Desigualdad en Chicago y en Cambridge

Por Rodrigo García Verdú[1]

 

Hace un par de años, en una columna publicada en el portal de Project Syndicate, el renombrado economista Angus Deaton comparaba los distintos enfoques en el estudio de la desigualdad entre las universidades de Cambridge y de Chicago.[2] Deaton, ganador del premio Nobel en economía en 2015 y profesor emérito de economía en la Universidad de Princeton, afirmaba que “…resulta difícil imaginar un conjunto de trabajos [los de los economistas de la Universidad de Chicago] más opuesto al pensamiento amplio sobre la desigualdad y la justicia.” Concluía dicho artículo sugiriendo que “…prestar más atención a la economía de Cambridge puede ayudar a recuperar la fe, no solo en el capitalismo, sino también en la propia ciencia económica.”

Aunque el Departamento de Economía de la Universidad de Chicago, renombrado en 2017 como el Kenneth C. Griffith Department of Economics, suele ser más pequeño en términos del número de profesores comparado con otras facultades, ello no lo hace un monolito intelectual, encontrándose al interior del mismo una gran variedad de enfoques metodológicos.

En efecto, hay miembros de la facultad para los cuales el estudio de la desigualdad del ingreso entre hogares y personas al interior de los países debería ocupar un segundo plano o incluso relegarse en términos de importancia relativa frente al estudio de los determinantes de las diferencias del ingreso per cápita promedio entre países. Quizá el proponente mas destacado de este enfoque sea Robert E. Lucas, Jr. quien en 2004 sostuvo lo siguiente:

“De las tendencias que son dañinas para la buena economía, la más seductora, y en mi opinión la más venenosa, es centrarse en cuestiones de distribución. En este mismo minuto, nace un niño en una familia estadounidense y otro niño, igualmente valorado por Dios, está naciendo en una familia en la India. Los recursos de todo tipo que estarán a disposición de esta nueva americana será del orden de 15 veces los recursos de que dispone su hermano indio. Esto nos parece un error terrible, que justifica una acción correctiva directa, y quizás algunas acciones de este tipo puedan y deban tomarse. Pero de la vasta aumento en el bienestar de cientos de millones de personas que se ha producido en el curso de 200 años de la revolución industrial hasta la fecha, prácticamente nada de eso puede atribuirse a la redistribución directa de recursos de ricos a pobres. El potencial para mejorar la vida de las personas pobres encontrando diferentes formas de distribuir la producción actual no es nada comparado al potencial aparentemente ilimitado de aumentar la producción.”[3]

Para poner esta cita en contexto es recomendable leer todo el artículo. Al hacerlo queda claro que Lucas no piensa que la desigualdad no sea relevante o digna de estudio. Por el contrario, su trabajo desde mediados de la década de los ochenta del siglo pasado sobre crecimiento económico ha estado motivado por las diferencias observadas en el ingreso per cápita promedio entre países. En cambio, su punto es metodológico, y sostiene que la mejor manera de entender la desigualdad es enfocarse en entender las diferencias entre países en el ingreso per cápita promedio.

Uno puede o no compartir el enfoque metodológico de Lucas. Sin embargo, resulta difícil entender cómo un académico como Angus Deaton, cuyo trabajo se basa en el trabajo empírico rigurosos, puede haber obviado en su crítica tantas contribuciones seminales al estudio de la desigualdad provenientes de economistas de la Universidad de Chicago. Sin pretender ser exhaustivo, entre las contribuciones más importantes se encuentran las siguientes:

  • La teoría del capital humano desarrollada por Gary Becker, Jacob Mincer y Theodore Schultz, entre otros, que sigue siendo una de la base para entender la desigualdad salarial como resultado de las diferencias en los niveles de escolaridad y experiencia laboral;
  • El trabajo de Gary S. Becker sobre la economía de la familia, la cual tiene implicaciones para la división del trabajo entre sus miembros y la desigualdad de los recursos al interior de misma;
  • El trabajo de Gary S. Becker con Nigel Tomes sobre la movilidad intergeneracional;
  • El trabajo de Sherwin Rosen sobre la economía de las superestrellas, el cual es mucho más relevante en la actualidad que cuando se desarrolló por primera vez, ya que la difusión de Internet y las plataformas de distribución global que dicha red permite han aumentado el tamaño del mercado, en muchos casos a una escala mundial;
  • El trabajo de James J. Heckman sobre la elección discreta, el sesgo de selección de la muestra y cómo corregirlo al estimar las tasas de rendimiento de la educación y, más recientemente, su trabajo sobre el desarrollo de la primera infancia y las habilidades no cognitivas y la aparición de la desigualdad muy temprano en la vida y su transmisión;
  • El trabajo de Kevin M. Murphy sobre la importancia de la oferta y demanda de trabajadores con distinto nivel de escolaridad para explicar la desigualdad salarial y la evolución de la tasa de rendimiento a la escolaridad;
  • El trabajo de Derek A. Neal sobre los determinantes y la evolución de la brecha salarial entre trabajadores blancos y afroamericanos;
  • El trabajo de Robert M. Townsend sobre la estimación y calibración de modelos de equilibrio general en los cuales la desigualdad de los ingresos y de la riqueza resulta de la elección ocupacional óptima. En esta clase de modelos, la desigualdad depende en gran medida de si los mercados financieros permitan el acceso al crédito y en qué condiciones: a mayor acceso al crédito en condiciones más favorables, menor será la importancia de la dotación inicial o riqueza heredada en la determinación de la desigualdad.

Los trabajos de varios ex alumnos de estos economistas han contribuido al estudio de la desigualdad en México. Por ejemplo, la tesis doctoral de Jorge Meléndez Barrón, dirigida por Sherwin Rosen y en la que participaron Gary Becker y Kevin M. Murphy como miembros de su comité, encontró que el aumento en la desigualdad observado a finales del milenio pasado es explicado no por la apertura de la economía al comercio exterior con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, sino por el cambio tecnológico sesgado en favor de los trabajadores calificados (skilled-biased technical change).[4]

Estos son solo algunos ejemplos destacados que contradicen la afirmación de Deaton de que el trabajo de los economistas de Chicago es “…opuesto al pensamiento amplio sobre la desigualdad y la justicia”. Inclusive Milton Friedman, quien es uno de los villanos favoritos de la izquierda progresista, respondió lo siguiente ante la pregunta de cuál era el problema más apremiante que enfrentaban los Estados Unidos en 1996ִ:

“No tengo ninguna duda: El mayor problema que enfrenta nuestro país es la división en dos clases, los que tienen y los que no tienen. Las crecientes diferencias entre los ingresos de los calificados y los menos calificados, los educados y los no educados, representan un peligro muy real. Si esa brecha cada vez mayor continúa, vamos a estar en un problema terrible. La idea de tener una clase de personas que nunca se comunican con sus vecinos, esos mismos vecinos que asumen la responsabilidad de satisfacer sus necesidades básicas, es extremadamente desagradable y desalentadora. Y no puede durar. Tendremos una guerra civil. Realmente no podemos seguir siendo una sociedad democrática y abierta que se divide en dos clases. A la larga, ese es el mayor peligro individual. Y la única manera que veo de resolver ese problema es mejorar la calidad de la educación”.[5]

 

Reflexiones finales

Joan Robinson, uno de los miembros de la facultad de economía de Cambridge, era una profunda convencida en la superioridad del sistema comunista sobre la economía de mercado. De hecho, incluso hasta finales de la década de los setenta del siglo pasado, Robinson estaba convencida de que Corea del Sur sería absorbida por Corea del Norte gracias a la superioridad del sistema comunista.[6]

Los economistas de Chicago, al menos la gran mayoría de ellos, no comparten ahora ni compartían entonces la visión favorable de Joan Robinson sobre el comunismo. Sin embargo, ello no impedía que reconocieran sus aportaciones a la economía y enseñaran sus contribuciones (sobre monopsonio, por ejemplo) como parte del core o corpus fundamental de teoría económica.

Uno solo puede esperar que la preferencia de la mayoría de los economistas de Chicago por el sistema de precios como el mecanismo más eficiente para asignar recursos escasos no sea un impedimento para que se continúen ensañando las contribuciones fundamentales de muchos de ellos al estudio de la desigualdad.

 

 

[1] Las opiniones, interpretaciones y conclusiones contenidas en este artículo son responsabilidad exclusiva del autor y no deben atribuirse a ninguna otra persona u organización. Correo electrónico: rgarciav@alumni.uchicago.edu

[2] Angus Deaton (2020), “Desigualdad en Cambridge y Chicago,” Project Syndicate, 3 de enero de 2020.

[3] Robert E. Lucas, Jr. (2004), “The Industrial Revolution: Past and Future,” The Region (2003 Annual Report of the Federal Reserve Bank of Minneapolis), pp. 5-20.

[4] Jorge Melendez Barron (2001), “The structure of wages under trade liberalization: Mexico from 1984 to 1998,” The University of Chicago, 155 pp.

[5] Entrevista con Milton Friedman, “Technos Interview,” entrevistado por Mardell Jefferson Raney, Technos 5, No. 1 (Primavera 1996): pp. 4-6, 8-11.

[6] The Economist, “Parallel Economies,” 29 de diciembre de 2010.