El Gobierno logró aprobar la idea de legislar en materia tributaria, a pesar de que hubo momentos en que se vio como un tema perdido, ¡Check! Sin embargo, la oposición se ha hecho cargo de minimizar este éxito lo más posible, coherente con lo único que logra cohesionarlos: el rechazo al Gobierno. Se suma también en bajarle el perfil a esta aprobación el que voces autorizadas han señalado que la reforma tributaria mueve poco la aguja en materia de crecimiento económico. Estoy parcialmente de acuerdo; la sola reforma no hace la diferencia no solo por su efecto directo, sino además, principalmente, por el contexto político que ha surgido en torno a esta discusión, y que nos retrotrae al gobierno anterior, con reformas estructurales dictadas por ideas panfletarias de la izquierda más radical. Una reducción moderada de impuestos a la renta, como la que incluye el proyecto en discusión, no es la llave del desarrollo, pero sí lo sería que recuperemos una de las condiciones fundamentales del éxito de Chile en décadas pasadas: hacer buenas políticas públicas, con un sólido sustento técnico, dejando de lado el populismo que se expresa en simples frases para la galería. ¿O alguien podría decir que acusar al Gobierno de poner a #LosSuperRicosPrimero tiene algún mínimo de seriedad como argumento? ¿Este déficit de calidad técnica y falta de compromiso con el bienestar del país es lo que el país necesita de nuestros parlamentarios?
Lamentablemente, a mi juicio, el Gobierno ha enfrentado en forma errada la discusión. En vez de desmentir el eslogan, trata de encontrar mecanismos técnicos para reemplazar algunos impuestos al capital por otros, pero intentando que se mantengan incentivos al ahorro y la inversión, lo que finalmente es tratar de cuadrar el círculo, y nunca va a satisfacer a una oposición que quiere castigar al capital de la forma que sea porque se trata de “los ricos”.
Se dice mucho que para crecer nuestro país requiere entrar en una segunda fase, de mayor investigación, desarrollo sustentable, involucramiento de las comunidades y otros. Parece razonable, pero mirando los fundamentos, también hay bastante que hacer en materia de tasas de ahorro e inversión. Ambas se encuentran cerca de cuatro puntos del PIB por debajo del período de mayor crecimiento, por lo que actuar en ese ámbito sigue siendo muy positivo para el crecimiento, y un camino clave para avanzar es la vía tributaria. Reducir los impuestos al capital no es una medida pro-ricos, es principalmente pro-trabajadores, por el efecto positivo que tiene la inversión en el mercado laboral. Y por favor seamos serios, los efectos redistributivos de los impuestos no se determinan por los montos de los cheques al Servicio de Impuestos Internos, su incidencia económica depende de las elasticidades de oferta y demanda de bienes y factores. En una economía abierta, menores impuestos al capital son percibidos principalmente por los trabajadores, a través de mayor contratación y/o mejores salarios. Este es el tipo de discusiones técnicas que debería motivar una reforma tributaria, muy lejos de los argumentos que se escuchan por parte de los parlamentarios.
Si finalmente se lograra aprobar una reforma descafeinada en términos de los incentivos al ahorro y la inversión, el principal daño en las expectativas de crecimiento no vendría por una reducción de impuestos menor a la que se esperaba, pues eso seguramente no es muy significativo en lo concreto. Lo verdaderamente negativo es que se estaría haciendo más permanente un estilo de hacer políticas públicas como el que vimos en el gobierno anterior, cuyos efectos seguimos sufriendo. Leyes basadas en la ideología de lucha de clases, que en vez de analizar al país como un todo, lo mira como grupos antagónicos en los cuales necesariamente lo que uno gana otro lo pierde ¿Dónde queda en ese esquema algo tan obvio como el que todos somos parte de un sistema de millones de interacciones mutuamente beneficiosas? ¿Los políticos ya no entienden cómo funciona una economía de mercado?