas micro y macro cada vez tienen menos contacto entre sí. En el programa doctoral de Princeton, en fecha reciente el campo anterior de “economía internacional” se subdividió en dos sub-campos (“comercio internacional” y “finanzas internacionales”), que corresponden a los aspectos micro y macroeconómicos de economía internacional. A los econometristas aplicados se los puede identificar ahora como estudiando temas de microeconomía empírica, o surgiendo de la macroeconomía empírica, pero no ambos. En otras especializaciones, tales como la economía laboral, economía del desarrollo, y finanzas públicas, no tuvo lugar una división similar porque, básicamente, en muchos departamentos de estudio norteamericanos, los aspectos macro de estos campos se perdieron tranquilamente del plan de estudios a medida que las especializaciones terminaron siendo dominadas por los microeconomistas.
No resulta claro que pueda hacerse algo con esta situación ya que la especialización siempre en crecimiento parece un hecho vital de la investigación en nuestras universidades. Con todo, la tendencia tiene consecuencias poco atractivas, en particular la atrofia de campos de estudio tales como la macroeconomía del desarrollo y la “macro laboral”, que parecerían ser campos cruciales desde el punto de vista de su importancia para mejorar las políticas públicas. La desaparición de estos campos como tema de investigación académica resulta desafortunada, tanto porque significa menos atención prestada a estas cuestiones de política, y porque se ha reducido la riqueza del cuerpo de conocimiento institucional del cual abrevan los macroeconomistas. Sería deseable que emergiera un consenso metodológico entre los macroeconomistas que hiciera posible, en el nuevo siglo, revivir los vínculos entre la macroeconomía general y estos campos más especializados de investigación.
[1] John F. Muth, Rational Expectations and the Theory of Price Movements, Econometrica, Vol. 29, No. 3 (Jul., 1961), pp. 315-335.
[2] Paul A. Samuelson, Proof that Properly Anticipated Prices Fluctuate Randomly, Industrial Management Review 6: 41-49 (1965).
[3] El ruido blanco es una señal aleatoria (proceso estocástico) que se caracteriza por el hecho de que sus valores de señal en dos momentos diferentes no guardan correlación estadística.
[4] Robert E. Lucas, Jr., Expectations and the neutrality of money, Journal of Economic Theory 4: 103-123 (1972).
[5] Roy Radner, Existence of Equilibrium of Plans, Prices, and Price Expectations in a Sequence of Markets, Econometrica, Vol. 40, No. 2. (Mar., 1972), pp. 289-303.
[6] Esta “proposición de irrelevancia de políticas” fue anunciada en Thomas J. Sargent y Neil Wallace, «Rational» Expectations, the Optimal Monetary Instrument, and the Optimal Money Supply Rule, The Journal of Political Economy, Vol. 83, No. 2 (Apr., 1975), pp. 241-254. El desafío de la “Nueva Economía Clásica” fue planteado en forma agresiva por Robert E. Lucas, Jr. y Thomas J. Sargent, en After Keynesian Macroeconomics, Fed. Reserve Bank of Minneapolis Quarterly Review, 1979, 3(2), pp. 1-16.
[7] Keynes admitió que “los economistas de la posguerra, pocas veces logran sostener su credo clásico en forma consistente: porque su pensamiento actual está demasiado permeado por tendencias contrarias y hechos de experiencia demasiados inconsistentes con sus posiciones anteriores.” Pero mantuvo que “no han sacado todas las consecuencias que se imponen; y no han revisado su teoría fundamental”. En vez de ello, el economista de Chicago Frank H. Knight denunció las referencias de Keynes a la existencia de una “economía clásica” como “ese tipo de caricaturas de muñecos de paja que se hacen típicamente con el fin de atacarlos en las controversias”. Ver Unemployment: And Mr. Keynes’s Revolution in Economic Theory, The Canadian Journal of Economics and Political Science/Revue canadienne d’Economique et de Science politique, Vol. 3, No. 1 (Feb., 1937), pp. 100-123.
[8] Robert E. Lucas, Jr., Econometric Policy Evaluation: A Critique, Carnegie-Rochester conference series on public policy, 1976.
[9] Esto resulta razonablemente claro que debería ser así, al menos eventualmente. La experiencia de los 1970s con la inestabilidad de las “curvas de Phillips” econométricas hacía plausible que tales cambios fueran lo suficientemente rápidos como para ser preocupantes aún en el análisis de políticas de mediano plazo. Lucas subrayó que los ejercicios de simulación de políticas convencionales eran fundamentalmente defectuosos bajo este aspecto, y sugirió que la posibilidad de conseguir mejores resultados económicos mediante una “puesta a punto” dependía de inferencias defectuosas de este tipo. [E.B.: Al poco tiempo del trabajo de Lucas, trabajos de Otto Eckstein y Lawrence Klein demostraron que, en realidad, los cambios de política aplicados en los modelos utilizados para los Estados Unidos no eran la fuente principal de error en los pronósticos, sino que ésta debía hallarse sobre todo en errores en la predicción de las variables exógenas del contexto internacional y en acontecimientos y eventos irregulares de difícil predicción, por ejemplo una huelga o una guerra. Recientes trabajos, entre ellos uno de Ericsson e Irons, tienden a mostrar que desde hace mucho tiempo no existe evidencia convincente a favor de la crítica de Lucas, en función del análisis de un conjunto de modelos. Hoy se conocen más las limitaciones de este tipo de modelos y estamos obligados a ser mucho más cuidadosos con respecto a su utilización, sobre todo porque debemos superar la crítica de Lucas, y ésta requiere testear que las variables de política económica sean realmente exógenas y manejadas por la política económica, y no resultado de un proceso endógeno. El documento referido de Ericsson e Irons es The Lucas critique in practice: theory without measurement (Board of Governors of the Federal Reserve System, U.S., 1995). Los autores investigan la relevancia práctica de la crítica. Construyen una base bibliográfica con todos los artículos del Social Science Citation Index mencionados por Lucas en 1976. Llegan a la conclusión de que no existe virtualmente evidencia a favor de la crítica de Lucas; usan pruebas de súper-exogeneidad ilustradas mediante la demanda monetaria del Reino Unido. Hay muchos otros estudios que refutan esta crítica para diversas relaciones macro-económicas.]
[10] La referencia clásica es Finn E. Kydland y Edward C. Prescott, Rules Rather than Discretion: The Inconsistency of Optimal Plans, The Journal of Political Economy, Vol. 85, No. 3. (Jun., 1977), pp. 473-492. [Nota de E.B.: El filósofo y economista Jon Elster ha tratado este problema en Ulysses and the Sirens (Cambridge, 1979)].
[11] Ver Ben S. Bernanke, Thomas Laubach, Frederic S. Mishkin, and Adam S. Posen, Inflation Targeting: Lessons from the International Experience, Princeton: Princeton University Press, 1999.
[12] Para una reseña reciente, véase Lawrence J. Christiano, Martin Eichenbaum y Charles L. Evans, Monetary Policy Shocks: What Have We Learned and to What End?, NBER Working Paper N. 6400, Feb. 1998.
[13] Ver John B. Taylor, Chapter 15 Staggered Price and Wage Setting in Macroeconomics, Handbook of Macroeconomics, Volume 1, Edited by J.B. Taylor and M. Woodford, 1999.
[14] Sobre el rol de las expectativas racionales y la optimización inter-temporal en el modelo de Estados Unidos usado por el FRB, véase Flint Brayton, Andrew T. Levin, Ralph W. Tryon, and John C. Williams, The Evolution of Macro Models at the Federal Reserve Board, May, 1997, Board of Governors of the Federal Reserve System Finance and Econ. Disc. Series #97-29; y Flint Brayton, Eileen Mauskopf, David Reifschneider, Peter Tinsley, and John Williams, The role of expectations in the FRB/US macroeconomic model, Federal Reserve Bulletin, Board of Governors of the Federal Reserve System (U.S.), April 1997.
[15] Las referencias clásicas incluyen a Kydland y Prescott, Time to Build and Aggregate Fluctuations, Econometrica 50: 1345-1370 (1982); y a John B. Long, Jr. y Charles I. Plosser, Real Business Cycles, The Journal of Political Economy, Vol. 91, No. 1 (Feb., 1983), pp. 39-69. Una reseña a favor de esta literatura puede hallarse en Robert G. King y Sergio Rebelo, Chapter 14 Resuscitating Real Business Cycles, in Handbook of Macroeconomics, Volume 1, Edited by J.B. Taylor and M. Woodford (1999).
[16] Entre los precursores de este tipo de análisis cabe mencionar a Dennis Robertson, A Study of Industrial Fluctuation, London, 1915. Robertson no sólo atribuyó un rol primario causal a cambios del progreso técnico, pero también sostuvo que algunas variaciones resultantes de la actividad económica representaban “fluctuaciones apropiadas”. También ignoró en su libro a los factores monetarios, aunque posteriormente, en Banking Policy and the Price Level (London, 1926) introdujo algunas referencias.
[17] Las correlaciones entre los cambios de la oferta monetaria y el ciclo económico enfatizadas por los monetaristas fueron explicadas por algunos que sostenían el enfoque del Ciclo Económico Real como causalidad inversa, reviviendo así un argumento que los keynesianos habían planteado contra la evidencia monetarista. Por ejemplo, ver Robert G. King and Charles I. Plosser, The Behavior of Money, Credit, and Prices in a Real Business Cycle, NBER Working Paper N. 0853, November 1984. Esta interpretación estructuralista es generalmente rechazada en círculos académicos.
[18] Esta característica ha sido subrayada por Robert G. King, Quantitative Theory and Econometrics, Federal Reserve Bank of Richmond, Economic Quarterly Volume 81/3 Summer 1995, 53-105. [E.B.: Véase también Finn E. Kydland y Edward C. Prescott, The Computational Experiment: An Econometric Tool, The Journal of Economic Perspectives, Vol. 10, No. 1 (Winter, 1996), pp. 69-85.]
[19] Lawrence J. Summers, Some Skeptical Observations on Real Business Cycle Theory, Real business cycles: a reader (Edited by James E. Hartley and Kevin D. Hoover), Routledge, 1998.
[20] Woodford insiste en este punto: aquí, como en ninguna otra porción de la economía, insistir en el postulado positivista de que una teoría debería ser juzgada por el éxito de sus predicciones, en lugar de hacerlo por el realismo de sus supuestos, parece poco sabio.
[21] Véase Thomas F. Cooley and Edward C. Prescott, Chapter 1 Economic Growth and Business Cycles, Frontiers of business cycle research, Edited by Thomas F. Cooley, Princeton University Press, 1995; Pierre-Yves Hénin, Advances in business cycle research: with applications to the French and US economies, Springer, 1995.
[22] Así, la pancarta retórica debajo de los “economistas del lado de la oferta” de la administración de Ronald Reagan tenía al menos una conexión superficial con los desarrollos intelectuales importantes que hemos visto. Sin embargo, la reaparición de un énfasis sobre el lado de la oferta entre los macro-economistas académicos tuvo poco que ver con la creencia de que los recortes impositivos fueran una ruta feliz a la prosperidad. De hecho, estuvo más vinculada con una aprobación seria de límites a la medida en que una mera reorganización de derechos financieros podría lograr la prosperidad sostenida.
[23] Por ejemplo, ver R. Jackman, R. Layard y S. Nickell, Combatting Unemployment: Is Flexibility Enough?, Centre For Economic Performance, Discussion Paper No. 293, March 1996; Olivier Blanchard y Lawrence F. Katz, What We Know and Do Not Know About the Natural Rate of Unemployment, The Journal of Economic Perspectives, Vol. 11, No. 1 (Winter, 1997), pp. 51-72; Horst Siebert, Labor Market Rigidities: At the Root of Unemployment in Europe, The Journal of Economic Perspectives, Vol. 11, No. 3 (Summer, 1997), pp. 37-54.
[24] Por ejemplo, ver Marvin Goodfriend y Robert G. King, The new neoclassical synthesis and the role of monetary policy, Federal Reserve Bank of Richmond, Working Paper N. 98-05, 1998.
[25] Véase, p.ej., Robert G. King y Mark W. Watson, Money, prices, interest rates and the business cycle, Reserve Bank of Chicago, Working Paper Series, Macroeconomic Issues, Nº 95-10, 1995; Julio J. Rotemberg y Michael Woodford, An Optimization-Based Econometric Framework for the Evaluation of Monetary Policy, NBER Macroeconomics Annual, Vol. 12, (1997), pp. 297-346; Peter N. Ireland, A small, structural, quarterly model for monetary policy evaluation, Carnegie-Rochester Conference Series on Public Policy 47 (1997) 83-108.
[26] Por ejemplo, como lo hace Michael Woodford, Optimal Monetary Inertia, June 1999.
[27] Miles Kimball denomina al nuevo tipo de modelo “neomonetarista”, y Robert G. King y Alexander L. Wolman señalan el parentezco de los modelos de la nueva síntesis con algunos aspectos de los modelos monetaristas de los 1960s. Miles S. Kimball, The Quantitative Analytics of the Basic Neo-monetarist Model, NBER Working Paper Nº 5046, March 1996; Robert G. King y Alexander L. Wolman, Inflation targeting in a St. Louis model of the 21st century, Proceedings of the Federal Reserve Bank of St. Louis, May 1996, 83-107. El sentido primario en que los modelos son monetaristas es que presentan desvíos del producto potencial determinado por los factores reales como totalmente transitorios, y prestan atención al ajuste de precios y a las expectativas inflacionarias a medida que tiene lugar el proceso de ajuste del producto hacia el producto potencial. Por otra parte, no implican necesariamente que la cantidad de dinero tenga especial significación, ya sea como un determinante del gasto agregado o como un instrumento apropiado de política monetaria. Véase, por caso, el artículo citado de Rotemberg y Woodford.
Muy buen post. Enhorabuena.
Se hecha de menos, sin embargo, la explicación del desempleo (especialmente cuando es tan elevado que no se puede considerar voluntario) de estos «nuevos sintetizadores». En cualquier caso, y a diferencia de doctrinas anteriores, parece que no han impresionado mucho a los Gobiernos y Bancos Centrales, que siguen recurriendo al gasto público como política anticíclica. Como dijo Lucas:»We are all Keynesians in the foxhole».
Saludos