Publicado por La Tercera, 4 de noviembre de 2012
Ha transcurrido ya una semana desde la elección municipal y continúan las réplicas de una jornada que sorprendió a la clase política. Sin embargo, mientras unos siguen explicando la derrota y otros exagerando su victoria, las grandes interrogantes que nos dejó este proceso comienzan a ceder protagonismo frente a la cotidiana particularidad de nuestro debate político.
La baja participación electoral a la que asistimos los últimos comicios, es sólo un síntoma más de cuán extensa es la brecha entre las estructuras de representación formal y la dinámica social a la que se supone la primera representa. Sostener que el tránsito al sufragio voluntario es el único responsable de esta debacle es tan ramplón como afirmar que dicha reforma sólo vino a “sincerar” una realidad preexistente.
No cabe la menor duda de que la deficiente oferta política que se pone a disposición de los ciudadanos, a resultas de la escasa competencia y sus innumerables barreras de entrada, contribuye a la desazón y desinterés de muchos electores. Llora a gritos una intervención estructural a nuestra institucionalidad política, la que debe hacerse cargo de la reforma a los partidos, un sistema electoral más representativo, el financiamiento público de esta precaria y desigual actividad, como también de la incorporación de más mecanismos de participación ciudadana directa, como son las primarias o el plebiscito.
Por el lado de la demanda electoral, la inscripción automática fue un gran acierto, el que sin embargo se desdibujó con la torpeza de consignar el voto voluntario. Pese a todas las razones que públicamente se vienen esgrimiendo desde hace varios años para evitar que se materializara dicha reforma, la clase política, de manera mayoritaria y transversal, no tuvo el coraje para recordarles a los ciudadanos que la vida en comunidad no sólo importa derechos, sino también obligaciones.
No voy a repetir aquí los innumerables argumentos que anticiparon este desastre. Lo que sí quisiera consignar es que esta modificación no fue fruto del arrebato ni las prisas. Reforma constitucional mediante, tuvo su origen en el gobierno de Lagos, fue secundada por Bachelet, Piñera hizo de esta cuestión una bandera de campaña y Enríquez-Ominami condicionó su aprobación para dar el apoyo a Frei en segunda vuelta. La verdad, no sé qué es más irritante: si la ceguera o falta de visión de nuestras autoridades para anticipar las consecuencias de una crucial política pública, o el oportunismo de los que a última hora, y con la calculadora en la mano, deslizaban arrepentimiento. Para qué decir de los que hoy piden revertir el proceso, como si fuera gratuito arrebatarles a los ciudadanos lo que ayer se les concedió en nombre de la autonomía y la libertad.
Como postal de la jornada quedarán las palabras del Presidente de la República la mañana del domingo pasado, anticipando una participación histórica en la jornada electoral. Sin embargo, esa misma noche lo escucharíamos lamentándose amargamente por la enorme abstención registrada. Como si fuera poco, decidió rematar con una frase que, pronunciada por él, más pareció una trágica ironía: “votar es un deber”. A la usanza del buen Condorito: ¡exijo una explicación!