La pichanga de barrio del 3 de junio de 1995 fue especial. Era un Chile distinto. La economía venía como avión, pero no daba para creerse el cuento. En la tele, más temprano, un colosal Iván Zamorano le había dado el título al Real. Así que el entusiasmo futbolero venía con yapa ese sábado. La premura por gritar “último al arco” advertía que todos querían imitar a “Bam Bam”. Al final se jugó sin arqueros. Era lo normal. En un país que recién se acercaba a los US$ 10 mil de ingreso per cápita y que olfateaba el progreso, el hambre de gol salía por los poros. Vaya si el país aprovechó tal oportunidad.
En los últimos años, la producción de punteros de fuste en Chile está estancada. En la Selección, la ausencia de un 9 nos pena hace un rato y, convengamos, que en Colo Colo su goleador se acerque a los 40 años es indicativo de la misma carencia monumental. Las estadísticas del torneo nacional lo confirman. En la última fecha, solo el 50% de los delanteros titulares fue chileno (entre los arqueros, la cifra llegó al 70%). Y de los delanteros inscritos, pero haciendo banca, tres de cada cuatro fueron locales.
Desde un punto de vista económico, tal escasez asombra. Y es que el retorno financiero a ser un artillero de calidad es hoy colosal. El crecimiento transformó al fútbol chileno en un negocio multimillonario. La globalización, por su parte, amplificó la exposición del goleador. ¿Cómo farrearse tal oportunidad? La respuesta obliga a evaluar las peculiaridades de la posición.
Partamos por lo obvio. Todo jugador profesional combina talento, esfuerzo y rigor. Sin embargo, por la naturaleza de sus obligaciones, el 9 se distingue. Cuando le preguntaron a Carlos Tévez por el secreto de su excompañero del Manchester United Cristiano Ronaldo para siempre destacarse en el área, contestó: “a Cristiano lo veía a la mañana, a la tarde, a la noche, todo el día en el gimnasio”. Clarito como el agua. El ocio cede a la ambición por ser el mejor. Ese instinto de matador es fundamental, pero hay más.
En la cancha, el delantero es el único sujeto a una medida de desempeño objetiva. Su productividad se mide en goles. Artillero del torneo, mejores equipos y mayores salarios. Sequía de gol, a calentar la banca. La presión debe ser inmensa. Nadie sensible al escrutinio constante o a los fracasos circunstanciales la puede aguantar. ¿Estará en la escasez de esas capacidades la causa de la defectuosa producción local?
El recambio siempre es necesario. Los jóvenes tienen hoy más y mejores oportunidades respecto de quienes jugaron la pichanga el 95. Sin embargo, las tasas de crecimiento indican que hace rato al país le falta gol. Sí, ganamos la Copa América, pero quizás pudiésemos haber hecho más. Un goleador nato y otro gallo podría haber cantado en ese Mundial cinco años atrás. Ojalá el recuerdo no les baste a las nuevas generaciones. No importa cuán talentosas sean; sin disciplina, ambición y cabeza, el toque será lateral. ¿Apetito por ser campeón? ¿Alcanzar el desarrollo? Quizás el país tenga que esperar una generación más.