¿Permanente, de mediano plazo o transitorio? Esa es la pregunta central que un analista de opinión pública suele hacerse respecto del impacto efectivo que puede tener un fenómeno político o social extraordinario. Pueden tenerse intuiciones, alimentarse el análisis con distintos estudios cuanti y cualitativos, pero siempre debe predominar la prudencia puesto que sólo el paso del tiempo permite validar o descartar cualquier hipótesis.
Un ejemplo particularmente oportuno es el denominado “fenómeno Francisco” – i.e., los supuestos efectos que podría tener en la sociedad argentina el papado de Jorge Bergoglio. Muchos esperaban que su liderazgo, trayectoria, valores, énfasis en el diálogo como mecanismo de resolución de conflictos, compromiso por los pobres, etc., fueran a cambiar el salvaje entorno político que caracteriza a la Argentina. Más aún, desde su designación como Papa, la agenda mediática estaba totalmente “franciscanizada” y no parecía haber cuestión pública que pudiera desplazar el resurgimiento de valores religiosos o al menos no materiales que experimentaba la sociedad argentina. Templos de las más diversas religiones estuvieron colmados de gente durante estas Pascuas.
Pues bien: la fuerte inundación que ocurrió en el Area Metropolitana de Buenos Aires entre el 1 y el 2 de abril pasados cambió de cuajo ese estado de cosas. Pérdidas muy significativas (al menos 60 muertos y unos US$800 millones en bienes materiales), una nueva evidencia de la falta de inversión en infraestructura y la absoluta imprevisión respecto de un fenómeno bastante predecible se han combinado para generar una ola de indignación con el conjunto de la clase política.
¿Significa esto que la eventual influencia de Francisco será entonces acotada? Seguramente será un figura de gran peso – lo era también como Cardenal primado y Arzobispo de Buenos Aires, muchísimo más ahora. De hecho, su llamado de ayer a Daniel Scioli, gobernador de la Provincia de Buenos Aires y hasta ahora el candidato mejor posicionado para las elecciones presidenciales de 2015, es un gesto por demás elocuente: se trata del principal escollo que tiene CFK para avanzar en su proyecto de cambio constitucional y reelección indefinida. Una foto en un momento oportuno puede ser decisiva. ¿Será acaso en junio, cuando el gobierno nacional pensaba ir a fondo con el ahogo financiero a Scioli para forzarlo a integrar las listas de diputados nacionales y de ese modo desplazarlo “elegantemente” de la gobernación y de la carrera presidencial?
De todas formas, ese clima “navideño” que parecía haberse instalado en la Argentina con la designación del Papa puede haber sido en efecto sólo un fenómeno pasajero: el comportamiento de los actores políticos responde al marco de incentivos existentes que son, a su vez, definidos por un complejo conjunto de reglas formales e informales. Si estas no cambian, aquellos tampoco. Puede haber modificaciones comunicacionales, discursivas o a lo sumo momentos puntuales de distención. Pero ante la ausencia de cambios significativos en las reglas del juego que definen los comportamientos, de los límites materiales y simbólicos para la lucha política que ellas plantean, no deben esperarse mutaciones de fondo en la manera en las que (inter) actúa la clase política.
¿Cuánto tiempo puede durar la indignación que han demostrado los afectados por las inundaciones y que parece haber contagiado a un núcleo relevante de la sociedad, a pesar de (y en paralelo a) la notable ola de solidaridad que espontáneamente se desató apenas horas después del diluvio? La experiencia comparada sugiere que el impacto de esta clase de hechos es mayor y más duradero entre los más afectados y los más informados. También, que con el tiempo se tiende a disipar en un esquema de “anillos concéntricos” – a mayor distancia del material o psicológica respecto del hecho, menor es el impacto que habrá de generar en segmentos sociales definidos. Esto requiere, entonces, de un análisis más segmentado y preciso.
¿Quién gana y quién pierde con este suceso en términos de imagen y posicionamiento? Los primeros estudios cuantitativos que realizamos en Poliarquía sugieren que las tres figuras políticas más importantes del país, CFK, Daniel Scioli y Mauricio Macri, vienen sufriendo un desgaste significativo y bastante similar. Más aún, esta ola negativa parece afectar también a dirigentes políticos sin responsabilidad ejecutiva y/o que pertenecen a distritos alejados del epicentro de la inundación. Veremos qué ocurre en las próximas semanas, pero esta nueva evidencia de fracasos del Estado puede estar produciendo un fenómeno en menor escala pero con denominadores comunes con el tristemente famoso “que se vayan todos” de finales del 2001.
¿Impactará entonces este clima de malestar en el proceso electoral que se desarrollará este año y que será fundamental para definir el nuevo balance de poder que surgirá en la Argentina, incluyendo las (por ahora magras) chances de que CFK logre modificar la Constitución para tener así la posibilidad de competir nuevamente por la presidencia? Por lo discutido anteriormente, no lo sabemos aún. Pero es importante tener en cuenta que viene aumentando la frecuencia de las precipitaciones extraordinarias en las zonas donde sucedieron estas inundaciones. Como esto ocurrió por una serie de factores estructurales, sobre todo la falta de obras adecuadas de infraestructura para canalizar los nuevos volúmenes de lluvia en un contexto de alto crecimiento de la densidad poblacional y disminución de las zonas de absorción natural (por el incremento del área pavimentada y/o construida), el mayor riesgo es que esto vuelva a pasar en algún momento de los próximos meses, cuando se esté en pleno proceso electoral.
Es decir, que al recuerdo de lo ocurrido se le sume otra muestra de la incapacidad del Estado para brindar bienes públicos, en un contexto de gasto y presión tributaria sin precedentes. Si ese fuera el caso, y ante la ausencia de medidas efectivas de control de daño, tal vez el agua termine teniendo más impacto político-electoral que la inseguridad, el desempleo y la inflación.