Cómo cambió Maipú. La cuna de la patria se ha transformado en fiel representante de la clase media chilena. Inmensos malls cubren sus principales accesos; los supermercados definen el tráfico; majestuosos restaurantes de comida china se elevan sobre Pajaritos; después de las 19:00 horas no cabe un alfiler en los cines de sus alrededores; sus angostas calles colapsan por el exceso de autos y su plaza está flanqueada de negocios. La clase media liberada por el consumo domina la comuna.
Y no me va a creer, pero Maipú fue la mayor fuente de votos para Beatriz Sánchez: 55 mil preferencias, el 4,1% de su total nacional. De hecho, de cada 10 maipucinos que se la jugaron por un candidato, 3 lo hicieron por ella (el mismo número de Sebastián Piñera). Impresionante.
Y lo de Maipú no fue un hecho aislado. El 40% de los votos de Beatriz se concentraron en 20 comunas (cerca del 30% del padrón), todas con fuerte presencia de clase media: desde Pudahuel hasta Providencia, pasando por Quilicura, La Florida, Puente Alto, Ñuñoa, Concepción, Valparaíso, Viña y, por cierto, Maipú. De las 20, solo 5 tienen tasas de pobreza cercanas al nivel nacional (el resto está muy por debajo) y 15 reportan más del 60% de su población con ingresos superiores al promedio país. ¿Cómo le fue a Beatriz en las 20 comunas más pobres de Chile? Obtuvo cerca del 4% del padrón. ¿En las 10 más ricas? En torno al 9%. Su nicho está en la clase media. ¿Será que parte de esta se izquierdizó? No, no se equivoque.
El domingo en el mall y el discurso de “izquierda” de Beatriz son totalmente compatibles. ¿Qué mejor receptor de ofertones en educación, pensiones y salud que aquel grupo ávido de ver relajadas sus restricciones presupuestarias para extender la libertad que le ha dado el consumo? Por eso no es socialismo o comunismo lo que mueve al cliente del Frente Amplio, sino consumismo. Jorge Sharp lo ilustró en otro medio: “No creo en el capitalismo, pero tomo Coca-Cola. Quiero que Estados Unidos se hunda, pero tengo dos iPhone y a veces voy al McDonald’s”. Amorosa ingenuidad. Como si fuese fácil separar harina y levadura una vez horneado el pan.
La izquierda chilena ha sabido usufructuar de los instintos propios del neoliberalismo. Allí las dificultades de muchas familias de clase media para rechazar los ofertones de gratuidad. Allí también el éxito del Frente Amplio el domingo pasado. Que las ofertas son tramposas, pues nada es gratis. Da lo mismo, alguien pagará (mientras alcance). Total, como dijo Beatriz, “no digan que no hay plata en Chile, porque hay”. Consumismo y populismo se unen. Ojalá que los dos candidatos en carrera se abstengan de encantar con la venenosa serpiente, que apuesten por aquella clase media más paciente que aún no se manifiesta y que, por cierto, Maipú siga siendo la cuna de la patria y no el origen de la epidemia que la fulminó.