Un exhaustivo diagnóstico de la anemia en el Perú realizado por Videnza Consultores nos permite conocer cuánto se ha avanzado en el combate de esta enfermedad pero, sobre todo, qué se requiere para atacarla más rápida y eficientemente.
Hablamos de anemia cuando el nivel de hemoglobina en la sangre es insuficiente para transportar adecuadamente el oxígeno a las células del cuerpo. Es un trastorno multicausal en el que interactúan factores nutricionales, enfermedades infecciosas y circunstancias biológicas, socioeconómicas y culturales. Justamente por eso, su combate debe ser abordado desde distintos frentes.
El grupo de mayor vulnerabilidad son los niños menores de cinco años porque sus requerimientos de hierro son mayores a los del resto de la población y porque la anemia puede generar alteraciones irreversibles en su cerebro. Desde el punto de vista económico, sus efectos se calculan en aproximadamente el 0.6%-1% del PBI.
En el Perú, aunque desde el 2012 se ha aumentado el presupuesto del Programa Articulado Nutricional y del Programa de Salud Materno Neonatal, la anemia se ha mantenido relativamente constante. En el 2018, según la Encuesta Demográfica y de Salud Familiar (Endes), su prevalencia en niños menores de tres años fue de 43.5%. Y en el 2017, fue de 34.1% en menores de cinco años, a diferencia de los países de la OECD, donde llegaba al 16% en el 2016.
Entre los factores asociados a una menor o mayor prevalencia de anemia en niños de entre 6 y 35 meses resaltan el área de residencia (urbano 40%; rural 53.3%), el quintil de riqueza (menos recursos 55.3%; mayores recursos 26.3%), el nivel de educación de la madre (sin nivel/primaria completa 53%; superior 34%), el tratamiento del agua (sin tratamiento 56.3%; con cloro residual 36.6%) y el orden de nacimiento (cuarto hijo o más 52.4%; primerizos 39.5%).
El 38% de los aproximadamente 630,000 niños menores de tres años con anemia en el Perú viven en la provincia de Lima y en las regiones de Piura y Puno. En consecuencia, priorizar intervenciones en estas localidades permitiría reducir el porcentaje de anemia a nivel nacional. Además, es indispensable acortar las brechas de infraestructura, recursos humanos y equipo, porque aquellas regiones con menos establecimientos de salud, médicos y enfermeras per cápita coinciden con aquellas con tasas más altas de anemia.
Igualmente, hay que tener en cuenta que, si bien la probabilidad de tener anemia aumenta en la población de estratos socioeconómicos bajos, no es una enfermedad exclusiva del quintil más pobre. De hecho, uno de cada cuatro niños de los hogares de mayor riqueza y uno de cada tres asegurados del seguro social del Perú (EsSalud) tienen anemia. Esto se explica, entre otros factores, por malos hábitos alimenticios, una percepción equivocada de las causas de la enfermedad, y una alta tasa de partos por cesárea: el porcentaje de nacimientos por cesárea en el quinto quintil de riqueza es de 62.5%, mientras que el promedio nacional es de 34.5% (INEI, 2019). En los partos por cesárea, el cordón umbilical suele cortarse antes del minuto de nacido el bebé, cuando está comprobado que retrasar dicho corte entre uno y tres minutos mejora las reservas de hierro del niño incluso hasta los tres meses.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) propone dos grandes grupos de estrategias para prevenir la anemia: las específicas en nutrición y las complementarias a la nutrición. Entre las primeras, las acciones pasan por diversificar la dieta y mejorar la biodisponibilidad de micronutrientes; fomentar la lactancia materna en los seis primeros meses de vida y complementarla con alimentación hasta los dos años de vida; y tener una política de fortificación universal de alimentos, especialmente con hierro.
En cuanto a las estrategias complementarias a la nutrición figuran los tratamientos de infecciones parasitarias, el garantizar el acceso a agua, saneamiento y prácticas de higiene, ofrecer educación sexual en los colegios que permita implementar prácticas preventivas desde la etapa pregestacional, y liderar acciones intersectoriales e intergubernamentales.
Pero, todo lo anterior solo funciona con estrategias de comunicación para el cambio social y de comportamiento que consideren la comunicación interpersonal, la difusión en medios de comunicación y la movilización de la comunidad. En nuestras visitas de campo hemos comprobado que son efectivas aquellas estrategias que nacen de la experiencia de las propias regiones pero que, a la vez, están alineadas con la visión nacional.