Desde hace un tiempo los políticos chilenos se han caracterizado por un afán autodestructivo. Esto es independiente de su color político o de sus inclinaciones ideológicas. No se trata de suicidios aparatosos o coloridos. Son estrategias de largo aliento. Actitudes que poco a poco van erosionando sus posibilidades reales, y los condenan a morir, o a quedarse irremediablemente solos.
Un ejemplo de esta tendencia es el ex Presidente Ricardo Lagos, un hombre con una vida llena de logros, con una estatura enorme; un político con un lugar asegurado en la historia del país, que en los últimos meses ha seguido una estrategia electoral tremendamente dañina. Una estrategia destructiva. El pobre desempeño de la campaña se ha debido, en gran parte, a la negativa de Lagos de ser verdaderamente crítico sobre el desempeño del actual gobierno.
Como argumenté en una columna anterior, al presentarse, implícitamente, como un candidato de continuidad dentro de la Nueva Mayoría, Lagos aparece como el candidato de la mediocridad y del fracaso. Porque, como lo que muestran las encuestas cada semana, esa es la manera en que la población ve a este gobierno: un gobierno con horribles falencias, con reformas mal diseñadas y pobremente ejecutadas. Para Lagos, haber seguido este guión es un total sinsentido: un ex presidente triunfante, con una carrera insigne, insiste en ser el abanderado de la coalición menos exitosa en la historia moderna del país. Un absurdo total e incomprensible.
Ya en octubre estaba claro que las posibilidades electorales de Lagos descansaban sobre dos acciones: ser auténtico -es decir, ser Ricardo Lagos, con todo lo que eso significa- y desmarcarse con fuerza de la Nueva Mayoría. Imaginemos cómo hubiera sido una campaña con un Lagos tal como es él. Un torbellino de ideas, con un lenguaje pausado, pero firme, crítico de lo que ve y de lo que ha hecho esta administración (y otras); un progresistas con ideas novedosas, que habla de las preocupaciones de la gente con un sentido de modernidad, con un sentido de proyección hacia el futuro; un candidato que reconoce que aquí hubo un gran error -un acto de suicidio absoluto- al haber reemplazado a Andrés Velasco por el Partido Comunista en la coalición gobernante. Desde luego, su libertad de opinión y de palabra debiera ir más allá que cuestionar al gobierno, debiera incluir temas como el escándalo financiero en el Ejército, la añeja Ley Reservada del Cobre y los actos reñidos con la moral de tanto político nacional. Un Lagos sin restricciones ni mordazas no hubiera tenido necesidad de vivir a la defensiva, como lo ha hecho en los últimos meses. Hubiera sido un candidato con posibilidades verdaderas y reales.
El presente vergonzante
Con frecuencia, el suicidio político va aparejado del oportunismo, de actitudes cortoplacistas que buscan un rédito instantáneo, aun cuando se produzca una herida mortal en el largo plazo. En esas ocasiones, los oportunistas viven unos días de gloria -mejores empleos, negocios asegurados, una embajada u otra prebenda-, pero después de un tiempo la población les pasa la cuenta, les vuelve la espalda y los condena a desaparecer.
La actitud del Partido Socialista durante los últimos meses cae en esta categoría de “oportunismo suicida”. Un partido con raigambre, con militantes históricos que tuvieron un rol importantísimo en la historia del país, duda si llevar un candidato propio a las primarias -¡a las primarias!-. Recordemos, por ejemplo, que el PS llevó candidato presidencial en 1952, aun sabiendo que no tenía ninguna opción. Lo hizo por principios, porque competir era esencial para mantener su integridad moral e ideológica, porque era la estrategia correcta para crecer en el largo plazo. Esa fue una acción “antisuicida”, tan diferente a la de muchos socialistas de hoy.
¿Apoyar a Guillier en las primarias? Un total sinsentido para el socialismo. Oportunismo y suicidio asegurados. La Internacional Socialista, el himno del PS, empieza así: “Contra el presente vergonzante, ¡el socialismo surge ya!”. Eso es lo que muchos sienten ante la actual actitud de ciertos dirigentes de ese partido, ante su oportunismo rampante: vergüenza.
Pero la tendencia a la autodestrucción política no es un monopolio del laguismo y de los socialistas. Otro ejemplo es la Democracia Cristiana. En forma incomprensible, durante los últimos años el partido de la falange decidió transformarse en un apéndice casi irrelevante de la Nueva Mayoría. Un partido que, en su momento, lideró la política de cambios en Chile, que hace poco tiempo tenía una enorme influencia sobre los jóvenes, decidió ser comparsa y perder su identidad. ¿Alguien puede decir cuáles son los principios de la DC? ¿Alguien entiende qué posiciones tiene respecto de los problemas nacionales? ¿Hay jóvenes que aspiran a militar en ese partido? Las respuestas a estas tres preguntas son rotundos “no”, y ejemplifican el hecho de que durante los últimos años se optó por el suicidio.
Pero aún hay tiempo para que el partido de Eduardo Frei Montalva reaccione, que entienda que si sigue así morirá. O, peor aún, tendrá un futuro como el del Partido Radical: irrelevancia, penas y olvidos. La idea de llevar un candidato propio en la primera vuelta -Carolina Goic- es sólida y hace absoluto sentido. ¿Qué pueden perder un par de escaños parlamentarios? Es posible que así sea. Pero ese sería un costo mínimo si se logra la supervivencia del partido. Ir a la primera vuelta en solitario sería el primer paso en un renacer que, tal vez, podría devolverle las glorias de antaño.
Estética y suicidio
Pero quizás los suicidas políticos más contumaces sean los UDI históricos, los barones, señores y señoronas feudales que siguen aferrados a la figura de Pinochet, que se niegan a darle la pasada a una generación joven y moderna, a Jaime Bellolio y su grupo. Lo que los UDI históricos no entienden es que para la juventud del mundo entero -incluyendo, desde luego, para la juventud nacional-, Pinochet es la imagen misma del mal y la perversión. Cuando el Washington Post quiso hacer una caricatura sobre Trump, insinuando que se volvería en un dictador, optó por hacer un montaje sobre una foto de Pinochet. No eligió a Hitler, ni a Stalin, ni a Atila. Eligió a Pinochet. Una imagen, dicen, vale por mil palabras, y en el mundo entero la imagen de Pinochet es estética y moralmente horrible. Aferrase a ella es una fórmula segura para morir.
Pero hay que reconocer que en el ámbito político chileno hay personas valientes que se empeñan por darles nacimiento a nuevas ideas y nuevas instituciones y partidos. Hay, afortunadamente, un puñado de “antisuicidas” de todos los colores políticos. Aunque uno no esté de acuerdo con todas sus ideas, hay que destacar a Felipe Kast, a Andrés Velasco, a Fernando Atria y a Jaime Bellolio, entre otros.