Las pensiones continúan siendo un tema explosivo. Todos los pre-pre-candidatos presidenciales -incluso aquellos de mentirita- han planteado su posición al respecto.
Desafortunadamente, el debate ha sido pobre y destemplado; repleto de aseveraciones falsas, incompletas y apresuradas.
Esto es grave y debe cambiar. Es necesario que en los próximos meses la calidad de la conversación mejore y que el problema sea tratado con seriedad. A toda costa debemos evitar un nuevo Transantiago.
No cabe duda de que para un enorme porcentaje de personas -especialmente mujeres- las pensiones son extremadamente bajas. La pregunta es qué hacer para que estas pensiones mejoren, cómo financiar los aumentos sin introducir grandes distorsiones en la economía. La reforma no debe generar un desequilibrio fiscal, ni contribuir al desempleo y a una caída de salarios. Esos dos requisitos nunca deben olvidarse.
Un primer paso en una discusión seria es describir adecuadamente el sistema existente y compararlo con el de otros países.
Mis pobres pensiones globales
Durante los últimos meses he recibido una serie de cartas relacionadas con mi jubilación. La más importante es de la Seguridad Social de los EE.UU., el sistema de reparto manejado por el gobierno. Me informan que en tres años podría jubilarme con beneficios plenos. Después de contribuir durante 40 años, mi pensión será de 2.671 dólares por mes. Mi salario imponible es de 10 mil dólares, por lo que mi tasa de reemplazo será casi 27%. Si bien en dólares la pensión puede parecer adecuada, en términos relativos al salario es muy baja. Mi pensión californiana es menos de la mitad de lo que hubiera sido en Chile bajo el sistema actual; en Chile, mi tasa de reemplazo sería superior al 70%. En ambos países las tasas de contribución son similares.
También he recibido cartas desde Alemania, Suecia y Argentina, países en los que trabajé por períodos cortos y en cuyos sistemas contribuí a través de los años. En Suecia me informan que si no me mudo a ese país, mis contribuciones se perderán. Solo reciben una jubilación -por más mínima que sea- quienes han residido en el país durante tres años. Los alemanes me explican que como no contribuí durante cinco años, no tengo derecho a pensión alguna. El Estado se quedará con mis contribuciones. En Argentina -donde dicté clases durante tres años- me informan que el mínimo de contribuciones es de 30 años para optar a una jubilación.
Mis contribuciones han sido “secuestradas”. Pero, desde luego, no soy el único. Millones de personas que han contribuido durante años en estas naciones no reciben ni un solo peso.Sus contribuciones son tragadas por un hoyo negro, entran en un socavón sin fin. Esto también pasa en Austria, Italia, Corea del Sur, la República Checa, Estados Unidos y muchos otros países donde se requiere un mínimo de años de contribuciones para recibir una pensión.
Esto no sucede en Chile. Mi administradora me informa que dentro de dos años mi jubilación chilensis será de aproximadamente 65 mil pesos mensuales. Cuando se lo conté a un colega quedó pasmado. “Pero cómo -dijo-, si tú casi no has vivido en Chile”. Le expliqué que en el sistema chileno los ahorros le pertenecen al individuo, y que basta que se contribuya por un mes para eventualmente recibir algo. Luego le dije que, sumando una cosa con otra, yo había trabajado cerca de 30 meses en Chile durante los años 70. Casi siempre a tiempo parcial en distintas universidades. Mi colega -un economista de fuste, permanente candidato al Nobel- quedó impresionado y se alejó mascullando por lo bajo.
Esta característica del sistema chileno actual -las contribuciones son mías y no me las pueden quitar- es, desde luego, positiva. Contrasta fuertemente con el sistema de reparto antiguo, donde los afiliados al Seguro Social debían contribuir por un mínimo de 800 semanas (poco más de 15 años) para optar a una pensión. Si usted contribuía por solo 780 semanas, el Estado secuestraba sus contribuciones y usted se fregaba.
Pero junto con ser una característica positiva, este atributo le juega en contra a Chile desde un punto de vista estadístico. Cuando se calculan las pensiones promedio, mis 65 mil pesos entran como una pensión más y tiran el promedio para abajo. Lo mismo sucede con los 12 mil pesos que recibe una prima que vive en Miami y que trabajó tan solo un año.
Ni mi prima ni yo estamos en el 60% más pobre, por lo que no calificamos para el Pilar Solidario. Personas bajo esta línea de pobreza reciben su pensión autofinanciada, más el suplemento solidario.
No estoy seguro sobre cuál sea la mejor manera de enfrentar este problema, pero una posibilidad es que a quienes han hecho muy pocas contribuciones (menos de 10 años, por ejemplo) se les devuelva su fondo acumulado (con sus intereses, desde luego) en un solo pago, al cumplir 65 años. Si están en el tramo más pobre, recibirían, además de este pago por una vez, su pensión solidaria todos los meses.
Secuestro a la chilena
Durante los últimos meses, las pensiones en Chile han sido víctima de otro tipo de secuestro. Un grupo de dirigentes populistas y vociferantes se ha aprovechado del genuino descontento de la gente para hacer propuestas demagógicas, estridentes e intelectualmente deshonestas: han secuestrado la discusión y el debate.
Digamos las cosas con claridad: en Chile el sistema de reparto no es viable por razones demográficas y fiscales.
La verdad es esta: si hoy día tuviéramos un sistema de “reparto puro”, en el que las pensiones de todos los jubilados se financian con las contribuciones de todos los trabajadores que cotizan, las pensiones promedio serían un poco más bajas que las actuales. Las matemáticas son simples y no mienten. Hay 5,16 millones de cotizantes, con un salario promedio de 708 mil pesos mensuales. Esto significa que con la tasa de contribución del 10%, se recaudan 365 mil millones de pesos por mes, o aproximadamente 6.700 millones de dólares al año. Esos son los ingresos.
En Chile hay 1,8 millones de pensionados. De estos, 1,15 millones son del sistema de ahorro individual, y 661 mil del sistema antiguo o IPS. Si se usara todo el dinero recaudado (365 mil millones por mes) para pagar pensiones a todos los jubilados, la pensión promedio sería de 202 mil pesos mensuales.
¿Cómo se compara esta cifra de un sistema de “reparto puro” (en régimen) con las pensiones promedio actuales? Pues, el reparto genera pensiones algo más bajas: la pensión promedio del sistema de ahorro fue este mes de 209 mil pesos; el promedio del sistema antiguo fue de 204 mil pesos.
A usted le dirán que estos cálculos son falsos, mezquinos y tendenciosos. Los dirigentes populistas le asegurarán que ellos aumentarán las pensiones a casi el doble sin tocar las contribuciones ni afectar la economía real. No les crea ni por un segundo.
Lo que pasa es esto: los vociferantes quieren comerse el fondo acumulado, los 178 mil millones de dólares de ahorro, detrás de los cuales hay capital productivo que crea empleos, genera exportaciones y producción. Y, desde luego, si nos comemos las fábricas, los bosques, las minas, las carreteras, los árboles, los estadios, las computadoras, los museos, los futbolistas, el pasto y todo lo demás, durante un tiempo podemos tener jubilaciones más altas. Pero esta bonanza temporal terminaría en una enorme penuria una vez que nos hayamos comido todos los recursos. Lo que los populistas estridentes ofrecen no es un sistema de reparto puro, en el que toda la recaudación se usa para financiar a todos los jubilados, lo que ofrecen es reparto+desahorro. Y eso es una irresponsabilidad.
Peor aún, los populistas no dicen que las tendencias demográficas le juegan en contra al sistema de reparto. Los demógrafos estiman que dentro de una generación el número de trabajadores activos en relación a los jubilados bajará de aproximadamente cinco a 2,5.
Hace unos meses la Presidenta llamó a un gran dialogo nacional sobre la reforma de pensiones, un diálogo serio y responsable. Tengámoslo. El primer paso es hablar con la verdad.
No, Sebastián. PENSIONISTAS secuestrados. Cualquiera haya sido la buena intención inicial de los sistemas de seguridad social, hoy su principal propósito es tener a los viejos secuestrados, es decir, dependientes de políticos mentirosos e hipócritas, a veces directamente políticos corruptos. Sí, más allá de las muchas oportunidades de enriquecimiento ilícito derivadas de la seguridad social, esos políticos aprecian el poder sobre los viejos secuestrados (más en países como Argentina que en otros como Chile, pero incluso en Chile es grotesco, algo que podrías verificar fácilmente). Tu tienes suerte de que tu nivel y fuentes de ingreso te permiten burlarte de esos políticos (bueno, por lo menos de los que no te gustan por otros motivos), pero la masa de viejos depende de los «beneficios» que los políticos les entregan y no pueden votar con los pies. Por supuesto, la solución no pasa por más debates y comisiones –algo bien probado por las grotescas experiencias de la Sra. Bachelet, siempre tan dispuesta a ese recurso sabiendo que muchos economistas celebrarán sus nombramientos.