Los errores de diseño y de diagnóstico del Gobierno, en lugar de crear condiciones para una suave evolución institucional, han creado más bien condiciones cercanas a las revolucionarias.
El primer error se relaciona con la política. Desde el día uno el objetivo del Gobierno del Presidente Piñera ha sido deshacer, en lugar de corregir, lo que hizo el de Bachelet. Plantea revertir la reforma tributaria sin que ningún estudio serio pueda decir cuán mala o buena era dicha reforma. Intentó revertir la Ley de Inclusión y no pudo. Su diagnóstico fue que el gobierno de Bachelet fue un accidente en el camino, no una señal imperfecta de que el país requiere cambios importantes.
El gobierno de Bachelet cometió errores, pero tenía ideas valiosas. No prever que muchos padres ven en el copago una forma de diferenciación social no implica que la segregación escolar es irrelevante. Diseñar de mala forma la gratuidad universitaria no implica que sea un despropósito. Proponer un proceso constituyente confuso para levantar contenidos para una reforma sin jugársela por fijar ciertos puntos clave y que, luego de presentados, todo se haya desinflado, no implica que no haya problemas constitucionales pendientes. Estos errores, entre otros, llevaron a la Nueva Mayoría a perder las elecciones presidenciales. Sin embargo, el Gobierno interpretó eso como una señal de que había que dar vuelta atrás. Es un error grave cuya prueba es que la Alianza por Chile perdió las elecciones parlamentarias. La señal es más compleja que simplemente “revertir todo lo de Bachelet”.
El segundo error se relaciona con la sociedad. En un contexto en el cual la ciudadanía desconfía de las instituciones democráticas —partidos, Parlamento, gobierno, tribunales—, no se puede dar la espalda a manifestaciones importantes de la sociedad civil. Como lo muestran las encuestas como el World Values Survey, Chile es un país de alto activismo social. Las protestas estudiantiles o medioambientales de 2011 hoy parecen un ejemplo de civilidad. En esos dos casos, la respuesta política funcionó. No se hizo HidroAysén y Chile se transformó en líder de energía solar. Se hizo la Ley de Inclusión y la gratuidad universitaria. Donde no funcionó fue en lo previsional.
En 2015 hubo masivas manifestaciones cívicas de lo que se denominó el movimiento “No+AFP”. No se trata de tomar al pie de la letra lo que ese movimiento planteaba, pero es insensato no considerar ninguno de sus planteamientos. Tampoco lo es tirar “líneas rojas” que, ex ante, le generen al Gobierno una incapacidad para negociar. Es lo que pasa hoy. Hay una línea roja para incluir un sistema de seguro en que la solidaridad se concibe distinto de como el Gobierno la entiende, pero que a mucha gente le hace sentido. El sistema previsional es de todos y para su estabilidad social y económica se requiere que cada chileno sienta que le pertenece.
El tercer error es conceptual. Las instituciones deben evolucionar. Las cosas no pasan porque sí. Revertir todo es negar la posibilidad de evolucionar. Ignorar las señales de la sociedad es cerrarse a pensar cómo seguir evolucionando. Pensar que las instituciones que sirvieron en algún minuto jugarán hoy el mismo rol es un error mayúsculo. Las instituciones formales deben guardar relación con las creencias y valores de los ciudadanos. Cuando ello no ocurre, porque no permitimos que dicha evolución tenga lugar, los roces y eventuales quiebres son difícilmente evitables. A los autores de “El Otro Modelo” se nos acusó años atrás de negar el legado de la Concertación. Apoyé y trabajé en todos sus gobiernos y estoy orgulloso de ese proyecto político. Es más: soy solidario de todas las decisiones tomadas y me hago cargo de sus consecuencias.
La nostalgia, sin embargo, no es una buena aliada. El país cambió y es crucial que las instituciones evolucionen. Este gobierno repite la misma receta de hace veinte años con un país más rico, más educado y con más aspiraciones, un país más consciente de las desigualdades y más sensible a la vulnerabilidad con que vive. El alza de las tarifas del Metro fue la gota que derramó el vaso; pudo ser cualquier otra cosa.
El contrato social es más vulnerable de lo que parece. El Presidente llamó al diálogo, es un punto de partida. Lo que importa es qué camino plantea recorrer. Si no entendemos los problemas y aspiraciones de los chilenos, si no aceptamos que hay visiones del mundo diversas y que requieren respeto y aceptación, este llamado puede terminar siendo un esfuerzo estéril. Para evitar la revolución, es necesario evolucionar siempre.