Hace casi cuatro años, en una columna titulada «¿Dónde están todas las mujeres?», planteé que en Chile había una cultura altamente machista, lo que se reflejaba, entre otras cosas, en la bajísima presencia femenina en las instituciones políticas, educativas y empresariales. Presenté datos y realicé comparaciones con otros países. Por ejemplo, dije lo que hoy se repite una y otra vez: a pesar de que más de la mitad del alumnado universitario son mujeres, ninguna de las universidades del CRUCh tiene (o tenía) una rectora mujer. En contraste, la Universidad de Chicago, una de las mejores del mundo, ya tenía una rectora en el año 1980; Harvard demoró 25 años, pero en el 2007 nombró a una mujer en la rectoría.
Escribí: «Lo triste del asunto es que el machismo chileno está profundamente enraizado en la cultura nacional. Aún hoy en día es difícil encontrar a hombres -incluso entre los más jóvenes y con mayores niveles de educación- que estén dispuestos a llevar una carga igualitaria dentro de sus propios hogares. Como en las generaciones pasadas, las mujeres siguen siendo quienes más se sacrifican, quienes tienen doble jornada, quienes batallan con los hijos y administran la logística familiar… Es esencial poner en marcha políticas públicas que, en forma activa y eficiente, ayuden a terminar con la discriminación de género y les den a nuestras mujeres mayor autonomía, libertad y dignidad».
Bastó que la columna viera la luz del día para que los conservadores se lanzaran al ataque. Fui trolleado en las redes sociales y acusado de socavar a la institución de la familia, y atentar contra los derechos de propiedad. Una de las críticas más articuladas vino de uno de los actuales miembros del gabinete, quien planteó que la baja representación femenina en puestos de influencia reflejaba las decisiones personales y libres de las mujeres, las que mayoritariamente decidían abandonar «sus carreras total o parcialmente para dedicar tiempo al cuidado de sus hijos».
El movimiento feminista de las últimas semanas ha proporcionado amplias evidencias de que el problema va mucho más allá de un trato desigual y discriminatorio. Ha habido una larga historia de violencia, tanto verbal como física, y de actitudes inaceptables. Mientras un enorme número de países había evolucionado hacia una situación de mayor respeto e igualdad, con universidades y otras instituciones educativas preocupándose de evitar la discriminación y el abuso, Chile se iba quedando atrás.
Todos conocemos a mujeres que de una manera u otra han sido víctimas del acoso. Mi hija, sin ir más lejos, fue acosada por un premio nacional; ella tenía 23 años, y él sobre 60. Una amiga fue acosada por un ministro de Estado en un viaje de trabajo al Asia. En esos años, estas actitudes eran consideradas casi normales. Pero ya no. ¡En buena hora todo está cambiando!
Este es un tema país, que debe ser abordado y atendido sin dilación tanto por La Moneda como por el Congreso. Claro, los conservadores de siempre se opondrán a cualquier avance, hablarán de la familia e invocarán la religión, la tradición y la historia, y querrán mantener el statu quo. Pero ya es demasiado tarde, ya la historia ha avanzado demasiado como para detenerla. El movimiento feminista democrático -que no es lo mismo que el feminismo radical- está aquí para quedarse.
Hay una serie de medidas relativamente simples que pueden, y deben, implementarse a la brevedad. ¿Por qué no hacer que el Instituto Nacional y los otros liceos emblemáticos sean mixtos a partir del próximo año? Algunos dirán que es muy pronto, que hay que construir nuevos baños, nuevos camarines, y hacer otras mejoras similares. Pues, ¡que se hagan! Si bien esta medida no terminaría necesariamente con la cultura y educación machistas, sería un importante paso en esa dirección.
Una pregunta importante es qué hacer en las instituciones privadas, en las empresas, por ejemplo. Desde luego que la violencia debe ser erradicada de cuajo, y debe ser penada en forma severa. Hay esquemas que muchos países han implementado, y que se debieran adoptar sin demora. Pero la pregunta más difícil no es sobre violaciones obvias, es sobre temas culturales, como la representación femenina en los directorios y en las altas esferas empresariales. Aquí, lo más adecuado no son la coerción, la obligación, o las cuotas. Lo que mejor funciona es darles a las empresas un pequeño «empujoncito», siguiendo el esquema del reciente Premio Nobel de Economía de la Universidad de Chicago, Richard Thaler. Estoy hablando de pequeños incentivos, alicientes, premios; la publicación del porcentaje de metas cumplidas, u otros empujoncitos de ese estilo.