La reciente contribución de Blanchard y Rodrik (2021)[i] sobre la manera de repensar el rol del gobierno para combatir la desigualdad recoge las contribuciones realizadas por economistas de mucha influencia en una conferencia realizada en 2019. Abordan un tema que, desde un punto de vista económico ortodoxo, pertenece más a la sociología o a las ciencias sociales en general. Tiene que ser señal de avance en el pensamiento económico el que, a diferencia de hace lustros, donde primaba la discusión sobre el dilema entre equidad y eficiencia, el implícito consenso de los presentes en la conferencia es que la desigualdad restringe el crecimiento económico porque promueve rentas para los ricos y reduce las oportunidades para los pobres y las clases medias (p. xiii).
El libro es inspirador. Para una profesora de Economía Pública, encontrar una manera nueva de ordenar las posibles intervenciones de política pública, es siempre bienvenido. Más aún, cuando se tienen ejes nuevos para ordenar las intervenciones para reducir la desigualdad. Blanchard y Rodrik segmentan a los grupos socioeconómicos -bajo, medio, alto- y las etapas de una cadena de valor: pre producción, producción misma y post producción. En este cubo de nueve celdas, hay espacio para identificar políticas para reducir la desigualdad para cada grupo socioeconómico: sea subir impuestos a los ricos, o fijar un salario mínimo para los pobres. Esta taxonomía constituye una excelente contribución para la economía pública y nos deja la tarea para adaptarla para países emergentes o en vías desarrollo.
Es interesante que en esta taxonomía se pueda encontrar políticas vinculadas a la educación. Para los pobres, en la etapa pre productiva, la educación se postula como una política orientada a aumentar la calidad de las dotaciones de capital. También en esa etapa, para las clases medias se postula un mayor gasto público en educación terciaria; y, para la etapa productiva, políticas de innovación. El capítulo sobre educación, escrito por Tharman Shanmugaratnam de la Autoridad Monetaria de Singapur, es particularmente ilustrativo. Parte de concebir a la educación como el más importante igualador en una sociedad y, para lograrlo, considera preciso abordar dos preguntas. La primera concierne a la pérdida del rol de la meritocracia para abrir oportunidades similares para todos, cuando el background social es tan polarizado. La segunda interpela cuán listos están los sistemas educativos para preparar a la juventud para el nuevo mercado laboral, con la amenaza de menores empleos de calidad y la automatización.
La referencia a la meritocracia me lleva a la publicación reciente en el Perú del libro de Reátegui, Grompone y Rentería: “¿De qué colegio eres? La reproducción de la clase alta en el Perú” (IEP, 2022). El libro construye un retrato de la experiencia escolar y sus consecuencias en el mercado laboral de un conjunto de 27 ex alumnos de cuatro colegios de Lima. Los colegios seleccionados corresponden a los más caros de la capital, tanto en cuanto a cuota de ingreso como a mensualidades. El enfoque teórico elegido está dominado por las contribuciones del sociólogo Bordieu, destacando la noción de los diferentes tipos de capital que portamos los individuos y cómo condicionan nuestras relaciones sociales y laborales.
Al sostenerse en la noción de capital social, simbólico, cultural, etc., una economista no puede evitar pensar cómo introducir esas nociones en un modelo económico que explique los ingresos de un individuo o de una familia. La crítica desde la economía es la dificultad de medición para incluirlos en el análisis económico que sostenga la formulación de políticas públicas para reducir los niveles de pobreza, por ejemplo.
Los autores son muy enfáticos en la idea que no están cuestionando los particulares esfuerzos que realizaron los entrevistados para alcanzar sus diversos logros laborales y económicos, pero sí dejando claro que una buena parte de las puertas que se abrieron para cada uno de ellos y ellas fue un resultado de los servicios de su capital social: un pariente, el padre de un exalumno, los propios padres. No fue el azar, sino el background social desigual el que abre las puertas y reduce las oportunidades para las clases medias y bajas, confirmando la cuestión planteada por Shanmugaratnam, en el libro de Blanchard y Rodrik. Al reducir la movilidad social a través de la educación y los méritos que se derivan de esta, el background social funciona como una externalidad de stock.
Con lo cual, Reátegui, Grompone y Rentería me dejan pensando si, para examinar los mecanismos de reproducción de las clases altas, no era necesario estudiar un poco más a los padres, a quienes eligieron esos colegios, a quienes pudieron pagar esas altas cuotas de ingreso. Es ilustrativo examinar las consecuencias de esas decisiones de los progenitores, como se hace en el libro, pero la transmisión intergeneracional de las oportunidades tiene que ser uno de los objetivos de políticas públicas que busquen reducir la desigualdad. El relato se convierte así en un estudio intrínseco de caso que necesitará de investigaciones complementarias para derivar recomendaciones de política pública; de aquellas que servirán para reducir la desigualdad y potenciar a la meritocracia como mecanismo igualador de oportunidades.
Una sociedad meritocrática es un sueño para la eficiencia económica y el crecimiento económico: los recursos serán asignados a los usos que les den el mayor valor. Esto es cierto cuando hay libre movilidad de factores. Esos capitales sociales, simbólicos y culturales que cada individuo lleva no son móviles y terminan erigiéndose como barreras a la entrada a mercados más dinámicos. Cuando las oportunidades se heredan, porque los capitales que las permiten son poco móviles, se pierde el sentido igualador de la meritocracia.
[i] Blanchard, O. and Rodrik, D., editores (2021). Combating Inequality. Rethinking Government’s Role. The MIT Press.