Por Martin González-Rozada*
¿Qué es “el hambre”? Una descripción usualmente utilizada en la literatura es la que considera que el hambre define una incomodidad física a corto plazo como resultado de la escasez crónica de alimentos, o en casos graves, una falta de alimentos potencialmente mortal (National Research Council, 2006)[1]. Un concepto relacionado con esta definición es la malnutrición por déficit o desnutrición. La desnutrición es una condición resultante de la ingesta insuficiente de nutrientes biológicamente necesarios (National Research Council, 2006). Aunque la malnutrición incluye tanto el sobrepeso y la obesidad como la desnutrición, el foco de la definición de hambre es la malnutrición por déficit.
Las consecuencias del hambre/desnutrición se reflejan en el normal desarrollo del crecimiento. La falta de calorías y proteínas conduce al retraso del crecimiento, una condición irreversible que, literalmente, atrofia lo físico y el crecimiento cognitivo de los niños y niñas. Las consecuencias del retraso en el crecimiento proyectan una larga sombra a lo largo de la vida, afectando todo, desde el rendimiento escolar hasta los ingresos futuros. El retraso en el crecimiento es un proceso lento y acumulativo y se desarrolla durante un período prolongado de tiempo como resultado de una nutrición inadecuada.
¿Cómo se mide el hambre?
En la literatura hay dos formas de medir el hambre, denominadas directa e indirecta. La directa estima una prevalencia de desnutrición mientras que la indirecta mide las consecuencias del hambre sobre el normal crecimiento de los niños y niñas.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y UNICEF miden el hambre a través de la prevalencia de desnutrición. La desnutrición se define como una situación en la que un individuo tiene un consumo habitual de comida que es insuficiente para proporcionar, en promedio, la cantidad de energía requerida para mantener una vida normal, activa y saludable. Se reporta a través de un indicador de prevalencia que se denomina «prevalencia de desnutrición». La prevalencia de la desnutrición es la probabilidad de que al seleccionar un individuo al azar de la población, se encuentre que esa persona consume, de manera regular, una cantidad de alimentos que proporciona menos que sus propios requerimientos de energía. En este sentido, la prevalencia de desnutrición no es una tasa de desnutrición, es decir, no es un recuento de la población que se encuentra desnutrida. La desnutrición es inherentemente una característica individual, si bien para reportarla no se hacen mediciones individuales de las calorías consumidas por una muestra o conjunto de individuos. Para estimar la prevalencia de desnutrición en una población, se modela la distribución de probabilidad del consumo de energía asociado a la dieta habitual de un individuo promedio de la población. La elección de la distribución debe representar la distribución de probabilidad asociada con el consumo de alimentos (calorías) del individuo promedio representativo de la población. OMS-FAO-UNICEF adoptaron en 1996 la distribución log-normal, por conveniencia analítica y bondad de ajuste. Entonces, los tres elementos que definen la prevalencia de desnutrición son: (i) ingesta habitual (promedio) de energía alimentaria del individuo representativo; (ii) coeficiente de variación del consumo de alimentos del individuo representativo y (iii) requisito mínimo de energía diario necesario para que el individuo representativo mantenga una vida normal, activa y saludable. Por ejemplo, para el año 2018 en Argentina, OMS-FAO-UNICEF estiman un requerimiento mínimo de energía de alrededor de 1870 kilocalorías por persona por día.
La denominada medición indirecta del hambre se hace a través de sus consecuencias sobre el crecimiento. Se utilizan diferentes indicadores antropométricos: peso para la edad, peso para la talla y talla para la edad para construir un “puntaje z de crecimiento”, luego se definen umbrales en el puntaje z de estos indicadores correspondientes a -2 desvíos estándar de los patrones normales de crecimiento determinados por la OMS. Todos aquellos niños que tienen puntajes de crecimiento z por debajo de estos umbrales son clasificados como de “bajo peso” para el indicador peso para la edad, que tienen síndrome de “emaciación” para el indicador peso para la talla y se clasifican como de “baja talla” para el indicador de talla para la edad.
La Situación del Hambre en Argentina
La Figura 1 muestra la prevalencia de desnutrición estimada para Argentina desde 2002 hasta 2018 (OMS-FAO-UNICEF estiman esta prevalencia por trienios). Como se observa, la prevalencia de desnutrición tiene un mínimo en el trienio 2013-2015 donde alcanzó un 3.5% de la población. Para el trienio 2016-2018, la estimación de la FAO es una prevalencia del 4.6%.
Para tener un punto de referencia, la prevalencia de desnutrición en el mundo en 2018 era de casi 11%, con un máximo de 20% en África y un mínimo de menos de 2.5% en América del Norte y Europa. La prevalencia de desnutrición en Argentina está por debajo de la de América Latina y el Caribe que era 6.5% en 2018.
Figura 1. Tasa de Indigencia y Prevalencia de Desnutrición
Nota: prevalencia de desnutrición estimada por OMS-FAO-UNICEF en “The State of Food Security and Nutrition in the World” (2019). Tasa de indigencia, 2002 a 2015 CEDLAS, 2016 a 2018 INDEC.
La Figura 1 muestra también la evolución de la tasa de indigencia. La indigencia es una condición que remite a la incapacidad para hacer frente a las necesidades básicas que se tienen y se mide a través del concepto de “línea de indigencia”. La línea de indigencia procura establecer si los hogares cuentan con ingresos suficientes como para cubrir una canasta de alimentos capaz de satisfacer un umbral mínimo de necesidades energéticas y proteicas. De esta manera, los hogares que no superan ese umbral o línea son considerados indigentes. En este sentido, la indigencia es un recuento de la población indigente, es la proporción de hogares en la población que no cubre las necesidades energéticas y proteicas mínimas necesarias. Es importante resaltar que, a diferencia de la medición del hambre que utiliza al individuo representativo como unidad de análisis, la indigencia se mide a nivel de hogar. Esto implica que es posible encontrar personas que no sean indigentes dentro de un hogar indigente, dependiendo de la asignación de recursos dentro del hogar. Se mide y se informa el número de personas que viven en hogares clasificados como indigentes pero no todas ellas necesariamente son indigentes y/o pasan hambre. En este sentido, la medición de indigencia no es necesariamente una medición del hambre[2].
En Argentina la línea de indigencia se define a partir de la valorización de una canasta básica alimentaria (CBA) de 2750 kilocalorías por persona por día y se calcula solamente sobre la población urbana. En el trienio 2016-2018 la incidencia de la indigencia, el porcentaje de personas que vivían en hogares considerados indigentes, era de 5.7%. Este valor implica que alrededor de 1.6 millones de personas del total de la población urbana capturada por la Encuesta Permanente de Hogares viven en hogares indigentes. Si extendemos la medición de la indigencia al total de la población tenemos que alrededor de 2.5 millones de personas viven en hogares indigentes. Asumiendo que todas las personas que viven en hogares indigentes son indigentes y pasan hambre, esta estimación actúa como un límite superior a la medición del hambre en Argentina. Como se observa en el gráfico, al ser una medición que cuenta el número de hogares cuyos ingresos están por debajo del umbral de indigencia, la tasa de indigencia se ve afectada por la evolución de los ingresos de los hogares y la inflación de la CBA que define el umbral. Así, la figura muestra que, a diferencia de lo que ocurre con el reporte de la prevalencia de desnutrición, hubo una marcada caída en la tasa de indigencia a lo largo del periodo analizado.
El Cuadro 1 muestra la proporción de niños, niñas y adolescentes con bajo peso, baja talla y emaciación para la población Argentina capturada por la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud II 2018/2019 (ENNyS 2). En los niños y niñas menores de 5 años (0-59 meses), la proporción de bajo peso y emaciación fue de 1.7 y 1.6% respectivamente. Esto significa que alrededor de 73 mil chicos tienen bajo peso para su edad y alrededor de 70 mil tienen bajo peso para su talla. La proporción de baja talla a nivel nacional fue de 7.9% implicando que alrededor de 341 mil chicos tienen baja talla para su edad.
Cuadro 1. Incidencias de Bajo Peso, Baja Talla y Emaciación
Nota: elaboración propia en base al informe de resultados de la ENNyS 2.
En la población de 5 a 17 años de edad la incidencia de bajo peso fue de 1.6% mientras que la de baja talla fue de 3.7%. Esto implica que alrededor de 112 mil chicos tienen bajo peso para su edad y alrededor de 258 mil tienen baja talla para su edad.
Como referencia para estos valores en Argentina, el informe de OMS-FAO-UNICEF estima, para América Latina y el Caribe (ALC) en 2018, una incidencia de emaciación para niños y niñas menores de 5 años de 1.3% y un porcentaje de chicos con baja talla de 9.0%. Esto significa que en ALC hay aproximadamente 0.7 millones de chicos con bajo peso para su talla y 4.8 millones con baja talla para su edad. En términos globales los porcentajes de niños y niñas menores de 5 años con emaciación y baja talla son 7.3% y 21.9%, respectivamente. Obviamente, hay marcadas diferencias entre regiones. En África, por ejemplo, el porcentaje de chicos menores de 5 años con síndrome de emaciación es de 7.1% y la prevalencia de baja talla es del 30%, mientras que en Asia estos porcentajes son 9.4% y 22.7%, respectivamente.
La “Nueva” Malnutrición: Sobrepeso y Obesidad
“En América Latina la proporción de personas adultas con sobrepeso y obesidad[3] aumentó significativamente en las últimas décadas, siendo para el año 2018 de 57.7% y 23% respectivamente. El aumento de la obesidad ha impactado de manera desproporcionada en las mujeres: en más de 20 países de la región la tasa de obesidad femenina es diez puntos porcentuales mayor que la de los hombres. En niños, niñas y adolescentes (NNyA) el crecimiento de este problema es crítico y tomó la dimensión de una epidemia. A nivel mundial un 20,6% de los niños y niñas entre 5-9 años y un 17,3% de los NNyA entre 10-19 años, tienen exceso de peso. En América Latina entre el 20% y el 25% del total de la población de NNyA, tiene sobrepeso y obesidad” (Informe final de la 2da Encuesta Nacional de Nutrición y Salud).
En Argentina, la incidencia de sobrepeso para niños y niñas menores de 5 años en 2018 era de 10.0% mientras que la de obesidad era de 3.6% indicando que el de exceso de peso estuvo presente en el 13.6% de la población de chicos menores de 5 años (ver Figura 2). Estos valores indican que casi 600 mil chicos menores de 5 años tenían exceso de peso. La situación empeora cuando se toma la población de NNyA de 5 a 17 años de edad. En esta población la proporción de sobrepeso y obesidad fue del 20.7% y 20.4% respectivamente. Esto quiere decir que 41.1% de los NNyA de 5 a 17 años de edad tenían exceso de peso en Argentina en 2018 (Figura 2). Esta prevalencia implica que había casi 3 millones de NNyA de 5 a 17 años con exceso de peso. Además, no hay diferencias significativas en estas prevalencias por quintil de ingreso sugiriendo que el problema de sobrepeso y obesidad no es específico de la población más pobre/indigente sino que afecta a toda la población de entre 0 y 17 años de edad. En la población adulta, más de 18 años, la prevalencia de sobrepeso fue de 34.0% mientras que la de obesidad fue apenas menor, 33.9%, implicando una prevalencia de exceso de peso de 67.9%. Esto significa que 16.7 millones de personas padecían de exceso de peso en 2018. La ENNyS 2 cubrió áreas urbanas de más de 5 mil habitantes por lo que si se extienden estos valores al total de la población la dimensión del sobrepeso y la obesidad en Argentina es alarmante.
Figura 2. Incidencias de Exceso de Peso, Obesidad, Sobrepeso, Baja Talla y Bajo Peso
Nota: elaboración propia en base al informe de resultados de la ENNyS 2.
¿Hacia dónde dirigir las políticas públicas?
Está claro que el problema del hambre es urgente en cuanto supone riesgo de vida para los niños y niñas en situación de mayor vulnerabilidad. Más aún, aquellos que crecen y subsisten con déficits permanentes de alimento enfrentarán desventajas comparativas en términos de su desarrollo cognitivo que pueden llegar afectar su formación, trayectoria laboral e ingresos futuros. Sin embargo, la evidencia empírica sugiere que el problema de la nueva malnutrición es relativamente más importante que la situación del hambre (ver Figura 2). En Argentina, los patrones alimentarios han ido empeorado en el tiempo y el consumo de sodio y el de azúcar duplica el consumo máximo recomendado (ver Ferrante et al.). El consumo de frutas y verduras es bajo y el de bebidas azucaradas es muy alto lo que contribuye a que la situación de sobrepeso y obesidad sea un problema grave de salud pública en Argentina, en consecuencia, las políticas públicas también deberían priorizar esta problemática que afecta al conjunto de la población.
Referencias
Clarín 27 de diciembre de 2019.
https://www.clarin.com/sociedad/comieron-meses-solo-canasta-basica-indec-salud-sufrio-odisea_0_UL1XGNVb.html
Informe final 2da Encuesta Nacional de Nutrición y Salud. http://www.msal.gob.ar/images/stories/bes/graficos/0000001602cnt-2019-10_encuesta-nacional-de-nutricion-y-salud.pdf
Ferrante D, Apro N, Ferreira V, Virgolini M, Aguilar V, Sosa M, et al. Feasibility of salt reduction in processed foods in Argentina. Rev Panam Salud Publica. 2011;29(2):69–75. http://iris.paho.org/xmlui/bitstream/handle/123456789/9571/a01v29n2.pdf?sequence=1&isAllowed=y
Holben, D.H. (2005). The concept of hunger. Background paper prepared for the Panel to Review the U.S. Department of Agriculture’s Measurement of Food Insecurity and Hunger. (http://www.nationalacademies/CNSTAT/).
National Research Council. (2006). Food Insecurity and Hunger in the United States: An Assessment of the Measure. Washington, DC: The National Academies Press. https://doi.org/10.17226/11578.
The State of Food Security and Nutrition in the World (2019) http://www.fao.org/3/ca5162en/ca5162en.pdf
Tornarolli, L. (2018) Series comparables de indigencia y pobreza: una propuesta metodológica. Documento CEDLAS 226.
http://www.cedlas.econo.unlp.edu.ar/wp/wp-content/uploads/doc_cedlas226.pdf
*Universidad Torcuato Di Tella
[1] Vea Holben (2005) para definiciones alternativas de hambre.
[2] En un “experimento” reciente, un grupo de voluntarios de Córdoba se alimentaron durante tres meses con la valorización de la canasta básica alimentaria (CBA) que define la línea de indigencia que difunde INDEC y reportaron en una nota periodística: “¿Lograron los que siguieron la ‘dieta INDEC’ que la plata les alcance para comprar la CBA? Sí. ¿Pasaron hambre? No”. Clarin 27 de diciembre de 2019.
[3] Sobrepeso se define como un puntaje z del índice de masa corporal para la edad mayor a uno y menor a dos desvíos estándar de los patrones definidos por la OMS y obesidad como un puntaje z del mismo indicador mayor a dos desvíos estándar.