Cuando empezó la cuarentena en Colombia, y supongo en otros lugares del mundo, muchas personas pensaron que era como una tormenta, un tsunami. Había que resguardarse, cuidarse mientras pasaba para volver a salir. Pero el virus no funciona así, no se va como una tormenta, no se calma como el mar.
Nos aislamos inicialmente para preparar al sistema de salud, para posponer el pico mientras entendíamos qué hacer. Para planear cómo sería la vida con el virus. Pero lo cierto es que la vida no puede ser solo respirar y comer, como diría mi colega Jimena Hurtado. Entre otras porque hay gente que aislada no puede ni comer. Sobre todo en nuestras ciudades con alto desempleo y mucha gente viviendo en la informalidad. Así que la apertura probablemente comenzará pronto con diferentes velocidades y conviviremos con el virus por un largo tiempo. Al menos hasta que lleguen las vacunas y se masifiquen.
¿Cómo regresar entonces a la vida social, familiar y económica con este enemigo invisible rondándonos? ¿Cómo explicarles a todos los ciudadanos, no solo a los informados, que terminar eventualmente la cuarentena no significa que el virus está bajo control, sino que seguir encerrados es muy costoso social y económicamente? Las ciencias comportamentales tienen aquí mucho que enseñar y una conversación en la Silla Vacía me animó a organizar algunas ideas.
Todavía no tenemos muchas cosas claras sobre el virus, pero ya están claras varias medidas. Al menos cinco son necesarias:
- El distanciamiento físico (por ejemplo, en el transporte público, en el mercado, en el salón de clases).
- Utilizar tapabocas en sitios públicos.
- Lavarse las manos constantemente y no tocarse la cara
- Minimizar las interacciones sociales y en lo posible hacer trabajo virtual
- Cuando desarrollen la vacuna….nos tenemos que vacunar!
Son cinco instrucciones aparentemente claras y muy fáciles de seguir. Sin embargo, décadas de investigación en las ciencias comportamentales nos recuerdan los sesgos a los que todos estamos sujetos y que pueden impedir o dificultar tomar las decisiones que nos benefician individual y colectivamente. Afortunadamente, también décadas de investigación nos pueden guiar en cómo transmitir la información para que como decía Maria Cecilia Dedios en la conversación de la Silla Vacía, la gente haga lo que tenga que hacer (ej. Lavarse las manos) y no haga lo que no tiene que hacer (ej. comprar toneladas de papel higiénico).
¿Cuáles sesgos o preferencias afectan nuestras decisiones?
La lista no es exhaustiva pero es un buen comienzo para discutir cómo afectan el comportamiento y, sobre todo, cómo pensar la política pública y la comunicación para diseñar medidas para disminuir los sesgos y así poder manejar y convivir mejor con el virus:
- Sobreconfianza: ocurre cuando se toman decisiones bajo incertidumbre y consiste en la sobreestimación de la seguridad con que las personas confían en sus decisiones. Algunos jóvenes por ejemplo piensan que el virus no es con ellos y pueden tomar decisiones que los ponen en riesgo de contagio a ellos y a los demás.
- Sesgo de disponibilidad: evaluamos la probabilidad de un evento basados en qué tan rápido llega a la mente, dependiendo de la experiencia. La gente piensa que conocidos salieron sin tapabocas y no les pasó nada, y entonces creen que está bien hacer lo mismo.
- Disponemos de un “presupuesto” de atención limitada que podemos asignar a ciertas actividades. Si tenemos muchas cosas que hacer se nos olvida lavarnos las manos y salir con el tapabocas.
- Orden y contexto: no solo importa la información presentada sino cómo se presenta. El orden de presentación y la relevancia sicológica de cierta información influyen en el comportamiento. Preferimos un programa si se plantea en términos de personas que sobreviven vs personas que mueren.
- Sesgo de confirmación: aceptamos más las pruebas que apoyan nuestras ideas previas mientras somos escépticos frente a las que son contrarias, considerándolas parciales o interesadas. Esto implica lamentablemente que proveer información no siempre es la solución a un problema, incluyendo la pandemia. (Y quien da la información va a ser muy importante)
- Las personas no sólo piensan en sí mismos. Les importan los demás, les importan lo que piensen los demás de ellos y si bien hay mucho egoísta, la mayoría son (o somos) cooperadores condicionales.
- El comportamiento esperado de los demás, las expectativas sobre cómo actúan los otros, afectan como tomamos las decisiones.
Los gobiernos centrales y locales mejorarían la comunicación y el cumplimiento de las medidas que tenemos claras si tuvieran en cuenta los sesgos y preferencias arriba señalados. Tendrían que repetir mil veces que el virus no está bajo control y que, por lo tanto, las medidas son para disminuir el riesgo de contagio mientras seguimos la vida. Pero como ya está claro que sufrimos del sesgo de confirmación, a la par con la provisión de información, debemos tomar medidas para darles “empujoncitos” a los individuos. Marcar por ejemplo las distancias que se deben guardar en el transporte público, salones de clase, bancos y mercados. Simplificar la información disponible pues la gente tiene atención limitada. Antes y después de subirse al transporte público, a la entrada y salida del mercado, bancos y salón de clase, recordarle a la gente del tapabocas, lavarse las manos y no tocarse la cara. Apelar a la cooperación condicional, resaltando la gente que cumple las normas y no quienes incumplen, para que las expectativas sobre el comportamiento de los otros cambien. Mostrar a quienes quedan en casa y no a quienes salen. Cuando salga la vacuna tenemos que hacer todo lo posible por facilitar su acceso y comunicar sus ventajas apelando a las emociones y no solo a la información científica.
En nuestros países repetimos constantemente que en Suecia sí confían en las instituciones y en la gente. Tenemos que cambiar de discurso y narrativa para que aquí también la gente empiece a confiar en las instituciones y en el vecino. Sólo así comenzará a surgir una nueva norma social donde impere el autocuidado y el cuidado de los otros. Necesitamos resaltar el comportamiento de unos cooperadores incondicionales para que los condicionales los sigan.
No podemos depender del monitoreo y la vigilancia 24 horas, entre otras por que la responsabilidad, como lo diría Amartya Sen, solo se logra con la libertad individual. Pero como ya sabemos también que no somos máquinas perfectas y racionales tenemos que combinar la libertad con “empujoncitos” que logren disminuir los sesgos y así velen por el bienestar social y promuevan la acción colectiva.