En el mundo entero y sin lugar a duda en América Latina hay un grupo importante de jóvenes en la educación secundaria que se encuentra rezagado en términos de sus conocimientos del lenguaje y la matemática. Esto incrementa el riesgo de que abandonen la escuela en forma temprana y, por lo tanto, de que tanto ellos como la sociedad se pierdan los beneficios que genera la educación. Comparto la preocupación de Cook y sus colegas que señalan que hay un consenso creciente entre los economistas que trabajan en el área de educación en torno a que hacia “la adolescencia es demasiado tarde y costoso mejorar los resultados académicos de los niños en situación de pobreza”. Por lo tanto, en estos casos la política pública debería concentrarse en proveer educación vocacional o mejorar capacidades no cognitivas. En un estudio que me parece sumamente alentador, Cook y sus colegas muestran que todavía no es momento de tirar la toalla.
El problema no es que los adolescentes que se encuentran rezagados no puedan aprender sino que por su naturaleza el sistema educativo no necesariamente está preparado para acomodar sus necesidades. En el colegio, el aprendizaje está organizado en torno al aula donde un maestro debe atender las necesidades de un grupo diverso de jóvenes. Este arreglo institucional es costo-efectivo para enseñar a la mayor parte de los jóvenes que se encuentran al nivel de aprendizaje correspondiente a su grado. Sin embargo, no es lo más conveniente para ayudar a aquellos niños que se encuentran rezagados porque los maestros justificadamente tienden a dedicar más tiempo a la mayoría de la clase. Estos jóvenes deberían reforzar aquellas áreas en las que se encuentran atrasados para estar en condiciones de absorber el material a nivel de grado. Esto puede lograrse a través de un sistema de tutorías dentro (o fuera) del horario escolar, tal como se realiza (con una intensidad más baja que en la experiencia que les cuento a continuación) en muchos sistemas educativos.
Cook y sus colegas realizaron un experimento con alrededor de 2,700 estudiantes varones en noveno y décimo año en 12 colegios secundarios de Estados Unidos. El 90 por ciento de estos jóvenes cumple los requisitos necesarios para recibir almuerzos gratis – un indicador de pobreza – y vive en barrios marginales de Chicago. Los investigadores formaron dos grupos al azar y a un grupo le asignaron un sistema intensivo de tutorías de matemáticas. Las tutorías tuvieron lugar todos los días y duraron alrededor de una hora durante el horario normal de clases (reemplazando una segunda hora de matemática o una materia optativa). Los jóvenes se reunían en parejas con un tutor. Durante la primera mitad de la clase se utilizaba un currículo estandarizado para apuntalar a los alumnos en aquellas áreas en las que se encontraban rezagados y durante la segunda media hora se trabaja en los temas que los estudiantes estaban viendo en clase.
El carácter más innovador de esta intervención no es necesariamente su intensidad sino el hecho de que utiliza como tutores a “gente comprometida pero que usualmente no tiene capacitación docente formal, pero que están dispuestos a trabajar por un año en este empleo por un modesto estipendio como servicio a la sociedad”. Los tutores son jóvenes que han terminado recientemente sus estudios universitarios en áreas con alta concentración de matemática y que tienen la capacidad de relacionarse bien con otros. Antes de asumir sus responsabilidades, reciben 100 horas de capacitación después también cuentan con el apoyo diario de un supervisor que se encuentra en el colegio. Cada tutor enseña unas seis clases por días. El manejo de la disciplina y la comunicación con el colegio están a cargo del supervisor.
Cook y sus colegas reportan que a un año de la intervención aquellos jóvenes que participaron de las tutorías presentaron ganancias de entre 20 y 30 por ciento de un desvío estándar en aprendizaje de matemática medido a través test estandarizados. Se observaron también mejoras en la nota promedio de la clase de matemática en la que están matriculados y una reducción significativa en la probabilidad de reprobar el curso. No existe evidencia de que el desempeño en otras materias (donde no recibieron tutorías) haya empeorado. Los autores reportan evidencia que sugiere que las ganancias observadas se pueden explicar por una mayor predisposición y dedicación al estudio de los jóvenes que recibieron las tutorías.
La evidencia de este estudio indica que es posible mejorar el rendimiento académico de jóvenes que están retrasados en sus conocimientos académicos. Para lograrlo es necesario identificar las falencias de los jóvenes rezagados y generar un programa intensivo y personalizado que permita la dedicación necesaria para lograr mejoras en el conocimiento. La combinación de una intervención de alta dosis y un costo relativamente bajo gracias al uso de voluntarios que reciben una capacitación apropiada hace que la intervención resulte costo-efectiva. Aunque esto no quita el énfasis de la toma de medidas de política pública para prevenir que lleguemos con estos problemas a la adolescencia, es inevitable que haya jóvenes rezagados y es bueno saber que todavía no hemos resignado nuestros esfuerzos por lograr mejoras en su aprendizaje.