Enrique Bour nos envió una traducción, extendida por él, del trabajo de Michael Woodford: Revolución y Evolución en la Macroeconomía del siglo XXI. Dado el interés que despiertan los temas macroeconómicos, nos pareció una buena idea publicarlo en Foco Económico. Debido a su extensión, lo publicaremos en 3 partes, a partir de hoy.
(Princeton University, Junio de 1999)
Traducción, agregado de notas auxiliares y de algunas cosas más: Enrique A. Bour (Febrero de 2011)
Hay muchos motivos para concentrarse en la macroeconomía – aparte de que se trata de mi especialidad. En primer lugar, dentro de los campos aplicados de la economía, ocupa un sitial especial en los planes de estudio modernos de economía. También, porque se trata de la parte de la economía que el público en general asocia con mayor frecuencia a todo el campo. Por ejemplo, hace unos años Daniel Bell e Irving Kristol editaron un libro titulado The Crisis in Economic Theory (New York, Basic Books, 1981), pero el libro no trataba teoría económica general, sino el estado de la teoría macroeconómica.
En segundo lugar, la macroeconomía es un caso interesante porque el grado de avance a lo largo del siglo dista mucho de ser transparente, lo que lo hace un tema apropiado de discusión. Una discusión del progreso que hubo en el siglo en teoría económica general – con énfasis primario sobre lo que se enseña en los cursos de “teoría microeconómica”, que hacen énfasis en las decisiones de las familias y las empresas individuales – sería más apropiada si mi objetivo fuera aumentar el prestigio de mi propio campo entre los muchos distinguidos representantes de otras disciplinas presentes. Pero la historia tendría poco suspenso, ya que no sería una simplificación excesiva presentar al campo como avanzando constantemente y sin problemas, desarrollando teorías con una mayor potencia en forma creciente, de mayor amplitud, usando una estructura explicativa esencialmente sin cambios, basada en los conceptos de la conducta individual optimizadora y el equilibrio de mercado, que ya eran centrales en el pensamiento económico del siglo anterior.
La macroeconomía ha dado lugar a famosas polémicas, y Bell y Kristol sólo van un poco más allá de lo que uno encuentra en la literatura académica. Las discusiones de los desarrollos en la macroeconomía del siglo veinte hacen frecuentes referencias a “revoluciones” y “contra-revoluciones”[2] y la cuestión de si se ha avanzado en absoluto (o qué desarrollos amplios deberían ser contabilizados como progresos) aparece como un tópico de debate más vivo entre los economistas que lo que se podría creer posible en el caso de un tópico con semejante posición canónica dentro del plan de estudios.
Por último, la macroeconomía es un caso conveniente de considerar porque hace a la quintaesencia del desarrollo del siglo veinte. La promoción de la macroeconomía como una segunda rama en condiciones de igualdad de la teoría económica en el plan de estudios estándar es una novedad del siglo XX, resultado tanto de la evolución intelectual (en particular la influencia de la teoría keynesiana) y de una nueva importancia atribuida a la gestión de la economía en las ideas del siglo XX al papel del gobierno. Los escépticos pueden impugnar si debe tener un papel igualmente importante en los planes de estudio del siglo venidero. Me inclino a creer que debería, pero la pregunta vale la pena la pena de ser tenida en cuenta, y plantea cuestiones fundamentales acerca de la naturaleza tanto de este subcampo y de la economía en general.
1) Nacimiento de la Macroeconomía
El estudio sistemático de las fluctuaciones económicas y de la política de estabilización es casi por completo un desarrollo que tuvo lugar en el siglo XX. En el siglo anterior, la aparición de reiteradas «crisis» era una característica de la vida comercial que un número de autores señaló, incluyendo a Karl Marx. Pero la especulación acerca de la naturaleza de este tipo de crisis rara vez se elevó al nivel de algo que pueda ser llamado teoría, y tuvo poco efecto sobre el punto de vista del mecanismo de mercado que se presenta en los textos principales en la teoría económica.
La economía monetaria existía como un sub-campo identificable, y algunas ideas teóricas importantes incluso habían sido desarrolladas. Éstas incluían a la teoría cuantitativa del dinero (la proposición de que aumentos de la oferta monetaria conducen, por lo menos eventualmente, a un aumento equi-proporcional del nivel general de los precios), y la dicotomía entre las variables “reales” y “nominales” (las primeras están determinadas, por lo menos a largo plazo, por factores puramente no monetarios).
Empero, la discusión de cómo conducir la política monetaria tuvo escaso contacto con esta teoría. Además, la política monetaria era vista mayormente como una cuestión técnica vinculada con la “tasa bancaria” (en terminología británica) requerida para evitar la pérdida de reservas de oro del banco central, a efectos de
poder continuar permaneciendo dentro del régimen de patrón oro; no se discutía en términos de objetivos más amplios tales como la estabilización de la actividad económica, el empleo, o el nivel general de precios.
La principal cuestión monetaria era la elección del patrón monetario – ya fuera el patrón oro, el patrón plata, un patrón bi-metálico, o si existía alguna alternativa más exótica preferible en principio.
Las primeras décadas del siglo XX vieron progresos importantes en los estudios de las fluctuaciones económicas, con diversas explicaciones propuestas para explicar la regularidad de los ciclos. Tal vez lo más importante fue que, en los años 1920s, se formaron varios institutos estadísticos en diversos países para estudiar los ciclos económicos, y los especialistas (como en el que trabajaban con Wesley Mitchell en el National Bureau of Economic Research de Nueva York) pudieron documentar detalladamente los patrones recurrentes del movimiento conjunto entre muchas series económicas[3]. Los teóricos del ciclo económico de aquellos
tiempos tenian diversos puntos de vista, no sólo sobre el origen de las fluctuaciones, sino sobre lo que podría hacerse con las mismas. Algunos que habían recibido la influencia de la teoría “Austríaca”, pensaban que la secuencia de eventos que caracterizan un ciclo es inevitable, con lo cual al gobierno le resultaría poco prudente, o quizá imposible, practicar algún tipo de intervención[4]. Los había más optimistas sobre las posibilidades de una política de estabilización (tal el caso del sueco Gunnar Myrdal, de la misma forma que gran parte de los miembros de la escuela de Cambridge, a la que pertenecía Keynes). Por ejemplo, algunos como Arthur Pigou y Dennis Robertson de Cambridge pensaban que la política monetaria no sería efectiva, pero que cambiar el gasto en obras públicas a lo largo del ciclo era muy deseable, mientras que Ralph Hawtrey, otro teórico del ciclo de Cambridge, sostenían precisamente lo contrario.
En todo caso, antes de los 1930s ninguna de estas teorías tuvo demasiados efectos prácticos sobre la política pública. Por un lado, las teorías del ciclo económico de los 1920s aún no formulaban modelos cuantitativos para ser utilizados en el análisis de políticas alternativas. Los estudios de los ciclos económicos consistían en descubrir las similitudes entre sucesiones de mediciones tomadas en distintos momentos y lugares; pero la mera documentación de estas mediciones daba escasa indicación de lo que sucedería si el gobierno interviniera. Las teorías propuestas tendían a ser desarrollos narrativos de sucesiones de eventos que se seguían unos a otros mediante “fases” sucesivas del “ciclo” económico, dentro de una intrincada – pero absolutamente lineal – cadena de causalidad. No resultaban adecuadas a fin de predecir los patrones complejos de escenarios alternativos.
2. La “Revolución Keynesiana”
La Gran Depresión tuvo, naturalmente, un efecto dramático sobre el pensamiento en tales asuntos. Desplazó la atención de la dinámica de los ciclos recurrentes a cuestiones urgentes acerca de qué hacer ante una depresión severa, y planteó la cuestión urgente de qué medidas de gobierno (p.ej. obras públicas) podrían llevarse a cabo. La publicación de la General Theory of Employment, Interest and Money de John Maynard Keynes tuvo un profundo impacto intelectual, creando en esencia la ciencia de la macroeconomía tal como la entendemos hoy en día.
Keynes ofreció una teoría de la depresión económica que consistía, como es sabido, en que los mecanismos de mercado no son confiables al efecto de rebotar en forma espontánea de una depresión, y que preconizaba el gasto público, de ser preferible con un déficit del balance del gobierno, a fin de estimular la demanda global. Lo más importante, desde el punto de vista científico, es que presentó un marco analítico que podía ser utilizado para calcular los efectos del gasto público y de los impuestos por un monto determinado sobre la actividad económica, permitiendo así estimar el tamaño de la intervención requerida.
Hay quienes han cuestionado el carácter novedoso de algunas ideas de Keynes[5]. Es cierto que las partes del libro que resultaron más novedosas y escandalosas para sus contemporáneos no han sido, precisamente, las que más perduraron. Muchos temas importantes, como el lento ajuste de los salarios como explicación del desempleo permanente, hasta la recomendación de hacer obras públicas para aumentar el empleo, podían ser hallados en otros escritores de la época – y aún de la década anterior[6]. Pero la genialidad de Keynes fue amalgamar en forma conjunta todas las piezas.
Gran parte de lo que en esa época se entendía por análisis económico era usar el paradigma de determinar precios y cantidades mediante la oferta y la demanda a fin de explicar un solo precio y la cantidad correspondiente en un mercado aislado, mediante curvas de oferta y demanda. Los salarios (y el empleo) se determinaban por la oferta y la demanda de trabajo; las tasas de interés (y el ahorro) se determinaban por la oferta y la demanda de fondos para financiar inversiones; y el nivel general de precios (y los saldos monetarios) los determinaban la oferta de dinero y las relaciones de demanda. En estos casos, negar que los precios equilibren el mercado en realidad hubiera sido lo mismo que abandonar el paradigma explicativo, con lo cual el análisis económico hubiera tenido muy poco que decir.
Pero el análisis de Keynes demostró que, si en lugar de ello, se consideraba la determinación conjunta de todos los precios y cantidades (teniendo en cuenta el hecho de que el nivel de ingresos implica un cierto nivel de empleo y también influye sobre la oferta de ahorro y la demanda de saldos monetarios, y así sucesivamente), se podría negar el postulado de equilibrio en algún punto del sistema (el mercado de trabajo) y aún tener en funcionamiento el postulado de equilibrio en los restantes mercados[8]. Además, se podían alcanzar conclusiones sobre las intervenciones que podrían tener efecto sobre el empleo, por ejemplo, que iban más allá del mero ajuste de factores vinculados con ese mercado específico. Luego si bien la idea de que la rigidez hacia abajo de los salarios podría conducir al desempleo fue bien entendida por sus contemporáneos, a Keynes no le interesaba promover la conclusión de que la cura debía pasar por salarios más bajos. Considerar las interacciones entre distintos mercados permitía comprender por qué otras intervenciones, tales como el gasto público, también podían ser efectivas, y por qué recortes de los salarios no lo eran necesariamente.
El resultado era un instrumento poderoso para analizar los efectos de cualquier tipo de factor de perturbación (con origen dentro de la economía o en la acción del gobierno) sobre varias variables importantes, bajo circunstancias que permitían que subsistiera un período persistente de salarios (y tal vez precios) que no se ajustaban. Disponer del mismo facilitó en gran medida que se desarrollara una nueva actitud hacia la política económica, en la que el gobierno aceptaba un mayor grado de responsabilidad hacia la administración del nivel de actividad económica, y los asesores económicos proporcionaban estimaciones de los efectos de las acciones particulares que se contemplaba poner en marcha[9]. También dio ímpetu al desarrollo de la contabilidad del ingreso nacional, que fue otro adelanto crítico del siglo veinte para entender las fluctuaciones económicas, por el acento que el sistema de Keynes puso en diversos componentes del gasto nacional como fuente de variaciones de corto plazo de la actividad económica[10].
Por fin, la economía de Keynes facilitó el andamiaje conceptual para desarrollar modelos econométricos de la economía de ecuaciones simultáneas, con el fin de hacer pronósticos y análisis de políticas cuantitativas. Es cierto que los primeros modelos econométricos de ecuaciones simultáneas habían sido desarrollados por Jan Tinbergen en los 1930s, en la práctica estaban inspirados por teorías del ciclo económico pre-keynesianas, y parece que Keynes era bastante escéptico con respecto a estos desarrollos. Sin embargo, quienes fueron los principales responsables de desarrollar modelos macro-econométricos en la posguerra, como Lawrence Klein[11] y Franco Modigliani[12], basaron la estructura de sus modelos en forma directa sobre el esqueleto que facilitó Keynes en la General Theory y en elaboraciones subsiguientes como las de Hicks y las del propio Modigliani. Además, los modelos de Tinbergen tenían una estructura recursiva en la cual cada variable estaba determinada individualmente por una combinación de perturbaciones exógenas y de variables precedentes, si bien cada variable endógena podía llegar a estar afectada por los valores anteriores de varias otras; sin embargo, no incorporaban la determinación simultánea de variables que hoy identificamos como un aspecto crucial de la revolución keynesiana, y que fue responsable de un problema intelectual central (el problema de identificación) en los modelos econométricos de ecuaciones simultáneas.
Por consiguiente, el desarrollo de la economía keynesiana constituyó un hito central para el desarrollo de la economía moderna tal como aparecía a mediados de siglo. Esto no sólo se debió a que concedió gran importancia al estudio de las fluctuaciones económicas, que ahora dispone de resultados y una misión de suficiente importancia como para que la macroeconomía figure como tema central en los planes de estudio. La economía keynesiana también dio un ímpetu crucial al desarrollo de otros dos temas clave de mediados de siglo – el razonamiento en términos de equilibrio general en teoría económica, y la modelización econométrica por medio de sistemas de ecuaciones simultáneas. Puede parecer extraño que sostenga – a la luz de las disputas sobre los “micro-fundamentos de la macroeconomía” que se plantearon a partir de los 1960s – que la macroeconomía keynesiana y la teoría del equilibrio general son parte de una corriente más amplia de razonamientos de equilibrio general. Pero las contribuciones más tempranas de la teoría del equilibrio general como paradigma del análisis económico, tales como Value and Capital de John R. Hicks (1939) y Foundations of Economic Analysis de Paul A. Samuelson (1947), dieron preeminencia a la teoría keynesiana como una aplicación importante del análisis de equilibrio general. Además, algunos importantes críticos de la época del análisis de equilibrio general sobre bases metodológicas también fueron críticos de la macroeconomía keynesiana[13].
3. La “Síntesis Neoclásica”
Desde la segunda guerra mundial, varios de los desarrollos más importantes en macroeconomía pueden ser descriptos como intentos de llegar a un acuerdo con la “revolución keynesiana” que se acaba de describir. El surgimiento de la economía keynesiana creó un nicho para la macroeconomía como una segunda rama importante de la teoría económica, en forma conjunta con la teoría microeconómica (cuya versión moderna, la “teoría del valor”, constituyó virtualmente todo el contenido de la teoría económica del siglo diecinueve). Lo hizo no sólo otorgándole a la macroeconomía nuevo contenido e importancia, sino también dejando no del todo clara la conexión entre los principios macroeconómicos y los más familiares de la teoría microeconómica (elección racional del individuo y equilibrio de mercado), lo que produjo que la enseñanza de la economía fuera menos incómoda al tratar los dos temas en días distintos, cuando no en distintos semestres.
Pero a medida que la macroeconomía se transformó en un tema cuantitativo con el desarrollo de modelos econométricos, las conexiones con el análisis micro resultaron cada vez menos explícitas. Las relaciones estadísticas entre series temporales agregadas pasaron a tener prioridad sobre nociones teóricas como las de los incentivos implicados por los precios o las restricciones que implican los presupuestos, o aún la naturaleza de las unidades económicas en las que se toman las decisiones particulares. Los precios dejaron de ser enfatizados cuando se apreció que sus mediciones no resultaban de gran ayuda en ecuaciones de regresión que trataban de explicar la evolución de cantidades agregativas, y se tornó a vincular cantidades con otras cantidades (por ejemplo, explicar las variaciones del consumo y del gasto de inversión por las variaciones del ingreso nacional). Pero estas relaciones son distintas de las sugeridas por la teoría micro, donde se pone énfasis en la respuesta de los hogares individuales y las empresas a los incentivos de precio. Luego, en la época que la macroeconomía keynesiana había adquirido su plena madurez, es decir en los 1960s, se había llegado a un acuerdo en que la inconsistencia aparente entre la estructura de los modelos macro y el tipo de teoría económica usada en otras ramas de la economía aplicada planteaba un problema fundamental para la coherencia de la economía moderna. Este problema ha sido referido como la necesidad de “micro-fundamentos para la macroeconomía”[14].
La macroeconomía también parecía presentar un punto de vista fundamentalmente distinto del mecanismo de mercado que el brindado por la teoría microeconómica corriente – una pintura de la economía sujeta a fuerza arbitrarias y que necesita siempre una administración constante por medio de la política de gobierno para mantenerla en la pista, en lugar de un mecanismo auto-regulador que siempre lleva en forma espontánea a una asignación eficiente de recursos. Esta impresión fue subrayada por el énfasis del propio Keynes en la General Theory acerca de la posibilidad de un fracaso del mercado, y en particular sobre la idea de que podrían existir recursos desempleados en un estado de “equilibrio”, no eliminados en forma espontánea por el mecanismo del mercado. Estableció un claro contraste entre su propio sistema y la ortodoxia previa, que denominó “la economía clásica”.
Presentar a la economía keynesiana como un desafío radical a la teoría económica convencional llevó a algunos a extraer la consecuencia de que sólo una de las dos podía ser cierta. Los keynesianos radicalizados, especialmente en Cambridge (Inglaterra), esperaban que los puntos de vista de la General Theory facilitasen los cimientos de una nueva economía; por otra parte, algunos tradicionalistas sostenían que la teoría keynesiana era fundamentalmente errónea. Pero el enfoque predominante, luego de que terminara la Depresión, especialmente en Estados Unidos, fue lo que se dio en llamar “la síntesis neoclásica”. Esta síntesis, desarrollada especialmente por John R. Hicks y Paul A. Samuelson entre otros, en la primera década después de los escritos de Keynes, propuso que tanto la teoría keynesiana como la teoría del equilibrio económico general podían ser vistas como correctas, aunque fueran puntos de vista parciales de la realidad económica. Se sostenía que la teoría del equilibrio general competitivo explicaría correctamente la determinación de precios y cantidades a largo plazo, una vez que los salarios y los precios tuvieran tiempo suficiente para ajustarse de modo de equilibrar los mercados; por consiguiente, no se negaba la propiedad de auto-regulación del sistema de mercados, pero simplemente en ciertas circunstancias era lo suficientemente lenta como para justificar la conveniencia de intervenir a efectos de acelerar la velocidad de ajuste que los mercados – idealmente – tendrían de por sí. Al mismo tiempo, se argumentaba que el modelo keynesiano explicaba los efectos de corto plazo de las perturbaciones sobre la economía así como de las intervenciones del gobierno, antes de que precios y salarios tuvieran tiempo para ajustarse.
Cómo se pasaba del corto plazo keynesiano al largo plazo “clásico” no fue estudiado. Hicks, Samuelson y Oskar Lange[15] realizaron esfuerzos iniciales para desarrollar versiones dinámicas del modelo keynesiano, pero en estos trabajos tempranos la dinámica enfatizada implicaba el ajuste de cantidades a través del tiempo en respuesta a alguna perturbación inicial, dentro de un contexto de salarios y precios fijos, más que un proceso de ajuste de precios y salarios. La integración del análisis keynesiano de corto plazo con un modelo walrasiano de equilibrio de largo plazo sólo comenzó a ser tratada en la obra de Don Patinkin[16] y el tema sigue siendo un punto central de la agenda de investigación en macroeconomía, como se verá luego.
Sin embargo, la “síntesis neoclásica” no fue simplemente una profesión de fe piadosa de que las dificultades teóricas serían eventualmente resueltas. Su redefinición del alcance del análisis keynesiano como vinculándose puramente al período antes de que precios y salarios puedan ajustarse brindó una corrección importante a muchos puntos de vista extremos de fanáticos keynesianos. Por ejemplo, uno de los aspectos más chocantes de la doctrina keynesiana para los tradicionalistas fue su menosprecio de la frugalidad individual, como un estorbo a la economía debido a la reducción de la demanda agregada de bienes y servicios producidos. Una vez que se reconoce que la teoría convencional debe ser aplicada a largo plazo – de modo que, a largo plazo, el ingreso depende de la capacidad productiva, la capacidad productiva depende de la formación de capital, y la formación de capital depende del ahorro privado – debe reconocerse que desalentar el ahorro no incrementa en general la prosperidad nacional, si bien al mismo tiempo debe reconocerse que promover el ahorro durante una depresión (como la de los años 1930s) sería un error.
En tanto que la “síntesis neoclásica” les permitió a los keynesianos sostener que no existe incompatibilidad fundamental entre las teorías micro y macroeconómica, la incompletitud percibida de los fundamentos teóricos de la economía keynesiana continuó motivando importantes trabajos de refinación y de crítica. En los 1950s hubo varios análisis importantes en términos de la conducta de optimización individual de elementos cruciales de un modelo keynesiano macroeconómico. Ejemplos de los mismos son los análisis de Franco Modigliani y Milton Friedman sobre los micro-fundamentos de la “función consumo” keynesiana (que vincula el gasto en consumo de los hogares con su ingreso), o las investigaciones de James Tobin sobre la demanda de activos líquidos, para mencionar sólo algunos de los trabajos citados desde los 1950s luego citados por el comité Nobel[17].
Estos trabajos han sido presentados en general como refinamientos de modelos keynesianos, más que como un desafío fundamental a los mismos; típicamente, han considerado solamente la cuestión de la forma apropiada de alguna ecuación del modelo keynesiano, aceptando tácitamente que la estructura global se mantiene[18]. Luego, si bien estos trabajos atrajeron la atención sobre otras variables importantes no subrayadas por Keynes (por ejemplo, las expectativas de ingresos como distintas del ingreso actual, en el libro de Friedman sobre la función consumo, o la riqueza y variables demográficas en el documento de Modigliani), la impresión global de este período es uno de progreso acumulativo dentro de un paradigma relativamente fijo. El tratamiento teórico de las funciones individuales que componían el modelo macroeconómico keynesiano y la estimación econométrica de los modelos con ese espíritu corrían por andariveles distintos, pero por cuanto ambos programas parecían desarrollar un progreso había una base suficientemente amplia como para suponer que, eventualmente, la teoría y los modelos cuantitativos se encontrarían en algún punto, exhibiendo consistencia entre sí.
[1] Con los debidos recaudos, diríamos hoy, en virtud de la reciente crisis financiera [nota de E.B.].
[2] Por ejemplo, Lawrence R. Klein, The Keynesian Revolution, New York: Macmillan, 1949; Harry G. Johnson, “The Keynesian Revolution and the Monetarist Counter-Revolution,” American Economic Review 61(2):91-106 (1971); Mark H. Willes, “ ‘Rational Expectations’ as a Counterrevolution,” in Bell and Kristol, op. cit.; David K.H. Begg, The Rational Expectations Revolution in Macroeconomics: Theories and Evidence, Oxford: Philip Allan, 1982.
[3] Ver Mary S. Morgan, The history of econometric ideas, Cambridge University Press, 1991. El documento de Arthur F. Burns y Wesley C. Mitchell, Measuring Business Cycles, New York, National Bureau of Economic Research, 1946, es el resumen clásico de los estudios pioneros del NBER.
[4] El fatalismo de esta vertiente queda ilustrado por el comentario del eminente economista de Harvard Joseph Schumpeter, que advirtió tempranamente que, con el New Deal, “la recuperación vendrá sólo si lo hace de por sí. Porque cualquier intento de estímulo artificial deja porciones de la obra de la depresión sin recomponer, y agrega a este mal ajuste, un nuevo mal ajuste.” (“Depressions”, en D. V. Brown et al., eds., The Economics of the Recovery Program, Cambridge, Harvard University Press, 1934). En Gran Bretaña, la adhesión de Lionel Robbins a la teoría austríaca lo llevó a oponerse a realizar obras públicas durante la Depresión, posición que más tarde caracterizó como el “mayor error de mi carrera profesional” (Autobiography of an Economist, London, Macmillan, 1971).
[5] David Laidler, por ejemplo, en Fabricating the Keynesian Revolution: Studies of the Inter-war Literature on Money, the Cycle, and Unemployment, Cambridge, 1999, esboza una discusión matizada de esta cuestión.
[6] La rigidez de los salarios había sido subrayada por economistas monetaristas de Cambridge mucho antes de la General Theory, comenzando con la obra de Alfred y Mary Marshall en los 1870s, y las obras de Marshall, Pigou y Hawtrey en los 1910s y 1920s. La recomendación de trabajos públicos anti-cíclicos como solución al desempleo también era común en la literatura de Cambridge de los 1920s, y asumida por Pigou, Lavington, y Robertson.
[7] En efecto, el análisis truncado de la dinámica y las expectativas fue una de las características que menos gustaron a sus contemporáneos más sofisticados. Bertil Ohlin, Some Notes on the Stockholm Theory of Savings and Investment I, The Economic Journal, Vol. 47, No. 185. (Mar., 1937), pp. 53-69; y Some Notes on the Stockholm Theory of Savings and Investments II, The Economic Journal, Vol. 47, No. 186. (Jun., 1937), pp. 221-240. Este autor anticipó líneas importantes de los desarrollos subsiguientes.
[8] Keynes no escribió el sistema de ecuaciones simultáneas. Lo haría John R. Hicks, en su famoso comentario Mr. Keynes and the «Classics»; A Suggested Interpretation, Econometrica, Vol. 5, No. 2. (Apr., 1937), pp. 147-159, que se transformó en la base de la pedagogía en macroeconomía de la pos-guerra. El razonamiento de Keynes sobre la determinación simultánea de variables era en gran medida verbal, y bastante complejo.
[9] Este nuevo rol de los economistas fuera de la academia se formalizó mediante desarrollos institucionales como la Full Employment Act de 1946 de Estados Unidos, que dio lugar al Consejo de Asesores Económicos del Presidente.
[10] Ver por ejemplo Don Patinkin, Keynes and Econometrics: On the Interaction between the Macroeconomic Revolutions of the Interwar Period, Econometrica 44: 1091-1123 (1976).
[11] Ver Lawrence R. Klein, Economic Fluctuations in the United States, 1921-1941, John Wiley and Sons, New York – Chapman and Hall, London, 1950.
[12] A este último autor se debe un enfoque novedoso de la función consumo de una economía. V. Albert Ando y Franco Modigliani, The «Life Cycle» Hypothesis of Saving: Aggregate Implications and Tests, The American Economic Review, Vol. 53, No. 1, Part 1 (Mar., 1963), pp. 55-84.
[13] Milton Friedman, Lange on Price Flexibility and Employment: A Methodological Criticism, The American Economic Review, Vol. 36, No. 4 (Sep., 1946), pp. 613-631; y The Marshallian Demand Curve, The Journal of Political Economy, Vol. 57, No. 6 (Dec., 1949), pp. 463-495.
[14] Una reseña puede ser apreciada en E. Roy Weintraub, The Microfoundations of Macroeconomics: A Critical Survey, Journal of Economic Literature, Vol. 15, No. 1 (Mar., 1977), pp. 1-23.
[15] Hicks, op. cit.; Samuelson, op. cit.; Oskar Lange, Price Flexibility and Employment, The Principia Press, 1944.
[16] Don Patinkin, Money, Interest and Prices: An Integration of Monetary and Value Theory, Harper and Row, 1957. Ver también Don Patinkin, The Indeterminacy of Absolute Prices in Classical Economic Theory, Econometrica, Vol. 17, Nº 1, 1949, reimpreso como Cowles Foundation Paper 28b; Don Patinkin, On the General Theory, UCLA Economics Working Paper, May 1989; Nissan Liviatan, Don Patinkin’s Contribution to Monetary Theory, Israel Economic Review Vol. 4, No. 1 (2006); Joseph Zeira, Some Remarks on Nissan Liviatan’s article on Don Patinkin’s Contribution to Monetary Theory, Israel Economic Review Vol. 4, No. 1 (2006).
[17] Franco Modigliani y Richard Brumberg, 1954, Utility analysis and the consumption function: An interpretation of cross-section data in Kenneth K. Kurihara (ed.) Post-Keynesian Economics, Rutgers University Press; Milton Friedman, A Theory of the Consumption Function, Princeton University Press, 1957; James Tobin, Liquidity Preference as Behavior Towards Risk, The Review of Economic Studies, Vol. 25, No. 2 (Feb., 1958), pp. 65-86.
[18] Si el documento aparece como un simple refinamiento o una crítica fundamental depende, hasta cierto punto, de la actitud adoptada hacia Keynes. Por ejemplo, en el resumen de NBER del estudio de Friedman citado en nota 18 sobre la función consumo se expresa: “Es evidente que Friedman abandona la concepción del consumidor como un vínculo mecánico entre el ingreso actual y el consumo, que es la noción expuesta por Keynes en 1936… Friedman regresa a la vieja teoría de la conducta del consumidor, en la cual los planes y las decisiones del consumidor reciben la influencia tanto del futuro como del presente y del pasado.”
Enrique, creo que estas notas son de gran valor. Sobre esta parte, me parece útil agregar lo siguiente. Está claro que no hay consenso sobre cómo interpretar la obra de Keynes –más allá de la validez de las distintas interpretaciones.
Aquí se enfatiza la interpretación de la síntesis neoclásica. Otra interpretación que querría rescatar aquí es la de Leijonhufvud (1967). Para entender su argumento, primero debemos discutir los fundamentos de la teoría Walrasiana de equilibrio general. En esta teoría, todos los agentes son tomadores de precios. De hecho, como ha señalado Ken Arrow, premio Nobel de economía, en el mundo Walrasiano no queda nadie cuyo trabajo sea tomar decisiones de precio. De hecho, el trabajo se le encarga a un subastador, que informa a los agentes económicos, a cero costo, los precios de equilibrio. Bajo este supuesto, los agentes económicos poseen información completa y nunca tienen que luchar con situaciones en las que las demandas y ofertas agregadas no coinciden. Solo realizaran transacciones a precios de equilibrio.
Para hacer la transición de la economía Walrasiana a la de Keynes es suficiente prescindir de la ficción del subastador (no es necesario que los salarios sean inflexibles, algo que Keynes no asumió). En el mundo de Keynes, los agentes económicos no poseen información completa, y por tanto, sus interacciones de mercado pueden afectar sus creencias. Los agentes Keynesianos pueden encontrarse en desequilibrio y tener que realizar transacciones a precios que no son los de equilibrio.
Según Leijonhufvud, Keynes quería mostrar que los cambios en las expectativas sobre el futuro podían influir en nivel de empleo presente. Lo que él creía era que si se produce una caída en la eficacia marginal del capital, el mantenimiento del precio de los activos físicos y las acciones requerían un correspondiente descenso en la tasa de interés de largo plazo, el cual, en general, no ocurriría. En esta visión, sin un subastador Walrasiano, faltan mecanismos que coordinen que las expectativas empresarias que guían las inversiones corrientes encajen con los planes de consumo futuro de los ahorristas.
Coincido con tu posición. Creo que tu comentario añade valor a la explicación de Woodford. En ‘On Keynesian Economics and the Economics of Keynes: A Study in Monetary Theory’, New York: Oxford University Press, 1968, Leijonhufvud hace énfasis en una lectura de Keynes que no puede ser analizada mediante el mecanismo ‘ad hoc’, pero útil, del subastador walrasiano, lo cual se refleja en que tampoco es válido el esquema de las curvas IS-LM que será presentado en la 2da parte del artículo. Su insistencia en modelizar los canales de circulación de la información en la economía presagia en cierta forma la revolución de las expectativas racionales que Woodford presenta en la 3ra parte de este artículo.
columbia.eduPor si alguno no lo conoce, existe un trabajo más reciente de Woodford (2008), en donde vuelve a tocar algunas cuestiones y actualiza el debate:
http://www.columbia.edu/~mw2230/Convergence_AEJ.pdf
Convergence in Macroeconomics: Elements of the New Synthesis
«While macroeconomics is often thought of as a deeply divided field, with less of a shared core and correspondingly less cumulative progress than in other areas of economics, in fact there are fewer fundamental disagreements among macroeconomists now than in past decades, and this has been due to important progress in resolving seemingly intractable debates. This essay reviews some of those debates and outlines important elements of the new synthesis in macroeconomic theory. It also discusses the extent to which the new developments in theory and research methods are already affecting macroeconomic analysis in policy institutions. «
El artículo me parece un buen resumen de el estado de la macroeconomía desde la perspectiva de la síntesis neoclásica. Si bien el resumen es valioso encuentro que faltan por lo menos tres cosas. En primer lugar la grave crisis del 2008 ha vuelto a poner en primer lugar la cuestión de los ciclos y su vinculación con la elasticidad de la oferta de dinero. De hecho, la estructura monetaria, bancaria y financiera se ha mostrado explosivamente desequilibrante y no hay en la macro convencional buenas herramientas para entender lo que pasó. Volver a los Austríacos en este punto me parece conveniente.
En segundo lugar el problema de la consistencia entre la micro y la macro debe profundizarse.
Finalmente, la cuestión del tiempo y del espacio y la velocidad de ajuste de precios y salarios, grave problema de la teoría neoclásica debe revisarse.
Saludos a Enrique y agradezco la invitación a participar.