La ciencia económica ha descrito por décadas el fenómeno de la discriminación con un foco particular en la inserción de las mujeres en el mercado laboral y en espacios de poder. Algunos economistas creen que estas discriminaciones desaparecen solas, producto de la acción del mercado, pues ahí primaría el mérito y la eficiencia. Otros creen que se necesita de regulaciones para repararlas, por ejemplo, de cuotas transitorias en algunas posiciones de poder.
En lo que sí parece haber bastante acuerdo es en que regulaciones como la exigencia de proveer servicios de sala cuna a las empresas que contratan a 20 o más trabajadoras y las normas del Régimen de Sociedad Conyugal limitan el desarrollo laboral y la autonomía de las mujeres. También hay acuerdo en que con ello el país pierde en productividad y equidad.
Dada la relevancia que la profesión le da a una mayor incorporación de la mujer en la economía, cabe preguntarse: ¿Cómo andamos por casa?
Si bien no hay estadísticas centralizadas de qué porcentaje de los economistas que se gradúan año a año en el país son mujeres -sin duda, una tasa bastante baja-, es evidente que hay pocas mujeres formándolas y, por tanto, sirviendo como mentoras.
Por ejemplo, de acuerdo a información en sus respectivas páginas web, entre las escuelas de Economía de la Universidad de Chile y de la Universidad Católica, el Centro de Economía Aplicada de la Chile y las escuelas de Gobierno y Negocios de la Adolfo Ibáñez, hay 87 economistas académicos trabajando en jornada completa. Solo 14 son mujeres y apenas tres de ellas son profesoras titulares.
La carrera de economía puede no parecer atractiva para las mujeres por diversos motivos. Por una parte, está el techo de cristal que dificulta que las mujeres lleguen a la parte más alta de la jerarquía. Estudios recientes muestran que la brecha de género en la promoción académica ha ido desapareciendo en las ciencias sociales, excepto en economía. De hecho, sería más difícil avanzar en economía que en estadística, física o ingeniería.
Asimismo, además de la escasez de mentoras para las alumnas, se trata de una ciencia social intensiva en el uso de las matemáticas. Por razones culturales, las mujeres tienden a rehuir las matemáticas aun cuando no hay evidencia de que sean menos capaces en el área.
También, a mi juicio, la manera en que la economía -en particular, el modelo neoclásico- describe el proceso de toma de decisiones y el comportamiento humano tiene un dejo masculino. La idea de que las personas optimizan implica que no dudan, no se arrepienten y no tienen emociones más allá de la satisfacción de lograr un óptimo. Por cierto, al trabajo doméstico se le llama «ocio» en los modelos económicos. Me perdonarán mis colegas hombres, pero me parece una manera más bien masculina de describir el comportamiento.
Asimismo, luego de leer los testimonios de las alumnas de Derecho de la UC, cabe preguntarse si se dan casos como los que ellas denuncian en las aulas de economía. Fue hace un buen tiempo atrás, pero también me tocó profesores en el pregrado que cuestionaban de manera muy explícita las capacidades de las alumnas de economía por el solo hecho de ser mujeres.
Una encuesta levantada en 2014 entre los miembros de la Asociación Americana de Economía reveló diferencias importantes por género sobre cómo los economistas ven los temas centrales que analiza esta ciencia. Si bien el estudio detectó un acuerdo respecto de los principios centrales y el método de la profesión, también detectó diferencias significativas de opinión cuando se trata de la intervención estatal y las soluciones de mercado.
En efecto, en promedio, los hombres que respondieron la encuesta tienden a favorecer soluciones de mercado – vouchers escolares, por ejemplo-, mientras que las mujeres tienen preferencias más marcadas hacia la redistribución -impuestos progresivos y la exigencia de estándares laborales en el comercio internacional-. Resultados similares obtuvo un estudio reciente entre académicos en universidades europeas.
Una mayor diversidad de género en economía enriquecería la discusión y la política pública dada la relevancia de los economistas en el debate y en el diseño e implementación de políticas.
No deja de llamar la atención que desde la República ha habido casi 250 ministros de Hacienda en Chile y que todos ellos hayan sido hombres, y que ha habido más de 80 ministros de Economía y solo una mujer ha ocupado el cargo. En la misma línea, desde que se otorgó autonomía al Banco Central, se ha nombrado a apenas dos mujeres de veinte consejeros, ninguna presidenta o vicepresidenta del organismo.
Las escuelas de economía y la profesión como un todo no parecieran estar haciendo lo suficiente para promover la formación y el avance de las carreras de economistas mujeres. La ola feminista en el país puede ser una oportunidad para remover a la profesión -y a toda la academia, por cierto- para que esta se parezca cada vez menos a un club de Toby.
UNA MAYOR DIVERSIDAD DE GÉNERO ENTRE LOS ECONOMISTAS ENRIQUECERÍA EL DEBATE Y LAS POLÍTICAS.