Freno de mano

La economía está tibia. Después de una fuerte recuperación en 2018, dejando atrás años de muy bajo crecimiento, hay una sensación de que los motores están a media máquina. Las expectativas privadas para 2019 han ido alejándose del 3,5%, y aunque hacer un pronóstico certero de si Chile crecerá más cerca de 3,5% o de 3% es muy difícil a esta altura, lo concreto es que a la economía le cuesta tomar temperatura.

¿Qué la está frenando? Las hipótesis son varias, pero se agrupan en dos categorías. Por una parte, está la idea de que, por razones internas o externas, hay un déficit de demanda. Por ello, se necesitaría más estímulo. La alternativa es que la restricción está en la oferta, y que, décimas más o décimas menos, this is it . En otras palabras, no es que los privados no quieran meter el pie en el acelerador, es que estamos con el freno de mano puesto.

No hay duda de que el mundo se ha deteriorado y no está apoyando el crecimiento. La guerra comercial -que a estas alturas parece desatada- ha cambiado el panorama para países emergentes, y el empeoramiento de las perspectivas externas en las últimas semanas es evidente y posiblemente explique algunas décimas de crecimiento este año. Pero es importante mirar más allá de los últimos acontecimientos, por preocupantes que parezcan. Hasta hace poco, la economía mundial venía estabilizándose hacia su tendencia de largo plazo y las condiciones financieras seguían siendo positivas, por lo que no resulta razonable atribuir todo al ambiente externo.

Internamente, la inversión y el consumo se han mostrado débiles, aun con condiciones de financiamiento históricamente favorables. La incertidumbre externa y las dificultades en encontrar acuerdos y avanzar de manera razonable en materias de alta importancia para la ciudadanía no son buenas señales para las decisiones de inversión, de contratación y de consumo. Y la negativa al diálogo de un sector político genera dudas que no son fáciles de despejar. Algo de esto también podría haber.

Puede ser que la demanda esté alicaída, pero la evidencia de que los problemas de oferta son grandes es contundente. Las cifras de la Comisión Nacional de Productividad muestran un deterioro sistemático en la productividad en los últimos años. La recuperación en 2018 fue importante, y es una buena noticia, pero no debemos olvidar que la productividad es procíclica, y que sube en momentos de recuperación y cae en momentos de debilidad. Por ello, que el crecimiento de la productividad haya sido de 1,3% en 2018 sugiere que la tendencia puede ser bastante menor. Muchos años de bajo crecimiento en productividad no se revierten fácilmente y reflejan un fenómeno más profundo.

Esta hipótesis se hace más evidente al incorporar la fuerte llegada de extranjeros en el análisis. La ola de inmigrantes y el rezago con que se insertan en el mundo laboral hace pensar que por el lado de la fuerza de trabajo hay un nuevo impulso al crecimiento de mediano plazo. Pero si Chile ha experimentado un fuerte e inesperado aumento en la fuerza de trabajo, las cifras de crecimiento de los últimos años se ven más pálidas. ¿No será que, mientras se está prendiendo el motor de la fuerza laboral para empujar el crecimiento, se nos está estropeando el motor de la productividad?

Los costos para invertir y la incertidumbre sobre las reglas del juego han aumentado significativamente en Chile en los últimos años, y la «permisología» parece ser asfixiante en algunos sectores. Todo ello está redundando en una menor productividad. Desafortunadamente, el debate doméstico ha ido perdiendo foco en el crecimiento, y la refriega política nos está inmovilizando.

Si nuestra capacidad de crecimiento se estanca entre 3% y 3,5%, ¿por qué debemos estar sorprendidos de crecer entre 3% y 3,5%?

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