En cualquier proceso de contratación—para una empresa, un hospital, una universidad, o una escuela—una fase imprescindible es revisar si los candidatos reúnen las calificaciones necesarias. Entre estas calificaciones, la preparación para el puesto, incluyendo el nivel de educación y la experiencia previa en empleos relacionados, suele considerarse prioritaria. La educación, en particular, importa tanto porque está ligada a la adquisición de habilidades, como porque es una señal del talento del candidato o candidata. Una amplia literatura económica, de hecho, muestra que la educación está relacionada con el desempeño en el puesto en muchas ocupaciones, en particular en empleos que requieren tomar decisiones. Si la preparación es importante para el desempeño en empleos de responsabilidad, ¿no es razonable esperar que lo sea también en los puestos de liderazgo público, y en especial la presidencia?
Esta reflexión viene a mente dadas las recientes declaraciones del presidente del Perú, ampliamente difundidas a través de la prensa, televisión y redes sociales, las que han generado fuerte debate. Uno de los focos de este debate ha sido la admisión, y en televisión mundial, de que el presidente se sabía falto de preparación para tomar las riendas del gobierno, lo que ha generado variadas reacciones de desilusión, tristeza, incredulidad, e indignación.
El debate puede resultar estéril, sin embargo, a menos que confrontemos una pregunta obvia y central, aunque todavía ausente: ¿Importa realmente que un líder político llegue al poder con poca preparación? ¿Podemos decir cuánto? Si lo podemos medir, ¿es el costo grande o pequeño? Desde el punto de vista del economista, estas preguntas son de mucho interés, y en principio se pueden y se deben contestar desde el punto de vista empírico. De hecho, existe una literatura al respecto, de donde intentaremos extraer lecciones relevantes.
En un artículo pionero[1], publicado en el 2005, Benjamin Olken y Benjamin Jones formularon empíricamente la pregunta de si los líderes son importantes para el crecimiento económico. Para ello, exploraron una base de datos, desde 1945 al 2000, de jefes de estado en los 130 países para los que existe suficientes estadísticas. En este tipo de análisis, como es natural, es crucial evitar problemas de simultaneidad que lleven a confundir correlación y causación. Por ello, Olken y Jones utilizaron como instrumento las muertes por causas naturales de líderes durante su período de gobierno, dado que dichas muertes no están relacionadas en principio con las condiciones económicas. Olken y Jones mostraron que dichas muertes tuvieron un impacto estadísticamente significativo (positivo o negativo) sobre el crecimiento, lo que indica que las características personales de un líder importan para el crecimiento.
El trabajo de Olken y Jones ha tenido mucho impacto. Pero dejó sin contestar la pregunta de específicamente cuáles características de los líderes son las que tienen más impacto. Una respuesta es el nivel de educación, como demostraron Tim Besley, José Montalvo y Marta Reynal-Querol en un artículo publicado el 2011[2]. En ese artículo, los autores amplían el período de estudio a 1875—2004, y extienden los métodos de Olken y Jones utilizando el nivel de educación para medir la calidad de los políticos.
Los resultados de Besley, Montalvo, y Reynal-Querol son impresionantes. Tener que reemplazar a un jefe de estado con educación superior (estadios universitarios o de posgrado) causa una caída de 0.7-0.9 puntos porcentuales de crecimiento económico anual en los cinco años siguientes. En contraste, el reemplazo de un líder sin educación superior lleva a un aumento del crecimiento anual en 0.9 puntos porcentuales en el siguiente quinquenio.
Las magnitudes son más marcadas si un país tiene la mala suerte de pasar de un líder con educación superior a uno sin ella. De acuerdo con Besley et al., dicho evento resulta en una pérdida de 1.7 puntos porcentuales en el crecimiento anual por cinco años.
La evidencia dice entonces que puede haber enormes ganancias, en términos de crecimiento económico, para un país que pasa de tener líderes con menos educación a tener líderes con más educación. Besley y sus coautores proponen que los líderes mejor educados son probablemente más competentes y por tanto eligen políticas económicas sensatas. Además, los líderes mejor educados se plantean objetivos amplios, en vez de favorecer a sectores particulares, los que suelen favorecer en proteccionismo. Finalmente, los líderes mejor educados prestan mas atención a la infraestructura y en general al interés de la nación. Todo esto es bastante intuitivo y ha sido discutido por mucho tiempo. Pero la contribución central del trabajo de Besley y sus coautores es crucial porque cuantifica dichas ganancias, y mide el costo económico de la falta de preparación, en términos de educación, de un jefe de estado.
Cabe notar que Besley et al. utilizan el posgrado y los estudios universitarios como umbrales para medir el nivel educativo de los políticos. En décadas recientes, de masificación de la universidad, en los que los políticos adquieren por arte de magia, y en mucho caso corta-y-pega, títulos y posgrados, nos lleva a preguntarnos si hace falta mirar más allá de la mera presencia del título. En el caso del Perú en particular, el deterioro de la calidad en la educación universitaria en algunas de las nuevas instituciones hace temer acerca de la preparación recibida por los políticos acogidos en ellas, como el actual presidente del Perú.
Nuestra discusión motiva la pregunta siguiente: si elegir políticos poco preparados es tan costoso, ¿qué explica que ese tipo de políticos gane las elecciones a menudo, tanto en el Perú como en otros países? Aquí hay muchas hipótesis que explorar, y poco consenso. Pero para el caso peruano, un artículo recientemente publicado[3] por Miriam Artiles, Lukas Kleine-Rueschkamp y Gianmarco León-Ciliotta sugiere una posible respuesta. Estudiando elecciones de alcaldes en Perú, el artículo muestra que las revocatorias de alcaldes reducen el nivel promedio de educación de los candidatos en la elección siguiente. De hecho, Artiles et al. muestran que el impacto negativo en la calidad de candidatos se explica casi enteramente por las revocatorias promovidas por candidatos perdedores en elecciones previas. El artículo infiere que la poca estabilidad en el cargo y la debilidad frente a grupos de interés desalientan la participación de candidatos mejor preparados. Mientras el artículo de Artiles et al está dedicado solo al tema de los alcaldes, es plausible creer que un mecanismo semejante opera a nivel nacional—la inestabilidad introducida por vacancias, cierres de congreso, procesos judiciales interminables en los que la prisión preventiva reemplaza la sentencia, e intervenciones arbitrarias de autoridades electorales, desalientan la participación de mejores candidatos.
En resumen, el nivel de preparación de un líder nacional no es irrelevante. Muy al contrario, la evidencia existente dice que puede tener gran impacto sobre el crecimiento económico. Para evitar esos grandes costos, es necesario encontrar formas de inducir la participación política de candidatos con mayor preparación. Lograr esto es casi un sinónimo de mejorar la democracia. [4]
[1] “Do Leaders Matter? National Leadership and Growth”, Quarterly Journal of Economics 120, 2005.
[2] “Do Educated Leaders Matter?”, Economic Journal 121, 2011.
[3] “Accountability, Political Capture and Selection into Politics: Evidence from Peruvian Municipalities,” Review of Economics and Statistics 103, 2021.
[4] Esto se desprende de un artículo complementario de Besley y Reynal-Querol (“Do Democracies Select More Educated Leaders?”, American Political Science Review 105, 2011), Besley y Reynal-Querol encuentran que en promedio las democracias son más capaces que las autocracias para seleccionar líderes más educados. Esto tiene mucho sentido. Con todos sus muchos defectos, podemos esperar que en las democracias la selección de los políticos refleje con más frecuencia el interés general que en regímenes de corte autoritario, como las dictaduras militares o las dictaduras socialistas.