El centro de estudios Espacio Público, junto al Banco Interamericano de Desarrollo y el Centro Internacional de Investigaciones para el Desarrollo de Canadá, acaba de lanzar los resultados de un proyecto sobre juventud, estudio y empleo en América Latina y el Caribe. En el proyecto participaron más de 15 mil jóvenes de entre 15 y 24 años de edad, residentes de nueve países de la región (Brasil, Chile, Colombia, El Salvador, Haití, México, Perú, Paraguay y Uruguay).
El proyecto desarrolló dos instrumentos con el fin de conocer mejor las actividades, habilidades, expectativas y aspiraciones de este grupo: una encuesta detallada y un conjunto de grupos focales en el que participaron jóvenes de los primeros quintiles de la distribución del ingreso de cada país, que se encontraban en distintas situaciones educativas y laborales.
Los resultados del proyecto están contenidos en el libro » Millennials en América Latina y el Caribe: ¿trabajar o estudiar?» que se puede descargar de www.iadb.org/millennials.
El libro ofrece una serie de hallazgos novedosos. El primero es que los jóvenes de la región no son flojos ni ociosos. La encuesta mostró que el 41% de los jóvenes de la región se dedica al estudio, el 21% trabaja y un 17% realiza ambas actividades. El 21% restante pertenece al grupo de los ninis, aquellos jóvenes que no estudian ni trabajan.
La gran mayoría ha tenido experiencias laborales, la primera, en promedio, a los 16 años. Estas experiencias, sin embargo, han sido cortas e informales, y no parecen suficientes como para asegurar un ingreso fácil al mercado formal una vez terminados sus estudios.
Los ninis tampoco son ociosos: un tercio (en su mayoría hombres) busca empleo, y dos tercios (en su mayoría mujeres) están dedicados al cuidado de otros. Asimismo, prácticamente todos ayudan en las labores domésticas y en los negocios familiares. Apenas un 3% no realiza ninguna de estas actividades ni tiene una discapacidad que se lo impida.
Otro hallazgo relevante es que los jóvenes de toda la región, hombres y mujeres, y en independencia de su situación educativa y laboral, muestran altas habilidades socioemocionales (perseverancia, autoeficacia, autoestima, afabilidad y apertura a nuevas experiencias, entre otras). Todas ellas son útiles para un mercado laboral cambiante como el actual, y también para una sana inclusión social.
Los jóvenes, hombres y mujeres, también muestran visiones altamente igualitarias cuando se trata del rol de la mujer en la sociedad.
Estas buenas noticias se ensombrecen cuando se trata de las habilidades cognitivas. Los rezagos en áreas como las matemáticas son preocupantes; seguramente son muestra de las debilidades en la calidad de los sistemas educativos de la región.
Los jóvenes también presentan altas aspiraciones. Cuando se les pregunta cuál es el nivel máximo de educación que desearían completar si no enfrentaran obstáculos, el 85% señala la educación terciaria. Cuando se les pregunta qué probabilidad asignan a que ello suceda, el 82% dice estar seguro de lograr sus sueños educativos. Ello, a pesar de que la cobertura de educación superior alcanza solo al 40%. Algo similar ocurre con sus aspiraciones y expectativas en torno al trabajo.
Donde también se observan rezagos es en su conocimiento respecto de los retornos que entrega el mercado laboral. Un tercio comete errores relevantes en su estimación de los salarios que paga el mercado. En el caso de Chile, los jóvenes sobreestiman de manera importante lo que se puede ganar al terminar tanto la educación media como la educación superior.
En la mayoría de los aspectos revisados, los jóvenes chilenos, junto a los colombianos, muestran una mejor posición que sus pares en otros países de la región. Ello no significa que la política pública en Chile no enfrente desafíos para facilitar la transición de los jóvenes del estudio al trabajo, y para lograr una inserción laboral productiva.
En efecto, es crucial hacerse cargo de los obstáculos que los jóvenes enfrentan en su desarrollo y en el logro de sus aspiraciones.
Los programas de orientación e intermediación laboral, las pasantías, y las políticas de aprendices y de formación dual, son posibilidades que han mostrado efectividad en otros países.
Las políticas públicas deben comprender mejor las necesidades, expectativas y habilidades de los jóvenes. Apostar por los jóvenes, para que alcancen su potencial, significa también contribuir al bienestar futuro de nuestras sociedades.