La Universidad de Chile se ha depreciado. La institución que por décadas iluminó la inteligencia y el saber latinoamericano, ya no es lo que alguna vez fue.
Este deterioro se ha manifestado con fuerza en la Escuela de Derecho. La toma prolongada, la renuncia de un decano que alguna vez fomentó actividades reñidas con el espíritu universitario, las rencillas internas y el escaso interés de los estudiantes por la calidad de la educación son pruebas de que algo anda mal.
Las comparaciones son siempre odiosas. Aun así, es útil hacer un paralelo entre la Universidad de Chile, institución en la que me matriculé como alumno en marzo de 1971, y la Universidad de California, Los Angeles (UCLA), establecimiento en el que trabajo como académico de tiempo completo desde 1981.
Ambas son universidades públicas, muy grandes. En las dos, un alto porcentaje de los estudiantes son los primeros de sus familias en ir a la universidad. En ambas, más mujeres que hombres se matriculan cada año.
Hasta ahí las similitudes. Las diferencias son muchas.
Mi facultad en la UCLA (Administración), al igual que la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, está por designar a un nuevo decano o decana.
Sin embargo, el proceso es muy diferente en ambas instituciones. En la UCLA no hay -y nunca ha habido- una votación para elegir a las autoridades. En mis casi 40 años como miembro del claustro, nunca he votado ni por director de departamento, ni decano, ni rector. Los directivos son designados por las autoridades inmediatamente superiores. Las directoras de departamento, por la decana; la decana, por el rector, y el rector, por el Consejo de la Universidad (Board of Trustees).
Un «comité de búsqueda» hace recomendaciones, las que a veces son tomadas en cuenta y otras, no. Hay numerosas consultas a los profesores. Hay candidatos internos y externos. Nuestros dos últimos rectores y mis últimos tres decanos vinieron de otras grandes universidades.
En ninguna universidad estadounidense -de hecho, en casi ninguna de las grandes universidades a nivel mundial- hay votaciones para la elección de las autoridades. A pesar de eso, hay una «gobernanza compartida», con consultas permanentes.
Este sistema no ha afectado la convivencia universitaria. Tampoco ha reducido la calidad. Por ejemplo, según el último ranking del Times de Londres, la UCLA está en el lugar 15 del mundo, y es la mejor universidad pública en los EE.UU. En contraste, la Universidad de Chile está ubicada más abajo del puesto 600.
En los casi cuarenta años que he enseñado en la UCLA, nunca he perdido una clase por una «toma». Esto no significa que los estudiantes sean apáticos. Al contrario, la UCLA tiene una tradición enormemente combativa. Fue aquí donde surgió la activista afroamericana Angela Davis en 1968, y fue en este campus donde se produjeron las mayores protestas durante la guerra de Vietnam. Fue también en la UCLA donde estudiantes y profesores hispanos exigieron que se creara el primer Departamento de Estudios Chicanos. Desde luego que hay activismo, pero la noción de ocupar la universidad e impedir la libertad de expresión no está contemplada. (Es posible que en los últimos 40 años en alguna dependencia haya habido paralización de actividades, pero a mí nunca me ha afectado).
En la UCLA, como en todas las universidades estadounidenses, el tema del acoso sexual y laboral se toma muy en serio. Los protocolos se revisan permanentemente y son cada vez más exigentes. Desde hace a lo menos una década los profesores usamos los pronombres «ella» y «él» cuando damos un ejemplo en clases. Los chistes sexistas o racistas no son permitidos. Cada dos años tomamos un curso sobre relaciones de género.
En el año 2014 un profesor de historia fue acusado de acoso sexual por dos estudiantes. Después de una investigación prolongada, la universidad lo multó con 3.000 dólares, lo suspendió por un trimestre, y lo obligó a renunciar como director de un centro académico. Las estudiantes, sin embargo, encontraron que la sanción no había sido apropiada y apelaron. Luego de una nueva investigación, la universidad decidió despedir al profesor en cuestión. Esta es una medida extremadamente severa en un sistema donde la titularidad de cátedra ( tenure , en inglés) es sagrada. A pesar de ello, dada la gravedad de la acusación y la evidencia existente, la UCLA decidió dar ese importante paso.
No se trata, desde luego, de que la Universidad de Chile se transforme en una especie de UCLA en el hemisferio sur. De lo que se trata, solamente, es de ilustrar otra realidad, la que puede servir de ejemplo, y puede llevar a la reflexión.