Estamos viviendo una época curiosa, para no decir asustadora, en la cual podemos observar que países que parecían inmunes al populismo desde el final de la segunda guerra mundial, han caído en este fenómeno político o están muy cerca de caer en sus próximas contiendas electorales. Obviamente, la sensación de que una minoría aprovecha de la globalización, mientras que, una mayoría sufre por las pérdidas de empleos o de las necesarias reconversiones que producen estas pérdidas, genera uno de los ingredientes económicos más importante como lo explica Pankaj Mishra en su libro Age of Anger – A History of the Present.
En esta entrada mi pretensión no es de disertar de nuevo sobre las diferentes causas que pueden explicar el populismo, sino más bien resaltar las convergencias programáticas que pueden existir entre el populismo de derecha y el de izquierda. Además, para ilustrar esta convergencia, me voy a centrar en el ejemplo de los dos países con los cuales tengo importantes vínculos: Francia y Colombia.
Primero tomemos la situación de Francia, teniendo de presente la última elección presidencial que eligió a Macron y el movimiento actual de los chalecos amarillos. En esta elección había claramente unos candidatos “prosistema” para retomar el vocabulario de los populistas, de los cuales Macron hacia parte, y un par de candidatos que tomaban la postura “antisistema” con posiciones fuertes en contra de la Unión Europea. Estos dos candidatos eran Marine Lepen, la candidata de extrema derecha, y el otro era Jean-Luc Mélenchon que inició su partido político como una disidencia del Partido Socialista francés, proponiendo un programa de izquierda mucho más radical que sus antiguos compañeros socialistas que se caracterizan más por unos ideales de socialdemocracia.
Era notable durante esta elección que Lepen y Mélenchon proponían programas relativamente similares con las recetas tradicionales de proteccionismo económico, por un lado, y de luchar contra el desempleo con programas de reactivación de la demanda por el otro. Son claramente programas populistas porque lo que caracteriza al país galo es que el aparato productivo no es capaz de responder a la demanda actual, lo que explica en buena parte el déficit comercial. Por ende, reactivar la demanda no hace mucho más que aumentar las importaciones y no tiene impacto en la disminución del desempleo. La principal diferencia entre los programas de estos dos candidatos no era ni siquiera su posición frente a la inmigración, sino que Mélenchon propuso medidas para la sostenibilidad del medio ambiente, tema poco considerado por la extrema derecha.
Lo que hace que Francia se haya salvado, hasta el momento, de que un candidato populista llegue al poder es que el populismo está divido en estos dos bandos que acabé de mencionar. En efecto, estos dos bandos tienen tradiciones, una cultura y una semántica muy distinta, que les impide entender y aceptar que ya han convergido en la dimensión programática. El movimiento de los chalecos amarillos que se pretende apolítico nace precisamente, por una parte, de la promesa no cumplida de Macron de implementar un proceso de decisión político más horizontal, y por otra parte, de esta falta de convergencia entre estos dos bloques antisistema que hay actualmente en los extremos del espectro político. Si bien los chalecos amarrillos tienen algunas reivindicaciones totalmente legítimas pidiendo una mejor repartición de la riqueza, al momento de formular propuestas, caen en las mismas utopías populistas que los partidos de la extrema izquierda y de la extrema derecha. Es interesante, para no decir asustador y triste, notar que algo parecido pasó en Italia. Después de un fenómeno social parecido del de los chalecos amarillos, en 2009 nació el movimiento 5 Estrellas, claramente antisistema y con propuestas utópicas. Finalmente, en las elecciones del 2018, este movimiento formó una alianza con el partido de la Liga del Norte (el cual se puede asimilar a un partido neofascista) para llegar al poder. Otra ilustración de este fenómeno de convergencia es lo que ocurrió con el Brexit en Reino Unido. Fue una alianza entre las dos ramas más radicales del partido conservador y del Labor que generó la votación a favor de una salida de la Unión Europea.
Ahora cruzo el océano Atlántico para hablar de la situación política en Colombia. Colombia es el tercer país más desigual del mundo con un sistema tributario que llega a niveles de coeficientes de GINI (uno de los indicadores de desigualdad más usado) parecidos antes y después de los impuestos. Mejor dicho, el sistema tributario colombiano no es para nada redistributivo al nivel de recaudo de los impuestos, y algo de redistributivo tiene gracias a algunos programas sociales. Frente a tal situación, uno podría pensar que cualquier partido de izquierda debería ganar fácilmente las elecciones en Colombia. Sin embargo, este no es el caso porque, según mi interpretación, además de algunos valores conservadores defendidos por algunos partidos de derecha que tienen acogida en la sociedad colombiana, en el inconsciente colectivo, la derecha en Colombia tiene un manejo más adecuado de la macroeconomía de país que los candidatos de izquierda que tienden en seguir los paradigmas viejos de la economía keynesiana. Por ejemplo, al igual que Francia, Colombia se caracteriza por un déficit comercial importante y eso no genera un contexto económico favorable para que un programa de reactivación de la economía por el lado de la demanda sea exitoso.
Ahora que resumí la situación política me voy a concentrar en el tema de la convergencia entre fuerzas políticas que se ubican cerca de los extremos del espectro político del país. Durante los dos mandatos de Juan Manuel Santos, ya habíamos observado algunas coincidencias en los votos que el Centro Democrático del ex-presidente Uribe con los del Polo (el partido de izquierda), especialmente con las del senador Robledo. Si bien eso sucedió por el juego político de oponerse al Gobierno Santos, estas coincidencias en la agenda legislativa ya eran bastante llamativas.
Como ahora Iván Duque, el candidato del partido de Uribe, llegó a la presidencia, uno habría podido esperar que estas coincidencias programáticas entre la izquierda y la derecha radical que representa el Centro Democrático se iban a desvanecer naturalmente. ¡Oh sorpresa, nada de eso pasó! Si bien el sistema tributario sigue siendo de tradición derechista y muy poco redistributivo con la nueva Ley de Financiamiento, aprobada el pasado mes de diciembre, es interesante ponerlo en perspectiva con la medida populista (generalmente promovida por políticos de izquierda), del incremento del 6% del salario mínimo. En efecto, en Colombia, el salario mínimo y el salario mediano se caracterizan por valores muy cercanos, de tal forma que un incremento tan abrupto puede causar un aumento substancial del desempleo y de la informalidad. En lugar de proponer este incremento del salario mínimo que va a tener repercusiones negativas importantes, el Gobierno habría podido hacer una verdadera reforma tributaria para redistribuir riqueza de los hogares con ingresos altos a los hogares de ingresos bajos, generando una redistribución efectiva con muchos menos efectos colaterales sobre el desempeño de la economía. Pero no, el Gobierno prefirió tomar una medida que ni siquiera la Confederación General del Trabajo (CGT) se esperaba. Obviamente, las consideraciones del Gobierno son mucho más políticas que económicas y el cálculo de Uribe es el de desarrollar propuestas económicas que dejen sin fuerza a los futuros candidatos de la izquierda.
La convergencia de los populismos es un fenómeno relativamente global que se expresa de manera diferente según los países. En Italia, ya resultó en la toma del poder. En Francia tendremos que ver qué pasará en tres años y medio, es decir si el movimiento de los chalecos amarillos logra transformarse en una fuerza política que haga el puente entre los dos extremos de espectro político actual para llegar al poder. En Colombia, de manera curiosa es el temor de que una izquierda populista llegue al poder lo que incentiva a la derecha radical a tomar medidas parecidas. Mi impresión es que puede resultar en un cálculo político errado si eso implica un desempeño regular de la macroeconomía. En un país con este nivel de desigualdad, si la derecha no da la sensación de manejar mejor la economía de lo que lo haría la izquierda, sus días en el poder están contados.