La última columna del año se planea con tiempo. En esta oportunidad pensaba escribir sobre lo cerca que está Chile de lograr un hito económico histórico: una década sin ni un solo año de caída del PIB per cápita real (hay que ir al siglo XIX para encontrar un evento similar). Pero será para otra ocasión. Los eventos recientes obligan a cambiar el foco. ¿Y es que de qué le sirve a Chile crecer si no logra controlar la violencia?
Corría agosto del año que termina. La invitación a almorzar a la casa de amigos nos llevó a una zona acomodada del norte de Santiago. Nos detenemos a la entrada del condominio. En su caseta, cuatro personas vestidas con trajes de campaña militar piden carné de identidad para ingresar. «¿Es un condominio de uniformados?», les pregunto. «No, no lo es», responde el guardia disfrazado. Sube la barrera y nos deja pasar. ¿Nos topamos con una fiesta de disfraces? Ojalá hubiese sido el caso.
En el camino al desarrollo, la capacidad de la sociedad de controlar la violencia es fundamental. Esto determina el respeto por las reglas del juego, la confianza entre grupos y contribuye a alinear todo tipo de incentivos. En el fondo, es allí donde se ancla el orden social.
Por eso, desde las bestiales manifestaciones en Valparaíso, hasta las batallas campales de comerciantes ambulantes en plena Alameda, pasando por la agresión al presidente del Tribunal Constitucional, distintos eventos de la semana dejaron en evidencia el inmenso atraso del país en la materia. Todo además, por supuesto, amplificado (¿o causado?) por lo que ocurre en Carabineros. Hace rato, pero sobre todo tras el brutal asesinato de Camilo Catrillanca, la institución ha demostrado que sencillamente no está a la altura de las circunstancias. Su situación es para llorar.
¿Cómo entender tal desastre? Douglass North (Nobel de Economía 1993) planteó acertadamente que el problema de la violencia en una sociedad no se resuelve eliminándola, sino conteniéndola y administrándola. Y para eso analizó dos alternativas. La primera delega, a veces incluso democráticamente, el control de la violencia en un «iluminado», quien utiliza el poder para pacificar. Así comienzan las tiranías que perpetúan el subdesarrollo. La segunda, propia de sociedades modernas, se basa en el lento tejido de una institucionalidad sustentada en reglas impersonales que norman estrictamente el uso de la fuerza en contra de los miembros de la sociedad. La confianza sobre esas reglas y quienes las implementan promueve el progreso. Así se conjuga orden y patria. Reflauta que se siente lejos hoy el lema.
¿Y la historia de los guardias disfrazados? Bueno, les pregunté a los dueños de casa. «La gente se cansó de la violencia. No esperamos más a Carabineros. Decidimos vestir a los guardias con trajes de campaña para amedrentar», fue la respuesta. La colectiva decisión deja los pelos de punta. El deterioro de Carabineros no es gratuito. Su modernización no puede esperar un minuto más.