Desde hace tiempo hay preocupación por los altos niveles de deuda pública de muchos países. Hace 10 años un paper de Reinhart & Rogoff generó largos debates al postular una asociación entre alta deuda pública y bajo crecimiento. A esto se suma que el Covid-19 está haciendo estragos en los presupuestos estatales de todo el mundo. The Economist calcula que la deuda pública de los países ricos va a subir entre 10 y 20% del PBI este año. ¿Tanta deuda pública será un problema para el futuro? Para mí, es la pregunta equivocada. En términos técnicos, la “variable de estado” es la distribución de riqueza, no el nivel de deuda pública.
Una justificación de la conexión entre deuda pública y crecimiento viene del modelo de impuestos óptimos de Ramsey. En ese modelo, un gobierno más endeudado necesita subir impuestos distorsivos (al ingreso, al consumo, etc.) para equilibrar el presupuesto, y esto lleva a menor crecimiento. Una conclusión simple, matemáticamente elegante, y profundamente engañosa.
¿Por qué engañosa? Porque cobrar impuestos distorsivos es una decisión, y no es la única posible. Se puede equilibrar el presupuesto recortando pensiones y prestaciones sociales o incluso cobrar impuestos de suma fija como alguna vez intentó hacer el gobierno conservador del Reino Unido. Hay buenos motivos para no hacerlo: no nos importa solamente minimizar distorsiones sino también cómo los impuestos afectan la distribución de riqueza-después-de-impuestos. La disyuntiva es entre distorsionar incentivos y redistribuir riqueza.[1]
¿Un nivel más alto de deuda empeora los términos de esta disyuntiva?¿O es más bien como dice Paul Krugman, que la deuda no importa, porque nos la debemos a nosotros mismos? Depende. Supongamos que el gobierno se endeuda para mandarle mil dólares a cada ciudadano. En el futuro, tendrá más deuda pública pero una distribución de riqueza más igualitaria. El efecto sobre la disyuntiva que el gobierno enfrentará en el futuro es aproximadamente neutro. Una de las opciones es cobrar impuestos de suma fija para pagar las deudas; entonces los mismos individuos que recibieron transferencias serán responsables de pagarlas.
Distinto es si el gobierno, por ejemplo, se endeuda para rescatar empresas con problema financieros. Más allá de los méritos de una acción así, típicamente los beneficiarios son accionistas y acreedores de la empresa (aunque también, en algunos casos, trabajadores), que están en la parte alta de la distribución de riqueza. En un caso así, el futuro gobierno va a partir de una distribución de riqueza más desigual. Es esta desigualdad, no la deuda pública en sí, lo que empeora las opciones futuras.
Por eso soy relativamente optimista respecto de la deuda pública en países ricos. En algún momento del futuro va a haber que tomar difíciles decisiones sobre si las deudas las van a pagar los más ricos con impuestos distorsivos o los más pobres con recortes a la seguridad social. Esto ya era cierto antes del Covdi-19. Pero mientras tanto las medidas de emergencia han sido bastante redistributivas. De hecho, hasta es posible que la tasa de pobreza en EEUU haya bajado en el segundo trimestre de 2020. Esto no es un indicador definitivo: todavía es difícil saber cómo va a haber cambiado la distribución de riqueza cuando termine la pandemia. Es eso, y no el nivel de deuda pública, lo que va a determinar las disyuntivas que enfrentemos en el futuro.
[1] Esta manera de pensar se origina en Mirrlees (1971), aunque yo lo aprendí trabajando con Iván Werning en la revisión de este hermoso artículo.