El optimismo posterior al plebiscito parece esfumarse. La conducción interna sin duda está contribuyendo, pero en los últimos días el ruido ha venido del exterior. El Banco Central de Estados Unidos le ha dado un portazo a la inflación, amenazando con subir las tasas de interés lo que sea necesario para que la enfermedad no se transforme en pandemia.
Los procesos de restricción monetaria nunca han sido fáciles para los países emergentes. La crisis de la deuda en los 1980s tiene la marca indeleble de la Reserva Federal, que actuó agresivamente para terminar con la inflación. Pero la realidad ha cambiado desde entonces, por lo que la experiencia desde los 90s parece más representativa. Desde entonces, Estados Unidos se ha embarcado en tres procesos sistemáticos de aumento de tasas: a partir de 1994, luego a mediados de los 2000, y finalmente el tímido aumento desde 2015. En la actualidad, la comparación con 1994 y 2004 es particularmente útil.
El alza de tasas de mediados de la década de 1990 tuvo un bajo efecto inicial en los emergentes, todavía embriagados de entradas de capitales. Pero la acumulación del exceso de gasto hizo que, finalmente, las condiciones más restrictivas impactaran con fuerza, fortaleciendo el dólar y presionando al alza los spreads de la deuda de países en desarrollo. Lo que siguió, con la llamada crisis asiática de 1997, la crisis en Rusia y Argentina, es historia conocida.
Curiosamente, la experiencia a partir de 2004 —cuando el aumento de las tasas fue aún más profundo que el anterior— fue muy diferente. El costo de la deuda en países emergentes no se movió y el dólar, en vez de fortalecerse, se debilitó sistemáticamente. La explicación a este puzle tiene nombre y apellido: China. El auge de las materias primas a partir de 2004 más que compensó las peores condiciones monetarias, y América Latina vivió una década de auge de la mano de China.
Todo indica que las condiciones financieras globales seguirán restrictivas por un tiempo. Hasta ahora, aunque a mayor costo, el financiamiento a la región sigue fluyendo, por lo que no se observa una parálisis en los flujos de capitales como la vivida a fines de los 1990s. Pero China está con bastantes dificultades. Aunque no sucumbirá, esta vez no podremos usar ese comodín. Por ello, lo más probable es que el cielo se oscurezca antes que salga el sol.
Aunque no manejamos las condiciones globales, sí podemos fortalecer las líneas de defensa. Reconstruir la solvencia fiscal y controlar la inflación son pasos clave para atenuar el ciclo económico, pero la difícil coyuntura sugiere que se necesita bastante más. En “Meditaciones del Quijote”, Ortega y Gasset nos recuerda que “uno es uno y sus circunstancias”. ¿Habrá tomado nota el Gobierno del cambio en las circunstancias? (El Mercurio)