Una de los grandes problemas de región es la falta de cobertura de los sistemas pensionales. En el BID calculamos que para 2050 entre 60 y 80 millones de adultos mayores no tendrán una jubilación. Sin embargo, la crisis de las jubilaciones en la región están explotando en países que han alcanzado niveles de cobertura cercanos a los de los países avanzados. En Brasil, con la gente en las calles, el gobierno ha reconocido que el sistema tal y como está diseñado es difícilmente sostenible. En el Congreso tramita una reforma que intenta subir la edad mínima de retiro, causando una fuerte reacción de los trabajadores. En el otro lado del espectro los ciudadanos chilenos salen a las calles porque el nivel de las pensiones está muy por debajo de las expectativas de la población. Brasil y Chile son los primeros donde sus poblaciones demuestran un malestar manifiesto con el funcionamiento del sistema pensional pero no serán los últimos.
Argentina, como otros países de la región, aún tiene una población relativamente joven. Sin embargo, la segunda parte del siglo XXI planteará serios retos para Latinoamérica y el Caribe, cuando su población envejezca y supere a Europa para convertirse en la región con la mayor proporción de personas de la tercera edad vs. en edad laboral.
La Demografía pasa Factura
El Bono Demográfico se está terminado en la región. En Chile, por ejemplo, la tasa de dependencia poblacional (i.e., el ratio entre población joven y adultos mayores sobre la población en edad de trabajar) tocó su mínimo histórico en 2015. En Uruguay y Colombia el punto de inflexión será en 2020. En Argentina ese momento llegará en 2035. A partir de ahí, el proceso de envejecimiento poblacional empujará la tasa de dependencia al alza. Se estima que para la región en su conjunto la tasa de dependencia crecerá en 36 puntos porcentuales hacia fin de siglo y llegará a 84 porciento, la más alta en el mundo. Es decir que para ese momento la relación entre dependientes y trabajadores será casi uno-a-uno.
Las fuerzas demográficas tienen un impacto directo sobre el sistema jubilatorio. En los sistemas de reparto, por ejemplo, la tasa de rentabilidad esperada para el financiamiento de la jubilación es la tasa de crecimiento del total de los salarios imponibles. Esta a su vez es la tasa a la que aumentan los salarios multiplicada por el incremento del tamaño de la base contribuyente. Por lo tanto, a medida que la base de aportantes disminuye porque la población envejece, también lo hace la pensión promedio que se puede pagar sin depender de otras fuentes de financiamiento. En los sistemas de capitalización mayores esperanzas de vida significan menores montos de pensión.
Una comparación con países de la OCDE, detallada en la edición 2016 del estudio insignia del BID Ahorrar para desarrollarse: Cómo América Latina y el Caribe puede ahorrar más y mejor, ilustra el problema. Argentina ya invierte alrededor de cerca del 10% de su PIB en jubilaciones cuando aproximadamente 11% de la población tiene 65 años o más. Este nivel de erogaciones en proporción del PIB es mayor a lo que gastaban Francia e Italia en 1980 cuando eran países mucho más envejecidos, con 14% de su población en ese rango etario.
Promesas Incumplibles
Dadas las actuales condiciones y reglas en los sistemas de reparto en América Latina y el Caribe, en promedio los países están comprometidos a pagar jubilaciones equivalentes a 67% del salario de un trabajador, cuando de hecho pueden pagar 37%. Para 2100, cuando la transición a una sociedad de mucha mayor edad se haya concretado, ese porcentaje caerá a 15%.
En Argentina, las jubilaciones prometidas equivalen a 72% del salario promedio de un trabajador. Si no hay cambios en las reglas, la transición demográfica hará que lo que se pueda financiar con recursos propios del sistema solamente 33% del salario promedio de un trabajador. Esto significa que, si la sociedad no está dispuesta a hacer cambios en los sistemas jubilatorios, es probable que los países tengan que obtener recursos de otras fuentes ajenas al sistema jubilatorio para cumplir las promesas previsionales, y surgirán trade-offs entre necesidades de desarrollo que compiten entre sí.
En la mayoría de los países ya se han encendido señales de alerta. Por ejemplo, se observa que en la mayoría de países en la región ya hoy –cuando la tasa de dependencia es aun baja— el gasto en jubilaciones no está respaldado por los aportes de trabajadores. Los desequilibrios entre los aportes y pagos en beneficios de las jubilaciones en Argentina, por ejemplo, ya absorben más del 1% del PIB por año.
La informalidad laboral también pasará factura. Más de la mitad de la fuerza laboral en la región tiene empleos informales y no aporta a un sistema de jubilaciones. Esta situación lleva a muchos países a establecer sistemas “no contributivos” que brindan pensiones financiadas por el gobierno a personas mayores que no han hecho aportes jubilatorios. Pero esos beneficios, que van de alrededor de 5% del ingreso per cápita a alrededor de 30% en Brasil y Argentina, son escasos y costosos. En Argentina, por ejemplo, se estima que los recursos que demandará cubrir al 50% de los adultos de 60 años o más con beneficios equivalente a la generosidad promedio de la región (como porcentaje del PIB) hacia 2050 será 2 puntos porcentuales del PIB al año.
Soluciones Difíciles
El desafío principal para los países en la región es el de abordar el problema de las jubilaciones cuando todavía hay tiempo para solucionarlo. El combate a la informalidad laborar es una cuestión indispensable porque eso ayudara a que aumente el número de aportantes. Si, de todos modos, como se ha observado en la práctica, el gobierno deberá brindar pensiones a quienes no aportan a un sistema contributivo, es mejor reducir ese pasivo contingente. En la medida en que aumenten las contribuciones, es indispensable invertir los ahorros bien para aumentar el retorno. Mas y mejor ahorro es el camino para lograr un sistema sostenible y equitativo.
En cuanto a las reglas de los sistemas en sí mismos, se deberá trabajar sobre una combinación que incluye: elevar las tasas de aporte donde haya margen; elevar la edad de jubilación; y/o reducir la tasa de aumento de los beneficios. Los países tendrán que decidir cuál es la ruta que siguen. Ninguna solución será fácil. Pero como muestra la actuales crisis en Brasil y Chile, es mejor hacer esto lo antes posible, para poder construir un consenso y esparcir los sacrificios a lo largo del tiempo. La región se ha beneficiado enormemente de tener una población joven. En su creciente madurez, debe pensar en el día en que envejezca.
El problema de los jubilados viene de muchos años dentro de America Latina, estas cosas escapan de las manos de la presidencia porque ellos en su gran mayoría de países no lo pueden solucionar.
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