Dentro de las razones para rebajar la clasificación de deuda de Chile, Moody’s destaca que la capacidad de crecimiento del país está dañada. Tiene razón. Todas las estimaciones muestran que nuestro potencial se ha deteriorado sostenidamente, cayendo cerca de 2% entre 2014 y 2018. Revertir esta tendencia no será fácil, y requiere convicción y un buen diagnóstico. El de Moody’s es débil.
Para la agencia, el principal problema del crecimiento en Chile es su falta de diversificación y su alta dependencia del cobre. Con esto, se suma a algunos actores locales que pregonan el agotamiento del modelo «mono producto» chileno. El llamado a diversificar la economía es atractivo (¿quién no quisiera tener una economía más sofisticada?), pero se ha transformado en un lugar común, y no da en el clavo.
Por de pronto, desconoce la creciente sofisticación de la economía chilena en las últimas décadas. La idea de una excesiva dependencia del cobre está muy influenciada por su alta participación en las exportaciones, estadística contaminada por los altos precios del metal de los últimos años. La tendencia es claramente decreciente en las últimas décadas.
Por cierto, Chile no es un país industrializado. En parte, porque nuestra lejanía de las grandes economías hace muy costoso ser parte de la cadena de valor en la manufactura mundial. Pero Chile ha experimentado un fuerte aumento en la exportación y productividad en otros sectores transables -como el agroindustrial- y en los servicios. La masiva inversión extranjera de empresas chilenas en el exterior es fiel reflejo de cómo la economía ha sido capaz de generar valor en diversos sectores.
A su vez, la política macroeconómica -especialmente el tipo de cambio flotante- ha logrado mitigar el impacto de fluctuaciones en el precio del cobre y otras variables externas sobre el desempeño de la economía chilena. La volatilidad de la actividad económica en torno a su tendencia ha disminuido mucho en el tiempo, y esto es especialmente evidente en el último período.
El énfasis en la falta de diversificación como una barrera del crecimiento ha justificado un creciente uso de instrumentos estatales y recursos públicos para promover nuevos sectores. La evidencia sobre la eficacia de estas políticas no se conoce.
El foco debiera ser otro. La literatura destaca que el crecimiento de la productividad está mucho más ligado a la capacidad de nuevas empresas de sustituir aquellas que se van quedando atrás, aunque sea en los mismos sectores. La productividad no va a fluir del intento de imponer la diversificación desde afuera, sino como resultado de una baja en las barreras de entrada y salida a los mercados. Fortalecer la libre competencia y remover barreras en el mercado laboral son caminos mucho más fiables para recuperar un crecimiento sostenido.