Dicen que estas han sido las elecciones más aburridas desde la vuelta de la democracia. Elecciones exentas de dramas y confrontaciones serias, una competencia donde los más chicos han tratado de acaparar la atención con bufonadas y malos modales (Navarro y las monedas). Elecciones donde los periodistas luchan por ser protagonistas e interrumpen a los candidatos en forma repetida y majadera, en un esfuerzo por lucirse ante las cámaras. Elecciones donde uno de los pesos pesados quedó fuera debido a la codicia desmesurada y vergonzante de su partido -Ricardo Lagos y el PS.
Todo lo anterior puede ser verdad. Pero para mí lo más decepcionante es que los candidatos hayan tomado una actitud tan “siglo XX”, tan extraordinariamente pasada de moda, una actitud totalmente carente de visión de futuro y de largo plazo. Las propuestas son increíblemente genéricas y “buena onda”, que es casi imposible estar en contra de ellas: terminar con los abusos, mejorar la calidad de la educación, retomar la senda del crecimiento, velar por el bienestar de los niños desamparados. ¿Quién podría oponerse a estas ideas?
Una invasión masiva
Quizás la mayor falencia es que todas las candidaturas, sin excepción, ignoran el hecho de que en los próximos ocho años -el tiempo que la derecha espera gobernar- nuestro mercado laboral será diezmado por una megainvasión de extranjeros.
No, no me refiero a los migrantes -bienvenidos sean ellos, le han dado un necesario toque cosmopolita al país-, sino que a los “robots”.
Este es un tema sobre el que ya he escrito en estas páginas. Hace casi dos años dije que en un plazo de 84 meses la mitad de los empleos en Chile desaparecerían, y serían reemplazados por máquinas inteligentes. Mucha gente se rió y dijo que yo estaba completamente loco. Pero al parecer la locura no era tal: a los 10 meses de publicada esa columna, la afamada consultora McKinsey presentó un estudio detallado y concreto donde mostraba con números duros y modelos sofisticados lo mismo que yo había dicho. La única diferencia es que ellos dijeron que con la tecnología existente en estos momentos un 51% de los empleos nacionales podrían ser reemplazados instantáneamente por “robots”.
Pensemos en lo que está pasando en estos días. La nueva Línea 6 de Metro tiene trenes sin conductores y boleterías sin personas en la caja. Aprovechando el alza en el precio de cobre, Codelco se apresta a lanzar un nuevo plan de inversiones. En este plan, la mayoría de los equipos en las faenas mineras serán manejados por robots. Los grandes camiones amarillos no tendrán conductores, y los taladros gigantes en las minas subterráneas serán guiados por algoritmos en vez de personas (máquinas fabricadas en Finlandia). Cada vez que Latam cancela un vuelo -cosa que, para la irritación de miles de chilenos, sucede con creciente frecuencia-, los pasajeros son reasignados a nuevos aviones por un robot. Varios estudios de abogados han despedido a un número importante de secretarias, ya que ahora los informes los mecanografía un robot llamado “Dragón”. La mayor fábrica de fideos del país ya ha reemplazado al 60% de su fuerza de trabajo por máquinas inteligentes y robots. Muchas viñas han sustituido a operarios por drones que sobrevuelan los viñedos monitoreándolos por pestes u otros problemas. Todo esto está sucediendo día a día, bajo nuestros propios ojos.
La verdad es esta: la invasión de los “robots” viene, y nada los detendrá.
Y los candidatos no han dicho nada al respecto. Ni una palabra de cómo enfrentar esta realidad inminente. Actúan como si el problema no existiera, como si esto fuera tan solo una cuestión del cine y la ciencia ficción, de películas como Blade Runner 2049.
¿Qué hacer?
Una respuesta rápida e improvisada es decir que nos protegeremos erigiendo muros inexpugnables. En concreto, podríamos ponerles un impuesto a los robots, para que no sea económico usarlos. Después de todo, esa es una opción discutida por lumbreras como Bill Gates y el Presidente francés, Macron. El problema con esta solución es que si otros países adoptan las nuevas tecnologías y las aprovechan, nosotros quedaremos fuera de los mercados internacionales. Perderemos productividad en términos relativos, nuestras exportaciones caerán, y con ellas los empleos.
Entonces, ¿cómo enfrentar esta invasión que nos caerá con enorme fuerza?
Lo primero, claro, es reconocer el problema; aceptar que es una realidad. Y esto ningún candidato lo ha hecho.
En segundo término, hay que reconocer que toda pérdida de empleos por razones tecnológicas trae consigo la creación de nuevas fuentes de trabajo; esto es lo que Joseph Schumpteter llamó “destrucción creativa”.
Se necesitarán miles de técnicos que puedan reparar a los robots, que adopten los algoritmos a nuestra realidad, que les hagan mantención a los drones, que planifiquen y supervisen la labor conjunta de personas y robots. Esto último es particularmente importante, ya que todo indica que el mayor éxito será logrado por equipos formados por máquinas inteligentes y seres humanos. Eso ya lo hemos visto en el mundo del ajedrez, donde, si bien las máquinas inteligentes siempre le ganan al campeón mundial, equipos de máquinas menos potentes y ajedrecistas de segundo nivel vencen en forma sistemática a las mejores computadoras.
El problema, claro, es que en estos momentos no tenemos la capacidad para producir estos nuevos empleados tecnificados y modernos. Nuestro mediocre sistema educativo no produce los técnicos para el siglo XXI. Nuestras universidades siguen generando abogados -200 nuevas vacantes tan solo en la Universidad de Chile-, ingenieros comerciales de dudosa calidad y periodistas condenados a quedar cesantes. Con urgencia se requiere un cambio masivo y absoluto de los currículos universitarios y de la educación técnica.
Pero ni un solo candidato habla sobre el tema. Silencio sepulcral, nacido de la desidia o de la ignorancia, o de ambos. Los planes de estudio universitarios debieran moverse hacia una formación básica de cuatro años de corte generalista, los que serían complementados con maestrías de especialización y cursos frecuentes de actualización. La gratuidad, desde luego, debiera haber empezado en las carreras técnicas. Pero nada de esto ha sucedido, o se discute por parte de los aspirantes a La Moneda
En tercer lugar, hay que reconocer que el ajuste a la nueva realidad laboral y tecnológica será difícil, y para muchos traumático. Por ello es necesario ayudar a la gente a transitar de empleos “siglo XX” a nuevas labores más acordes con el “siglo XXI”. Ello requerirá una enorme flexibilidad en la legislación laboral. La reforma de este gobierno hizo todo lo contrario. Al regular los reemplazos internos, se fuerza a las empresas a definir labores específicas en forma detallada, lo que dificulta, justamente, poder reasignar labores.Muchas de estas descripciones son de empleos y labores condenadas a desaparecer en el corto plazo por razones puramente de avances científicos. Esta legislación tiene que ser revisada a la brevedad. No para desproteger a los trabajadores, o quitarles poder a los sindicatos. Se trata de prepararnos para enfrentar la invasión que nos acecha a la vuelta de la esquina. Se trata de ser competitivos en la economía global. Se trata de entrar de lleno en el siglo XXI.