¿Son los jardines una buena inversión para América Latina? La respuesta es: depende…

Las madres: solo la mitad de las mujeres en América Latina y el Caribe trabajan. Y aquellas que son madres pagan un precio muy alto en el mercado laboral. Un artículo reciente del American Economic Review revela que los efectos a largo plazo de la fecundidad sobre los salarios de las mujeres son significativos y persistentes, en particular en el salario horario (no tanto en el empleo) y después del primer hijo (el efecto por hijos subsecuentes no es significativo). Este efecto dinámico podría inclinar la balanza a favor de una mayor inversión en los jardines con base en un análisis costo-beneficio. Sin embargo, no está claro si las madres aprovecharían de este recurso al máximo. Por ejemplo, en el Gran Buenos Aires, la cantidad de jardines a tiempo parcial es casi del 40%, mientras que en la ciudad de Buenos Aires donde casi todas las madres trabajan a tiempo completo, el porcentaje de los jardines a tiempo completo es casi el doble.

 Los niños: el peligro de un jardín infantil de mala calidad

Si un niño no tiene experiencias deseables en aspectos como la nutrición y el cuidado receptivo y sensible, el desarrollo del cerebro puede verse socavado. Estos efectos pueden quedar biológicamente impresos y persistir durante toda la vida. Los servicios de cuidado infantil tienen mucho que ver con ello, y si son deficientes, afectarán adversamente a los niños. Los jardines de mala calidad, donde hay muchos niños/as por educador/a, y con rutinas poco individualizadas y receptivas a las necesidades, podrían poner en peligro el “capital mental” de los niños.

Durante los primeros años el cerebro “espera” ciertos insumos (conversación, vocabulario rico, cuidado cariñoso, sensible y receptivo), pero si esos insumos no llegan, el cableado del cerebro no se produce. Los efectos serán particularmente negativos si la falta de insumos se da en el período crítico de desarrollo, durante los primeros 3 años de vida. Dada la baja calidad de los jardines infantiles en América Latina y el Caribe, no es sorprendente que su impacto ha sido modesto o inclusive negativo. Un artículo reciente sobre la expansión de los jardines en Quebec encontró que los déficits no cognitivos en el corto plazo persistieron hasta la edad escolar. Aún más importante, reveló que quienes asistieron a los jardines altamente subsidiados tuvieron peor salud, menor satisfacción con la vida, y mayores índices de delincuencia en la adultez temprana (la mayor actividad delictiva se dio en los varones).

Se necesita conocer más sobre esta realidad para un mejor diseño de políticas públicas que abarquen la problemática del contrafactual del cuidado. También se requiere mayor información para realizar un análisis costo-beneficio sobre los efectos dinámicos de los jardines infantiles sobre el desarrollo infantil a largo plazo.

¿Qué políticas públicas implementar?

En este contexto, ¿son los jardines infantiles realmente una buena inversión para la región? Para contestar esta pregunta, es importante comprender algunos puntos:

  1. El acceso a estos servicios para los niños de 4 y 5 años ya está reglamentado por las leyes de varios países de la región.Asimismo, la evidencia es clara en cuanto a los efectos positivos que pueden tener sobre el rendimiento escolar futuro. Lo que hay que distinguir y discutir con mayor cuidado es el impacto delcuidado de calidad en los niños de 0 a 3 años, cuando el desarrollo cerebral está en su período más efervescente.
  2. La dicotomía entre visitas domiciliares y jardines a tiempo completo como únicas alternativas para los niños latinoamericanos, desde el punto de vista de políticas públicas, es falsa.Como hemos discutido en algunas ocasiones, hay que incluir licencias de maternidad y paternidad pagadasen el menú de opciones aunque esto, claramente, no es una política suficiente dados los bajos niveles de formalidad en la región. También vale la pena considerar esquemas más innovadores como los propuestos por la Secretaría de Cuidados en Uruguay, de casas comunitarias de cuidado donde un/a cuidador/a debidamente autorizado/a pueda desarrollar su labor dentro de su hogar o en un espacio físico comunitario habilitado para tal fin. Asimismo, existen esquemas propuestos desde los centros de salud, que, si bien no están orientados a incrementar la participación laboral femenina, ayudarían en la tarea de la crianza a los mismos padres que usan los jardines. De esta manera, los padres contarían con los recursos adecuados para la crianza, donde al volver el niño a su hogar cada tarde, se encontraría con un adulto presente y receptivo, contrarrestando así los efectos de haber pasado varias horas en un centro de cuidado.
  3. Hay que enfatizar que los jardines, bien diseñados e implementados, tienen que poder responder a las necesidades de las madres trabajadoras en la región, particularmente aquellas de estratos socioeconómicos menos favorecidos, que son las que justamente menos los demandan.

 ¿Cómo evaluar qué política es mejor?

La pérdida en términos del Producto Interno Bruto (PIB) por mujeres que no trabajan es de 3,5 a 16,8 puntos, y el costo de no corregir desigualdades en la primera infancia es similar.

Por un lado, son los programas de apoyo a la crianza, en centros de salud o por medio de visitas domiciliarias, los que han tenido el mayor impacto sobre el desarrollo infantil. Sin embargo, es improbable que estos programas tengan un impacto significativo en la oferta laboral femenina.

Por otro lado, los programas de jardines a tiempo completo pueden facilitar el trabajo de las mujeres. Sin embargo, a menos que sean de alta calidad – es decir, por lo general, caros— estos programas no beneficiarán a los niños, y hasta podrían dañarlos.

Sin mayores investigaciones y sin medidas más finas de desarrollo no-cognitivo y seguimientos a largo plazo, que midan simultáneamente el desarrollo infantil y la participación laboral femenina, no seremos capaces de saber si los jardines son una buena inversión para la región.