Un “olvido” trágico y nuestra mediocridad

Resulta que nos estamos quedando atrás. Ineludiblemente atrás. Nuestra estrella, que alguna vez fue la más brillante de América Latina, empieza a extinguirse. El sueño de transformarnos en un país desarrollado en un futuro cercano principia a escabullirse entre nuestros dedos, y pronto no será más que eso, un sueño.

Este gobierno decidió «olvidar» la más importante de las reformas, la de la calidad de la educación. No se ha hecho absolutamente nada al respecto. En un año y medio, cuando un nuevo presidente -o presidenta- llegue a La Moneda, los currículos serán prácticamente los mismos que hace una docena de años, cuando Michelle Bachelet iniciaba su primer período. La calidad de los profesores será la misma, y la jornada escolar será igual. Claro, habrá algunas novedades administrativas y nuevas estancias burocráticas estarán operando, pero en vez de mejorar la calidad de la educación, lo más probable es que estos cambios la empeoren. Esto es verdad a todos los niveles educativos: la educación primaria, la secundaria y la educación superior.

Un país con una educación de mala calidad no es competitivo, y por tanto no puede prosperar. Pero eso no es todo: un país con mala educación no forma ciudadanos completos, no forma personas empáticas que pueden ponerse en el lugar «del otro», personas tolerantes e inclusivas, personas que pueden convivir en armonía solidaria.

Un país con mala educación está condenado a la mediocridad.

Según un estudio que será publicado la próxima semana en la prestigiosa revistaJournal of Economic Perspectives, la calidad de la educación en Chile es muy mala, menor que en Tailandia, Turquía, Chipre y Vietnam. Y claro, es mucho menor que en países como Australia, Nueva Zelandia, Finlandia, Canadá y Corea. (The importance of school systems, por el profesor de la Universidad de Munich, Ludger Woessmann).

Este trabajo combina los resultados de las últimas pruebas internacionales Pisa, Timss y Pirls para construir un indicador único de calidad. Estas pruebas miden el desempeño de niños y niñas de 15 años en matemáticas, ciencias y comprensión de lectura. El trabajo incluye información de 81 países y revisa acuciosamente la literatura sobre la calidad de la educación.

Chile está en el lugar 51 del ranking, mucho más abajo de la mitad. Inmediatamente por encima se encuentra Tailandia y un puesto más abajo Kazajistán. No se trata, exactamente, de un vecindario descollante. Al contrario, es un vecindario más bien malito. (Quienes se conforman con tan sólo ganarle a Argentina, y no les importa qué pase en lo demás, estarán felices al saber que sí superamos a la vecina república).

De acuerdo con estos cálculos, Chile tiene un puntaje combinado de 434 puntos. El promedio para los 81 países es de 500 puntos. El mayor puntaje (596) corresponde a Shanghai; le siguen Singapur, Hong Kong, Corea, Japón, Taipei y Finlandia, en la vecindad de los 550 puntos. Nueva Zelandia, un país al que debiéramos aspirar parecernos, tiene 508 puntos, mientras que su vecino Australia obtiene 513. La brecha entre Australia y Chile es de 79 puntos.

La importancia de los puntajes numéricos es esta: cada 25 puntos son equivalentes, aproximadamente, a un año de escolaridad. Vale decir, la mala calidad de nuestra educación significa que, para todos los efectos prácticos, la escolaridad en Chile es cerca de tres años menor que en Australia y Nueva Zelandia -nuestra brecha con ellos es de cerca de 75 puntos.

¡Tres años!

Bajo estas circunstancias es impensable que podamos competir con éxito en el mundo, que les agreguemos valor a nuestras exportaciones, que prosperemos y salgamos adelante. Piense por un momento lo que estos tres años significan. Suponga dos emprendimientos muy similares, excepto que en uno tenemos trabajadores graduados de la secundaria, mientras que en el otro los operarios tan sólo llegaron hasta primero medio. ¿Cuál de los dos será más productivo? ¿Cuál sobrevivirá a los embates de un mundo cruel? ¿Cuál tiene mayores probabilidades de éxito?

¿Por qué Chile tiene tan sólo 434 puntos, mientras que Australia tiene 513 e Irlanda 512? En términos generales, estas diferencias se explican por tres grupos de factores: las características de las familias, arreglos institucionales y cantidad de recursos dedicados a la educación. De entre ellos, los dos primeros son, por lejos, los más importantes. De hecho, en los análisis estadísticos, un aumento del presupuesto de educación que no va acompañado de reformas al proceso educativo tiene un efecto prácticamente nulo.

Los factores familiares, como la educación de los padres y su nivel de ingreso, son los más complicados, ya que están «predeterminados» y es poco (o nada) lo que las políticas educativas pueden hacer al respecto. Sin embargo, años de investigación han mostrado que hay algunos canales a través de los cuales se puede compensar un factor familiar «deficiente». Los dos más importantes son la educación temprana o pre-preescolar -desde la salacuna hasta el kín-der-, y fomentar la lectura en la familia. En general, los niños de una familia que tiene 200 libros en casa -y por tanto buenos hábitos de lectura- tendrá 50 puntos más de puntaje que un niño proveniente de una familia que tiene menos de 10 libros. Pero, claro, desde hace décadas que Chile no tiene una política del libro. Al contrario, se les grava con uno de los IVA más altos del mundo.

Una de las variables institucionales más importantes es la calidad de los profesores, medida a través de pruebas de desempeño y posgrados. En eso andamos mal desde hace mucho tiempo, y ninguno de los últimos gobiernos ha hecho nada al respecto. Tan sólo palabras.

Otra variable explicativa clave es la existencia de un examen nacional de graduación al terminar cada ciclo. Aquellos países (o regiones) que los tienen logran desempeños muy superiores. En eso tampoco estamos bien.

Otra: la duración de la jornada escolar. Hace dos años un grupo de profesionales propusimos un plan piloto en Chile, en el cual se agregara una hora lectiva diaria a los alumnos de colegios vulnerables. Pero, tal como usted se imagina, el gobierno no hizo nada.

Otra más: la existencia de un sector educativo privado, dinámico y vigoroso, contribuye fuertemente a que la calidad nacional aumente. Esto es especialmente el caso en países como Bélgica, donde el Estado financia a esas escuelas privadas. ¿Cómo es esto? La respuesta es simple y data de la época de Adam Smith: mayor competencia.

Y otra: en países con el nivel de ingreso como el de Chile (o mayor), los sistemas educativos descentralizados, que les dan mayor autonomía a los directores de establecimientos y a las autoridades municipales, funcionan mejor y tienen mayor calidad. Este efecto es mayor en países que tienen un examen nacional de graduación. En Chile, claro, nos estamos moviendo exactamente en la dirección opuesta. Menos municipalidad y más ministerio.

Lo más trágico de esta situación es que nada de esto es nuevo; todos, absolutamente todos estos resultados eran conocidos, desde hace años, por los técnicos en temas educativos. Todo lo que este artículo ha hecho es recopilar, revisar y comentar la literatura. Nuestros expertos los conocían y los ignoraron, o a propósito (y por órdenes de los ministros) los olvidaron. Una verdadera tragedia.

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