Esperanza

Han sido días intensos; de la desolación ante los actos de violencia hemos pasado a la esperanza. El viernes, más de un millón y medio de personas en Santiago y otros cientos de miles en el resto del país marcharon de forma pacífica para manifestar su descontento. ¿Qué quieren todas estas personas? Difícil saberlo si no hacemos un esfuerzo por escuchar las miles de voces distintas que en los últimos días se han manifestado.

Tiendo a pensar que dentro de esta heterogeneidad hay al menos dos síntomas compartidos. El primero, rabia por las injusticias, que se manifiestan de múltiples formas, a saber, a través del racismo, de la discriminación, del abuso, de la falta de oportunidades, del mal trato, de la burocracia, ineficiencia, desigualdad, etc. El segundo, hastío por la clase política en su conjunto, polarizada y enfrascada en discusiones elitistas dejando de atender y satisfacer las necesidades de las personas.

Algunos políticos tienden a interpretar las manifestaciones de descontento como una crítica al actual gobierno, sin darse ellos mismos por aludidos. Me parece que pecan de ciegos al no darse cuenta que la crisis que estamos viviendo es mucho más profunda e involucra a todas las instituciones democráticas, incluidas por cierto el Congreso y los partidos políticos. Hoy Chile exige de sus políticos unidad, generosidad y sobre todo diálogo. Todas las fuerzas políticas están siendo llamadas a dialogar y a llegar a acuerdos para avanzar hacia una sociedad más justa. ¿Cuáles son esos acuerdos? Algunos, sin siquiera hacer el amago de escuchar, creen tener ya las respuestas, que por supuesto son exactamente sus mismas viejas respuestas. Creo que es momento de abandonar las certezas, de poner en duda nuestros diagnósticos y soluciones, y abrirnos a escuchar. Temo que si no nos detenemos a escuchar y continuamos con las propias agendas, seguiremos profundizando la crisis de nuestra democracia con riesgo de perderla.

Pero el descontento no es solo contra nuestra clase política, creo que también hay rabia con la elite, con la falta de meritocracia, con el machismo, con el clasismo, con los abusos de algunas industrias, y esto nos apela a todos. De ahí la necesidad de hacer un gran diálogo nacional donde todos participemos. ¿Cómo se hace? No tengo la receta. Hay distintas experiencias que se pueden mirar, pero es importante que este diálogo permita darles un cauce institucional a las demandas ciudadanas, pues solo las instituciones democráticas tienen la legitimidad y la facultad para satisfacerlas.

Estamos viviendo un momento histórico, que puede ser el inicio de un nuevo camino que nos lleve por la senda del bienestar. Pero para no fracasar en este intento, será necesario más que nunca ejercitar el respeto y la generosidad. Ojalá que como país estemos a la altura de este gran desafío. (La Tercera)