Por Fausto Hernández Trillo, CIDE- fausto.hernandez@cide.edu
México, como la mayor parte de los de la región de la América Latina, es un país de contrastes. La desigualdad se refleja en la distribución del ingreso, de la riqueza, así como de las oportunidades de acceso a la educación, salud, y justicia, entre otras. Mucho se ha estudiado sus causas y consecuencias.
Sin embargo, un aspecto poco estudiado y que recién comienza a reconocerse en la literatura académica sobre la región es el de la discriminación racial. En México hay una máscara de inclusión racial, cuando en el día a día, la discriminación por color de piel se da casi hasta de manera natural. Desde inicios del siglo XX el notable antropólogo mexicano Manuel Gamio escribió su famoso libro Forjando Patria, en el que argumentaba que la homogenización racial era un aspecto necesario para construir una identidad nacional. Si bien pudo haber sido necesario desde ese punto de vista, ello escondió la evidencia de las diferencias raciales en México.
Sin embargo, la desigualdad en la distribución del ingreso y oportunidades infortunadamente tiene color. Los indígenas y mestizos son una minoría solamente en el decil más alto; son mayoría en los 9 deciles restantes, y cuando acuden al “mundo” de los de arriba, hay discriminación. Este hecho se manifiesta en prácticamente todos los ámbitos de la vida diaria de los mexicanos. El acceso a los “antros” (en mi época, se llamaban discotecas) de moda y de élite está condicionado al criterio del “cadenero”, que es la persona que se encarga de remover la cadena cuando decide quién sí puede entrar al recinto. Y esto está asociado con el color de piel y cabello, combinado con otras características observables, en especial la vestimenta.
Hace 22 años la persona que me ofrece el servicio de mantenimiento de mi casa cuando algo se estropea (sea de plomería o electricidad), moreno él, me condicionó a que el pago fuera en efectivo. Esto debido, me dijo, a que muy frecuentemente le negaban el canje del cheque bajo el argumento de que el cheque era robado, falsificado o que la firma era apócrifa. Claramente esta persona, responsable y trabajadora, era sujeto de discriminación. Desde entonces este fenómeno me ha dado vueltas en la cabeza.
Recientemente Ana Laura Martínez y el que esto escribe logramos plasmar la idea en un artículo[1]. Para lograrlo se contrataron 3 pares de actores. Cada par consistió en un integrante con color de piel y rasgos criollos, y otro moreno con rasgos mexicanos, utilizando la paleta de color de piel de la Universidad de Princeton. En adición, dentro de lo posible se añadieron otras características que tenían que reunir los actores, de manera que se controló por otros elementos, para asegurarse que la raza era el elemento principal. En particular, se seleccionaron personas que poseyeran un título universitario, con articulación del lenguaje adecuada, dicción, extrovertidos, similar apariencia entre los pares, etc. En adición, la vestimenta se les proveyó, así como el estilo de corte de pelo.
Cada integrante de cada par se hizo pasar como un “comprador misterioso” en 100 sucursales bancarias, haciéndose pasar como un pequeño empresario. El total de sucursales visitadas fue de 300. Todos llevaban en el “guión” de negocios memorizado: cantidad de ventas y costos similares, número de empleados parecidos, giros de negocio análogos, de manera que en términos financieros no tuvieran diferencias, y con ello, se pudieran considerar como sujetos de crédito con las mismas características (detalles en el artículo).
Siguiendo a Bartos (2016)[2] sostenemos que la discriminación racial ocurre mucho antes de determinar si se otorgó o no un crédito, como lo ha tratado hasta ahora la literatura. Es decir, la discriminación ocurre en el proceso de solicitud y recopilación de la información por parte del banco.
Los resultados de nuestro experimento sugieren una clara discriminación por color de piel. El experimento arroja elementos que no implican percepción por parte del actor, y, por supuesto, otras en las que la percepción sí interviene en el resultado.
Dentro de las que no implican percepción del actor se encuentran una serie de variables como que les hayan solicitado y recabado sus datos y, más importante aún, el teléfono, para seguimiento del proceso; si se acordó una visita o cita futura; si le proporcionaron la información acerca de las condiciones del crédito y/o se les proporcionó folletos; si se les hicieron preguntas acerca de sus necesidades de financiamiento; etc.
Desde nuestro punto de vista el elemento de discriminación tiene implicaciones importantes sobre la inclusión financiera. No hemos encontrado esta variable en ninguno de los estudios y reseñas que abordan el tema de inclusión financiera (la reseña más reciente es la de Allen y Demirguc-Kunt A.). Por esto, consideramos importante comenzar a mirar la discriminación como una variable que puede impedir el acceso al crédito. La lección de política es que las instituciones financieras deben realizar un esfuerzo importante en capacitar a su personal, así como realizar campañas al interior de las sucursales; en adición, las Fintech pueden coadyuvar a resolver este problema, entre otras medidas. Desconocer el fenómeno por parte de los bancos sería muy peligroso.
[1] Hernández-Trillo, F., Martínez-Gutiérrez, A.L. The Dark Road to Credit Applications: The Small-Business Case of Mexico. J Financ Serv Res (2021). https://doi.org/10.1007/s10693-021-00356-x
[2] Bartoš V, Bauer M, Chytilová J, Matějka, F (2016) Attention discrimination: Theory and field experiments with monitoring information acquisition. Amer Econ Rev 106(6): 1437–1475. https://doi/10.1257/aer.20140571