De Soto lanzó hace más de 30 años una de las tesis más reconocidas sobre la informalidad cuando publicó El Otro Sendero. En él revalora el sector informal. Afirma que no es inerte y con pocas capacidades productivas, sino lleno de potencial. Pero limitado por un Estado que genera regulaciones y trámites que lo excluyen al no reflejar su realidad.
Contrapuesta a ella está la visión dualista, articulada por Laporta y Shleifer (“Informalidad y Desarrollo, 2014). Según ellos, la informalidad tiene una causa estructural. Y está limitada tanto por la demanda como por la oferta. Por la primera, hay consumidores de bajos ingresos que demandan bienes de baja calidad. La producción informal responde a dicha demanda. Por la oferta, no hay capacidades (particularmente gerenciales) en el sector informal. No puede integrarse al sector moderno y solo existe por la falta de empleo en este. Solo en la medida de que los países prosperen y se desarrolle el sector moderno se generará suficiente buen empleo y la informalidad desaparecerá.
El aporte de De Soto es muy importante pero incompleto. Muchas MYPE informales no pueden cumplir incluso con mínimas y razonables regulaciones y estándares. Y no porque sean excesivas, sino porque, siendo necesarias, dichas MYPE no cuentan con la capacidad ni recursos para hacerlo. Por ello la experiencia mundial muestra que tras procesos de simplificación de regulaciones que sí son excesivas o reducción de costos de licencia, la informalidad no se ha reducido sustancialmente.
Por su parte, la hipótesis de Laporta y Shleifer es fatalista (en el sentido de que casi no hay nada que hacer) y hasta cierto punto tautológica. Como pocas empresas informales se formalizan, y la mayoría de empresas grandes y modernas comienzan… grandes y modernas, concluyen la ausencia de potencial de crecimiento del sector informal.
Es necesaria una hipótesis alternativa. Es verdad que un grupo importante de microempresas son de subsistencia y con limitado potencial para formalizarse. Pero hay muchas otras que sí tienen ese potencial. No se sabe con precisión qué tan grande es este sector informal transicional (entre la informalidad y la formalidad y que bajo condiciones adecuadas podría dar el salto). Pero estudios en Tanzania, India y el propio México sugieren que no es menor. Estudios en India calculan que es aproximadamente 40% del total de informales. Se esperaría que en el Perú, con un nivel mayor de desarrollo, no sea menos que eso.
Pensemos en un emprendedor MYPE e informal peruano con potencial de seguir creciendo, formalizarse e integrarse a cadenas de valor formal. Dar el salto requiere no solo pagar licencias, permisos etc. sino también inversión en maquinarias, capacidades, cambio en procesos etc. Pero generalmente no hay financiamiento mientras sí hay mucha incertidumbre respecto a si se logrará el objetivo de insertarse en la formalidad. Como consecuencia, la decisión óptima ex ante de las MYPE es ni siquiera tratar de formalizarse. Por ello encontramos que muy pocas MYPE, incluso aquellas con potencial, hacen una transición permanente a la formalidad. Pero ello no es el resultado de la falta de capacidades estructurales que Laporta y Shleifer sugieren.
Este equilibrio distópico de alta informalidad, con mypes que producen poco eficientemente artículos de baja calidad no es el único posible. El Estado, a través de políticas públicas, puede ayudar a movernos a un equilibrio mejor. En ciertos casos será con simplificación administrativa y regulaciones acordes con la realidad. En otros será ayudando a las MYPE a fortalecer sus capacidades. Ello no sucederá con “capacitaciones”, que en muchos casos son un saludo a la bandera. Sino más bien con transferencia tecnológica, información de mejores prácticas y de oportunidades de mercado, con vigilancia tecnológica, con plantas (o parcelas) prototipo para reducir los primeros riesgos de la inversión, ayudando a obtener certificaciones, etc. También abordando el tema del financiamiento (posiblemente con acompañamiento y transferencia tecnológica). Y con bienes y servicios públicos (como infraestructura, conectividad). Asimismo, fomentando y facilitando la asociatividad para que las MYPE logren los beneficios de mayor escala, etc. En esencia, con acompañamiento multidimensional.
Naturalmente también hay un papel para una reforma laboral. Sí, la informalidad caerá porque muchas empresas transitan permanentemente a la formalidad, pero también cuando el sector moderno formal crezca y genere más empleo. Ambas dinámicas pueden beneficiarse de una reforma laboral consensuada. Nuestra discrepancia con la visión más ortodoxa es que, ésta no es la bala de plata. Debe ser parte de un paquete de políticas públicas multidimensionales.
Y ellas deben permitirnos hacer uso del enorme potencial del sector informal para generar su transformación productiva. Tenemos que modernizar la producción de las empresas que actualmente operan en la informalidad. Y ello no se va a lograr solo eliminando (o mejorando) normas y trámites. Hay espacio para un Estado que acompañe a las MYPE. Uno que haga las cosas distintas. No es fácil. Requerirá de mejoras de políticas públicas, de buena gestión y aprender haciendo. Pero si no se empieza haciendo nunca se aprenderá.