Corre 2012. Es martes. La sala está llena de universitarios. “¿Alguna pregunta?”, dice el profe. Sin levantar la mano, una responde: “Hay paro el viernes. Nos pusiste una tarea ese día (notar el tuteo). Queremos cambiarla”. Profesor: “Claro, queda para el jueves”. Estudiante: “No, para la próxima semana, hay que preparar la movilización”. Profesor: “Entonces entreguen entre viernes y lunes”. Otro estudiante: “No, todos el lunes”. Profesor: “Algunos pueden querer entregar antes, ¿por qué no?”. Otra estudiante: “Es que sabrás quién entrega cada día, nos penalizarás”. Profesor: “No será así”. Otro estudiante: “No nos compliques la vida, dejémoslo para el lunes”.
No existe una única definición de la generación Millennial. En general, el grupo incluye a los nacidos desde los 80 hasta el nuevo milenio. Y a pesar de esfuerzos por reivindicarlos, las ciencias sociales han sido duras en su juicio. A quienes tienen hoy entre 20 y 40, se les ha llamado la generación “yo, yo”, por su reportado narcisismo, o “de derechos”, por su apetito por retribución y repulsión a deberes. Pero más allá de los estereotipos, vale la pena notar algunas de sus características.
Los datos muestran que, en promedio, los millennials son optimistas. En EE.UU., por ejemplo, 8 de cada 10 dicen que tendrán los recursos necesarios para tener la vida que desean (PRC, 2014). Un reciente estudio confirma el rasgo en América Latina (BID, 2018). De hecho, los chilenos sobreestiman de manera importante sus futuras remuneraciones. Todo, a pesar de los rezagos en formación: 63% no muestra las competencias básicas en matemáticas para su buen funcionamiento en la sociedad (PISA, 2015).
En materia de empleo, a pesar de un aparente compromiso con el trabajo y capacidad de colaboración, la generación muestra altas tasas de rotación (cambio de empleo). ¿Porqué? Múltiples razones. Desde priorizar la felicidad por sobre lo económico, hasta no soportar tener un jefe. A esto se suman las consecuencias de haber sido educados por padres sobreprotectores, que inculcaron una supuesta genialidad en sus hijos. Así, ahora como adultos, los millennials buscan reconocimiento rápido ante cualquier atisbo de talento y tienen problemas para enfrentar reveses.
El resultado y contenido de la próxima elección presidencial todavía dependerá de las generaciones nacidas antes de los 80, esas marcadas por el esfuerzo que significó transformar Chile y que miran perplejas los cambios que vienen con sus sucesoras. De ahí que lo ocurrido en esa sala llena de millennials no sea ni circunstancial ni intrascendente. Serán ellos y ellas los llamados a sacar a Chile del subdesarrollo. Para la elección de 2025 representarán el 41% del padrón. Su optimismo, flexibilidad y sentido de colaboración serán grandes aliados, pero la falta de resiliencia, preparación y la predilección por soluciones sencillas a temas complejos jugarán en contra. No la tendrá fácil el primer Presidente elegido por, o derechamente miembro de, la generación Millennial.