Con la colaboración de Steve Ambrus (BID).
En América Latina, los auges y caídas de las materias primas son casi tan antiguos como el descubrimiento del cobre, el carbón y el petróleo. Sin embargo, después del notable aumento de los precios de las materias primas entre 2004 y 2012, el descenso más reciente, con su dolorosa manifestación de economías que se contraen, déficit fiscales, depreciación de la moneda e inflación, ha golpeado a la región con particular dureza. Pero, ¿con qué grado de dureza? ¿Y por qué?
En un reciente estudio del BID intentamos aportar respuestas formulando nuevas preguntas: ¿cómo y por qué cambian las variables económicas clave con los precios internacionales de las materias primas en países exportadores de materias primas? ¿Se puede cuantificar esa dependencia?
El estudio analiza Brasil, Chile, Colombia y Perú desde mediados de los años noventa hasta 2014, un período que incluye el auge de los productos agrícolas, los combustibles y los metales. Se calcula un índice de precios de las materias primas específico de país utilizando la cuota de cada tipo de materia prima que los países exportan en promedio. Y ese índice luego es utilizado para analizar cómo los precios de las materias primas se relacionan con los cambios en el PIB, el consumo, la inversión, las tasas de interés y el tipo de cambio real.
Las economías de esos países, según se desprende del estudio, se comportan casi sincronizadamente con los precios de las materias primas. Cuando los precios de éstas se disparan, aumentan los ingresos que estas economías obtienen vendiendo sus productos en el exterior. A su vez, este efecto en el ingreso también impulsa el consumo privado. Las personas van más al cine y compran más ropa y muebles, etc. Para satisfacer el aumento de la demanda, la inversión agregada también aumenta a medida que las empresas crecen, construyen más instalaciones y compran más maquinaria. Y el tipo de cambio real -o costo real de los productos de un país para alguien con moneda extranjera- también se aprecia.
Entre tanto, otro elemento alimenta el fuego. Dado que las economías de la región se fortalecen con el aumento de los ingresos por materias primas, también adquieren mayor solvencia crediticia. Pueden conseguir préstamos con tasas de interés más bajas. Atraídos por esa posibilidad, los gobiernos y las corporaciones en esos países se dirigen a Wall Street y a otros mercados internacionales de capital para pedir prestado, mediante la emisión de bonos. Hay más dinero que fluye en la economía, y el trayecto hacia arriba de la montaña rusa de las materias primas continúa con un PIB que crece sostenidamente, hasta llegar a un punto de inflexión. Lo que sube rápidamente también puede bajar a toda velocidad, y esto es especialmente verdad cuando gran parte de la economía se encuentra estrechamente vinculada a los factores externos.
¿Cuán estrechos son esos vínculos entre los precios de las materias primas y el crecimiento? Al parecer, son muy estrechos. En Brasil, el 25% de la volatilidad del PIB real se debe a las materias primas; en Perú, esa cifra asciende al 40%; en Colombia, al 44%; y en Chile, al 77%. La media de esos cuatro países está en 42% lo que significa que casi la mitad de los movimientos en la actividad económica para estos países están asociados a cambios en los precios de las materias primas que exportan. Otros factores externos -como las tasas de interés en Estados Unidos- y domésticos –choques de productividad- representan el restante 58%.
Las soluciones no serán fáciles. Desde luego, una prioridad consiste en trabajar para diversificar las economías y disminuir la dependencia de las materias primas. Sin embargo, eso lleva tiempo. Otro enfoque consiste en crear fondos de riqueza soberana que apartan una parte de los superávits durante los tiempos de auge para tenerlos como reserva durante los momentos de crisis. Dichos fondos pueden atar las manos de los congresos ávidos del gasto pero, si son transparentes y están bien gestionados, pueden imponer una disciplina que resulta crucial. Chile, que estableció ese sistema hace varios años para gestionar las bonanzas del cobre, ha retenido dinero para las pensiones, el Banco Central y para una estabilización económica y social que ha demostrado ser un recurso clave durante la crisis financiera de 2008-2009 y más recientemente.
Desde luego, no hay soluciones rápidas. Los precios de las materias primas son -y probablemente siempre serán- una montaña rusa. Sin embargo, saber cómo afectan a los pasajeros y adoptar medidas para suavizar el descenso puede volverlos menos violentos y dejar a todos en la parada final, más calmados y felices, para seguir viviendo cuando hayan vuelto a tocar tierra.