La de la derecha fue una derrota sin apelaciones. Por más que los mandarines de la vieja guardia traten de poner buena cara y celebrar el paso de Evelyn Matthei a la segunda vuelta, esta fue una paliza. Sólo en un mundo como el de 1984, la novela de George Orwell, un fiasco de esta magnitud podría ser llamado otra cosa.
Las razones de estos resultados son múltiples y serán debatidas durante años. ¿Cómo explicar que un gobierno exitoso derive en un desastre político? ¿Cómo es posible que una coalición que debiera crecer en votos termine perdiendo un gran número de parlamentarios?
Pero más importante que entender las causas del desastre del 17 de noviembre es mirar hacia adelante y discutir la estrategia para los próximos cuatro años.
El punto de partida debe ser realista, casi obvio: la próxima presidenta de Chile será Michelle Bachelet, y la derecha, con una representación parlamentaria muy disminuida, estará en la oposición.
Cooperación y relevancia
Ante este escenario caben dos estrategias: oponerse sistemáticamente a todo lo que proponga la nueva administración, o sumarse en forma activa y constructiva -incluso entusiasta- a una serie de proyectos que impulsará el nuevo gobierno.
El primer camino -el de la oposición a ultranza- es un suicidio. Una receta segura para transformarse en un bloque políticamente irrelevante. No sólo eso: dada la composición del nuevo Parlamento, este intento obstruccionista sería inútil; Bachelet cuenta con suficientes votos para aprobar muchas de sus iniciativas importantes.
En contraste, la segunda ruta, la ruta de la cooperación y de los acuerdos, transformaría a la derecha -o a parte de ella- en un bloque político vivo y con futuro, en un conglomerado vibrante que tendría posibilidades de recapturar La Moneda en el 2017.
Pero no se trata tan sólo de proveer votos en el Congreso para aprobar algunas iniciativas del nuevo gobierno. Es mucho más que eso: los parlamentarios de la (nueva) derecha deben transformarse en los líderes de una serie de reformas modernizadoras, apoderarse de ellas, impulsarlas para que vayan más allá de lo propuesto por la Nueva Mayoría, para que de verdad ayuden a modernizar al país.
Algunos ámbitos obvios para la cooperación incluyen la modernización de los partidos políticos, la descentralización, la reforma del sistema binominal, mejorar la calidad de la educación (que no es lo mismo que cambiar su financiamiento), la promoción del deporte y la cultura, la agenda antidiscriminación, y el desarrollo de una política energética eficiente y de bajos costos.
Sería extraordinario que en estos temas se aprobaran leyes con los votos de 100 diputados y de 30 senadores. Leyes con apoyo transversal que no le pertenecieran ni a la izquierda ni a la derecha, sino que a la nación como un todo.
Para mantener su relevancia, la derecha -o parte de ella- también debe negociar, desde ahora, una reforma constitucional por las vías institucionales contempladas en la Carta Fundamental. Desde luego que no se trata de cambiarlo todo, pero en una serie de áreas hay espacios para acuerdos. Una tiene que ver con los cambios al binominal, ese sistema odioso que le resta legitimidad al Parlamento, y que a veces favorece a la izquierda y otras a la derecha. Otra área de posible convergencia tiene que ver con el rol del Tribunal Constitucional.
Nada de esto le gustará a la vieja guardia derechista. Pero que les guste o no les guste, no tiene mayor importancia. Como las elecciones demostraron, los “mandarines”, los “coroneles” y los “viejos tercios” han perdido todo ascendente. Claro, todavía controlan las maquinarias partidarias, pero si no entregan el poder a las nuevas camadas, los “duros” terminarán dirigiendo cascarones vacíos, partidos sin adherentes, cadáveres políticos.
Estética de una derrota
Para la mayoría de los votantes menores de 45 años, muchas de las posiciones de la derecha tradicional son “impresentables” y antiestéticas. Por ejemplo, para estos electores es impresentable apoyar (aunque sea implícitamente) la discriminación en contra de los homosexuales, es impresentable condonar el abuso a los consumidores, y también es impresentable la indolencia frente a la desigualdad.
Para los jóvenes -incluso para los del barrio alto, que en las primarias votaron por Andrés Velasco y que el domingo se quedaron en sus casas-,uno de los aspectos particularmente antiestéticos de la derecha tradicional es su apoyo a Pinochet. Porque la verdad es esta: para la mayoría de los chilenos, la del general es una imagen horrible. Y no es sólo el Pinochet del 11 de septiembre de 1973, con sus gafas oscuras, los brazos cruzados y la mandíbula apretada. Es más que eso. Para un amplio sector de los electores, todas las imágenes de Augusto Pinochet Ugarte -y hay miles de ellas en internet- resumen el mal gusto, la crueldad y la tortura. Mientras la derecha no reconozca esta realidad, no tendrá futuro.
Lo anterior significa dos cosas: primero, y en contra de lo planteado por muchos analistas, lo importante en los próximos cinco años no será la unidad de la derecha. Una derecha férreamente unida tendría demasiada influencia conservadora, sería torpe e insípida, e incapaz de atraer a la juventud. Sería una derecha perdedora. Lo que la derecha joven debe hacer es lo opuesto: desprenderse del lastre de los duros, marcar claras diferencias con los dirigentes conservadores, agresivos y vociferantes que llevaron al conglomerado al desastre del domingo pasado.
En segundo lugar, los rostros jóvenes en el Parlamento -Kast, Rubilar y otros- no deben temer cooperar con la Nueva Mayoría y, especialmente, con la Democracia Cristiana. Los líderes de la nueva derecha deben apoyar las ideas buenas, enriquecer las otras, y oponerse con altura a aquellas que son de verdad malas (porque, hay que reconocerlo, en el programa de la Nueva Mayoría hay varias de esas).
La decisión de Evelyn Matthei de nombrar a una troika de jóvenes políticos como jefes de lo que resta de la campaña es un importante paso en la dirección correcta. Es un paso tardío pero trascendental; es el reconocimiento de que la vieja derecha, esa derecha pinochetista a ultranza y profundamente religiosa, no tiene futuro. Es esencial que esta iniciativa no muera el 15 de diciembre, que siga adelante, que sea el eje de la reconstrucción del conglomerado.
Uno de los mayores grandes logros de los últimos 25 años es la estabilidad política del país. Es un logro que debe protegerse. Y para que esta estabilidad se mantenga es fundamental que exista una derecha dinámica, moderna, tolerante e inclusiva.
I find curious that you seem to lay the responsibility for maintaining democracy at the hands of the Right when in most other Latin countries the threat to democracy, tolerance and plurality comes from the Left. I just hope you were right and Chile is different.