La temporada escolar no llega sola. Viene con preocupaciones por los precios de las matrículas y las pensiones de los colegios. Entre las voces alarmadas no faltan quienes piden regular los precios en los mercados educativos. No obstante, lo que esas voces ignoran es que muchas veces ello puede hacer más daño que bien. La regulación de precios no tiene por qué ser el único camino para mejorar el funcionamiento de un mercado.
Como bien dijo Jean Tirole, un estudioso de los mercados imperfectos, en una entrevista brindada apenas supo que recibiría el premio Nobel: “…(la regulación) es específica para cada industria. La manera en que se regula tarjetas de crédito no tiene nada que hacer con la manera en que se regula la propiedad intelectual o los ferrocarriles. Hay muchos factores idiosincráticos. Esto es lo que hace todo tan interesante.”
Entonces, ¿cómo regular el mercado de servicios educativos? Una buena respuesta a esta pregunta requiere primero entender cómo funciona este mercado específico. ¿En qué medida difiere del modelo de competencia perfecta? ¿Qué fallas tiene?
A continuación, un listado de 11 razones por las que los mercados de servicios educativos difieren del mercado ideal con competencia perfecta. Un punto de partida de estos argumentos fue publicado primero en este artículo y ahora es parte de un estudio que actualmente llevo a cabo con mi colega María Balarin, de GRADE. Aunque algunas de estas fallas no son exclusivas de los mercados de servicios educativos, en conjunto hacen que el mercado de la educación sea tan particular
1.La entrada y salida de los agentes no es libre, tiene fricciones.
Los colegios y los padres de familia enfrentan barreras, tanto a la entrada como a la salida. Varios hemos pasado por la experiencia de buscar colegios y sabemos cuan difícil es encontrar vacantes. Los promotores de colegios saben muy bien que entre la decisión de abrir un colegio y el momento de efectivamente comenzar a operar transcurre mucho tiempo. Algunas de estas barreras limitan la competencia, con la consecuente implicancia de pérdidas sociales. Pero algunas otras, aunque parezca irónico, resultan ser positivas para la sociedad. En el modelo de competencia perfecta sobreviven solo las empresas competitivas, las que no lo son desaparecen del mercado. Sin embargo, en un mercado educativo, el costo social de la desaparición de un colegio es grande. La desaparición de un colegio no siempre es un evento deseable.
2. Hay problemas de información asimétrica.
La información sobre la calidad que maneja un colegio es diferente a la que maneja un consumidor potencial (padre de familia o estudiante) y es distinta a la que maneja un consumidor actual. Un director de colegio, o sus profesores, son conscientes de las limitaciones que pueda tener su propuesta educativa. Sin embargo, no están dentro de sus propios intereses que estas posibles deficiencias se transparenten frente a todos. Para los padres de familia que están buscando colegio para sus hijos por primera vez, no existe una fuente de información accesible, amigable y confiable que les pueda ayudar en la toma de decisiones.
3. La calidad del servicio es difícil de observar o medir.
Las dimensiones relevantes de la calidad son muchas, pero no todas son fácilmente observables. Si bien es posible medir con cierta confiabilidad los logros de aprendizaje de los estudiantes en matemáticas, lectura, historia, ciencias y otras materias, es más difícil medir los resultados de los estudiantes en pensamiento crítico, innovación, capacidad de trabajar en equipo, perseverancia y en un conjunto amplio de habilidades socioemocionales relevantes para el éxito futuro de sus estudiantes. Mencionar la palabra “futuro” me lleva a la cuarta particularidad de los mercados de servicios educativos.
4. La calidad se revela después de la provisión del servicio, mucho después de haber terminado la transacción.
El éxito de un proyecto educativo se revela algunas décadas después de que los estudiantes abandonaron las aulas. La respuesta a la pregunta “¿qué tan bueno es tal o cual colegio?” finalmente se responde mirando la trayectoria de vida de sus egresados. ¿A qué universidades fueron? ¿Qué tan buenos profesionales son? ¿Qué tan buenos ciudadanos son? Sin embargo, para ese entonces, la transacción económica por el servicio educativo ya terminó y queda poco lugar para el reclamo por parte de los padres de familia.
5. Aún con información completa y simétrica para todos los agentes, los seres humanos cometemos errores sistemáticamente.
No siempre actuamos como el agente racional que se asume en los modelos de competencia. Los padres prestan atención a factores que no necesariamente están directamente vinculados con una mejor calidad educativa. Un ejemplo: el número de materias. Esta “racionalidad acotada” viene siendo advertida por la literatura de economía del comportamiento, con resultados muy interesantes (Kahneman 2002 y varios seguidores). La buena noticia que traen estos avances es que es posible mejorar las decisiones de las personas con ciertos estímulos (“nudges”) que los llevarían a elegir mejores resultados.
6. Hay un agente particularmente grande que puede mover el equilibrio del mercado con su accionar: el Estado.
Uno de los supuestos centrales de la competencia perfecta es que ningún agente tiene el poder suficiente para determinar que el mercado se mueva según sus decisiones. En educación esto es distinto. El Estado, dado su tamaño, determina ciertos estándares y precios. Una de las decisiones que resulta fundamental es la de los salarios de los docentes. Si el Estado decide subir los salarios de sus docentes, al colegio privado no le queda mucha opción al respecto. Necesitará subir los salarios de los docentes que desea mantener.
7. La educación adquirida se convierte en un bien posicional.
En los mercados de trabajo, no basta con que un individuo esté capacitado para una posición. Es importante que el individuo esté mejor capacitado que el resto de sus competidores. Así, no solamente importa el consumo de un servicio educativo en términos absolutos (en términos de qué calificaciones adquiere el individuo), sino también en términos relativos (en relación a qué calificaciones, por encima de sus potenciales competidores, adquiere el individuo). Esto impone serios retos para la determinación natural de precios competitivos en los mercados.
8. El servicio educativo genera un bien público.
Esto es algo que el propio Adam Smith tenía claro al decir que el ser parte de una sociedad “letrada y numerada” era un bien público. El que se formen más ingenieros, médicos o docentes genera bienestar para toda la sociedad. Por esto, el costo de la formación de un individuo no debería ser solo responsabilidad del individuo o su familia. La sociedad, al ser beneficiaria última de esta formación, debería asumir también parte del costo.
9. La calidad del servicio educativo no depende solo del proveedor.
Esto marca una diferencia muy importante entre el mercado de servicios educativos y la mayoría de mercados de servicios. La calidad el servicio de la cafetería en la que estoy mientras escribo estas líneas depende fundamentalmente de la cafetería misma: sabor y temperatura del café, calidad de los muebles, iluminación, ventilación, atención del personal, etcétera. En el servicio educativo, no obstante, el esfuerzo del estudiante y su familia, importan. Más importante, las condiciones socioeconómicas de las familias de los estudiantes importan. Esto genera una inequidad importante en las oportunidades; la cual, si no es tomada en cuenta a tiempo, perpetúa la inequidad de los resultados económicos.
10. La frecuencia de las transacciones importa
En gran medida, nuestra experiencia como consumidores se construye sobre la base de hacer transacciones. En alguna de ellas acertamos, en otras erramos. La contratación del servicio educativo es mucho más esporádica que la de otros servicios. En algunos casos, la decisión sobre a qué colegio enviar a los hijos sucede una vez en la vida. Los consumidores del servicio educativo difícilmente pueden adquirir gran experiencia acerca de las mejores maneras de buscar y contratar el servicio. Y el eventual error de contratar un mal servicio educativo puede ser muy caro, con impactos en la vida de las personas.
11. Hay externalidades.
Un estudiante aprende no solamente de los profesores y tutores que provee un colegio. Aprende también, y en una gran medida, de sus compañeros de clases. Aquí radica gran parte de la riqueza del proceso educativo, en esto que la literatura llama los efectos de pares. Estos dan cuenta de una de las sinergias más importantes que se genera en el proceso pedagógico. Potencialmente, además, se trata de una de las más peligrosas, pues eventualmente perpetuaría inequidades.
Para el final, el elefante en el salón. Oliver Hart, un estudioso de la teoría de los contratos, en esta entrevista, también ofrecida a pocas horas de enterarse que recibiría el Nobel, dijo algo apunta a un problema que probablemente esté en el corazón de los mercados de servicios educativos: “Creo que puede haber problemas si las escuelas buscan ganancias y una solución es que no tengan fines de lucro”. Así pues, es difícil pensar que una empresa con fines de lucro sea capaz de ofrecer la mejor educación posible. Cualquier centavo que vaya a engrosar las utilidades del negocio es un centavo que pudo haber ido a la mejora de la calidad educativa ofrecida a nuestros estudiantes. Aquí vale la pena recordar que precisamente esto último es el objetivo central de la política pública en esta materia: proveer educación de la mejor calidad para todos.
El lector se preguntará si este listado ya es suficiente para comenzar a diseñar el conjunto de intervenciones/regulaciones óptimas para los mercados de servicios educativos. Lamentablemente la respuesta es aún no. Es necesario añadir a estas consideraciones conceptuales una buena dosis de contexto. ¿Qué especificidades tiene la realidad local? ¿Qué buenas prácticas internacionales son adaptables a esta realidad? Son algunas de las preguntas que guiarían los próximos pasos.
Hugo Ñopo (@hugonopo). Investigador Principal de GRADE.
Sobre el punto 1, hay también fricción al cambiar de casa de estudios. Los niños y adolescentes pierden a sus amigos. Los universitarios tienen que revalidar materias.
Sobre el punto 11, el efecto de pares genera muchas consecuencias. En particular, los padres elegirán el colegio cuyos alumnos se asemejen más a sus deseos. Nadie querrá mandarlos a un colegio lleno de niños marginales. Algunos buscarán el colegio más elitista que puedan pagar, otros preferirán un colegio bueno pero de «clase media», cuyos alumnos sean hijos de profesionales, no de aristócratas.
Hay que preguntarse si lo mejor es que haya ese separatismo, o si es mejor mezclar alumnos de todo tipo en cada salón de clase.
Otro punto importante es el tipo de educación que buscan los padres. Una familia muy religiosa intentará elegir un colegio de su religión. Una familia no religiosa posiblemente prefiera descartar los colegios religiosos. Eso ocurre aunque los mismos profesores trabajan en ambos tipos de colegios.
También es famosa la distinción entre instituciones académicas y prácticas, entre las formales e informales, entre las tolerantes y autoritarias, etc. En definitiva, hay distintos tipos de educación, y eso afecta enormemente la elección.
Las regulaciones deben reflejar la esencia del control y el control (al igual que el autocontrol) es imprescindible para las relaciones humanas civilizadas. Por tanto es indispensable regular para un buen desempeño de las instituciones (en el marco de eacenarios-mercados-entendidos bajo las características particulares de las instituciones-empresas-).
Algo más; toda institución genera ganacias y por ello debe tributar sin excepciones. Si, la definimos «sin fines se lucro», debe descontar de sus tributos toda actividad que vaya en beneficio de la comunidad-educativa-.
Crucial el punto 8. Un bien público, la educación de calidad lo debe brindar la escuela pública. Colegio Mayor, Coar, Emblemáticos, etc. La educación pública gratuita y de calidad, es la solución.
Muchos docentes quedarían desempleados, debido justamente a la calidad de docentes que se exigen, pocos podrían acceder a ese perfil.
Muy bueno, el punto 6 podría aplicarse a las provincias, en Lima es distinto, no son profesores de carrera los que enseñan en la mayoría de colegios particulares, sino estudiantes o profesionales de carreras distintas, como ciencias puras, ingeniería, entre otras, ellos difícilmente pueden acceder a las instituciones públicas(colegios), x problemas con su título, en otra medida los mismos colegios no aceptan a docentes con el título de profesores, debido a que más resalta un egresado de ingeniería, ciencias, etc., o estos no poseen el nivel en matemática, literatura, etc. Que los colegios quieren brindar, enfocados en un ingreso a alguna universidad. Espero sirva de algo este aporte.