Un economista incómodo

@LeopoldoTweets

Albert Hirschman se sentía incómodo. Con lo que sucedía en su natal Berlín, al punto de tener que pasar a la clandestinidad e huir a Francia porque su vida de militante antinazi corría peligro. Con el fascismo en general, al punto de llevarlo a unirse como voluntario en la guerra civil española y luego en el ejército francés, para terminar huyendo con una identidad falsa de las garras de sus compatriotas alemanes y organizar, desde Marsella, el escape de cientos de refugiados hacia los Estados Unidos (allí también aterrizaría él, y se  enlistaría en un ejército extranjero por tercera vez). Incómodo también con la academia, no obstante su paso por instituciones líderes del “establecimiento”, como el London School of Economics, Berkeley, Yale, Columbia y Harvard, y en donde acumuló experiencias con muchos grandes nombres de la economía y otras ciencias sociales (Arrow, Schelling, Gerschenkron, Tobin, O’Donnel, entre otros). La distancia entre el académico profesional y el mundo real nunca lo dejó tranquilo y lo llevó a trabajar en terreno y como consultor privado; con la creciente formalización de la economía tuvo una relación ambivalente, por decir lo menos. Incómodo, finalmente, con el rumbo de la economía del desarrollo, escéptico de los grandes esquemas para transformar una sociedad con la planificación de los expertos, y más convencido de la importancia del cambio gradual, de la microeconomía, y de las especificidades de cada país.

Curiosamente, este gran economista incómodo se sentía cómodo en Latinoamérica, con su mezcla de “horror y esperanza” que le resultaba propicia para su inquietud intelectual. En Colombia, donde pasó sus mejores años y forjó sus ideas sobre el desarrollo y se reveló contra la “fracasomanía”. En Brasil, donde encontró cómplices intelectuales para su malestar con ciertas teorías del desarrollo. En Argentina, aunque cuando un consejero de la junta militar le dijo que habían adoptado sus recomendaciones sobre crecimiento desbalanceado, sintió horror. Y en otros países de la región, recorriendo por ejemplo proyectos productivos en República Dominicana, Perú, Chile, Uruguay.

A Hirschman vale la pena rescatarlo hoy más que nunca, cuando la economía del desarrollo parece por momentos perderse en una selva de preguntas diminutas. Como ningún economista hoy, Hirschman tenía la capacidad de integrar la atención a lo micro con las grandes preguntas. Así produjo grandes ideas sobre las pequeñas cosas.

Por eso resulta particularmente oportuna la traducción que Ediciones Uniandes acaba de presentar de la magnífica biografía escrita por el Profesor Jeremy Adelman: El Idealista Pragmático: La Odisea de Albert O. Hirschman. Se trata de un recorrido por la vida y las ideas de Hirschman, traducido genialmente por el economista y filósofo Andrés Mauricio Guiot. Como abrebocas y para antojarlos, acá algunas citas del libro, que es lectura recomendada no sólo para economistas sino para sociólogos, politólogos, filósofos y cualquiera interesado en conocer una vida fascinante y una mente brillante dedicada a los problemas del desarrollo y la economía política.

Como Fernando Henrique Cardoso, amigo cercano, colaborador y futuro presidente de Brasil, alguna vez me dijo, “Hirschman era como un pintor flamenco, que revela en lo pequeño nuevas maneras de ver el todo”.

“Los que construyen modelos algunas veces me critican —explicaba Hirschman— por no poner mis pensamientos en modelos matemáticos. Mi respuesta para ellos es que las matemáticas no se han puesto al día con la metáfora y el lenguaje y ¡ambos son más inventivos!”

Le llamaron la atención acerca de “lo que llamamos pequeñas ideas, pequeñas piezas de conocimiento. No están en conexión con una ideología o visión del mundo, tampoco pretenden proveer un conocimiento totalizante del mundo, probablemente socavan la pretensión de todas las ideologías anteriores”. Estas petites idées realmente dejarían huella sobre Hirschman, quien por el resto de su vida anotaría sus observaciones en trozos de papel y cuadernillos, esperando que alguna vez evolucionaran de percepciones a ideas. “Son como los aforismos —explicaba—, apuntes realmente extraordinarios, quizá paradójicos por naturaleza, pero probablemente por eso mismo verdaderos”. En la medida en que estas pequeñas ideas yacen a nuestro alrededor como las hojas de los árboles, la habilidad consiste en descubrir cómo “reunirlas” o hacer de ellas “una gran idea”.

Hirschmann salió con sus dudas (de la conferencia de Keynes); algunas de ellas reflejaban desde entonces una creciente desconfianza hacia todo lo que tuviera el aire de una gran teoría.

Incluso cuando la guerra se acercaba a su fin, sostenía: “he abandonado más o menos la idea de perseguir una ‘carrera académica’ famosa”.

Los años que la familia Hirschman vivió en Colombia fueron, en muchos aspectos, los mejores de su vida. Este país devastado por la guerra, pero a la vez intrépido, culturalmente excitante e intelectualmente inquietante, le ofreció a Albert Hirschman un ambiente para reinventarse.

A Currie le gustaban los grandes planes, en especial los que hacían de la reforma administrativa una condición necesaria para todo lo demás; Hirschman prefería los proyectos, incluso grandes, pero cuanto más específicos, mejor.

Un rasgo característico de su futuro estilo de investigación tomó forma en los campos y las fábricas colombianas: hablar con tantas personas sobre tantos temas como le fuera posible para divisar oportunidades en las formas cotidianas de solucionar problemas. Conocer el país significaba acercarse a su gente: muchos viajes para hablar con finqueros, banqueros locales, industriales y artesanos que se esforzaban por obtener mejores resultados en formas pequeñas, ordinarias y a menudo imperceptibles para el científico social idealista. En vez de preocuparse por asuntos estatales e intrigas cortesanas, Hirschman prefería enfocarse en los microfundamentos del desarrollo económico.

Entonces Albert se llenó de coraje, aunque probablemente no necesitaba mucho, y se embarcó en su primer viaje en carretera, desde el Pacífico hacia el piedemonte, luego hacia la rica planicie del Valle del Cauca, pasando por otra cordillera de los Andes para rodear los cafetales alrededor de Manizales y finalmente sobre más montañas para llegar a la sabana bogotana. Esta prolongada y sinuosa montaña rusa sobre abismos escalofriantes fue el comienzo de un romance con Colombia y Latinoamérica.

Gracias a lo que encontró en estos carismáticos y originales colegas latinoamericanos, sus impresiones, una fuente de cierta soledad y duda cuando fueron formadas en Colombia, ahora estaban confirmadas. Además, le dieron paso a un romance con los científicos sociales latinoamericanos, en especial con los brasileños, quienes parecían menos restringidos por los límites disciplinares y más eclécticos, sin que por ello su economía fuera menos seria.

En un viaje a Argentina, en los años en que el país estaba bajo el yugo de la junta, un oficial de alto rango le dijo alegremente a Hirschman: “todo lo que estamos haciendo es aplicar sus ideas sobre crecimiento desbalanceado. En Argentina no podemos lograr todos nuestros objetivos políticos, económicos y sociales de un golpe, por lo cual hemos decidido proceder por etapas, como una secuencia de crecimiento desbalanceado”. Hirschman empalideció. Ahí estaban los desbalances y desequilibrios al servicio de los generales, para acabar con lo que denominaban los arraigados obstáculos al desarrollo argentino

La pretensión de conocimiento disfrazado de grandes teorías sobre el mundo podía, como luego escribiría Hirschman, ser un obstáculo para entenderlo.

La enseñanza fue una fuente de ansiedad de la que nunca pudo deshacerse. Había algo insoportable en el estilo de sermón que dominaba la pedagogía en la academia estadounidense. La idea de una clase magistral, encapsulada en una hora en la que se esperaba que el profesor liara un manojo de verdades sobre algún tema, dejara el salón y repitiera el mismo procedimiento de nuevo una semana después alrededor de algún otro tema, iba en contra de su inclinación por presentarles a los estudiantes enigmas, paradojas e ironías, para luego meditar sobre ellas, como hacía con sus petites idées. Como un intelectual casi por completo autodidacta, la simple idea de enseñar le era completamente ajena. Sin importar cuánto se esforzara, nunca le cogió el tiro. Y se esforzó enormemente, a menudo teniendo que correr al baño para vomitar su ansiedad antes de una clase.

Hirschman quería análisis de política que hicieran la diferencia, quería promover una ciencia social que liberara a los latinoamericanos de su derrotismo y de su melliza, la aplicación de teorías sofisticadas derivadas de las experiencias de los demás.

Como expresaría en un seminario en el MIT poco después de regresar de Chile y presenciar el espectáculo de la medicina de los Chicago Boys, se sentía consternado por “muchos economistas, que se resguardan cómodamente en su disciplina expansionista y se aíslan de los acontecimientos exógenos, sin importar cuán desastrosos sean”.

Para Hirschman, sus incursiones en el mundo real, como activista contra las diversas formas de fascismo en Europa, como soldado del ejército estadounidense, como conocedor del Plan Marshall desde adentro, como asesor de inversiones en Colombia y como consultor (…), nunca fueron digresiones, hacían parte de su compromiso por observar el mundo para extraer mejores intuiciones, para concebir a partir de ellas conceptos que a su vez pudieran ser evaluados, moldeados una y otra vez, e incluso descartados en el transcurso del tiempo.

Adelman, Jeremy (2017), El Idealista Pragmático: La Odisea de Albert O. Hirschman. Bogotá: Ediciones Uniandes. Disponible en https://libreria.uniandes.edu.co.