Es bueno que el ambientalismo estorbe

 

Debo confesar que dos eventos recientes me hacen saltar entre la esperanza y la preocupación, uno desafortunado en la Comisión Quinta entre el presidente de Ecopetrol y un profesor que alertaba sobre la perforación en cercanías al parque Tinigua y Caño Cristales, y otro más afortunado con un record de 196 países firmando un acuerdo para reducir las emisiones de gases invernadero. Y no me refiero al destino del planeta que vaya uno a saber quién realmente lo controla. Me refiero a nuestro debate local sobre el destino de esta discusión de “lo ambiental” en el país.

Hemos pasado de etiquetar a los ambientalistas de extremos, fundamentalistas, y la última que ha circulado, de yihadistas, como los denominó Nicolas Uribe. Esas etiquetas a las personas poco o nada ayudan a una discusión para orientar el modelo de país para este siglo. El proceso de deterioro del debate público debería preocuparnos, como le preocupa por ejemplo a tres cuartas partes del país del norte.

Mi formación como ambientalista

A finales de los 80s comenzó mi formación como ambientalista siguiendo a algunos líderes académicos, políticos y técnicos. Esa consciencia de lo ambiental se fue formando al escuchar a Manfred Max-Neef quien recién recibía el Premio Nobel Alternativo y visitaba Bogotá. Continué escuchando los discursos de Alegría Fonseca quien lograra votos verdes para entrar al Congreso, y a Margarita Marino en el Colegio Verde de  Villa de Leyva donde oí hablar por primera vez de los consejos verdes y el Informe Brundtland, “Nuestro Futuro Común”. Al mismo tiempo iba leyendo a Julio Carrizosa Umaña en sus “Recursos de Hoy, Bienestar del Mañana”, a Augusto Angel Maya y a Gustavo Wilches-Chaux. En un campero Suzuki de 2 tiempos subíamos con Juan Gaviria y Brigitte Baptiste a El Cocuy, durante 18 horas, recibiendo clase de Juan Pablo Ruiz de lo que era en ese momento la economía ambiental y que después seguí aprendiendo de maestros y colegas como Guillermo Rudas. En clase, Francisco Gonzalez, creador de un “Area de Problemática Ambiental y Ecodesarrollo” dentro de una facultad de economía (Javeriana), nos hizo entender el concepto de Ecodesarrollo acuñado en la conferencia de Estocolmo 1972 como propuesta alternativa al crecimiento. El término tendría que evolucionar hacia el de Desarrollo Sostenible en Rio 1992, cuando los países pobres reclamaron sus derechos a consumir y disfrutar del bienestar material de los países que mandaban la parada en Estocolmo. Estos ambientalistas que menciono arriba, para nombrar muy pocos de tantos, fueron parte de ese grupo de gente que formó el corpus de trabajo de personas que se sentían incómodos con los modelos de desarrollo en el país y querían cuestionar y debatir.

El problema es que esa incomodidad sólo la sentían ellos que lideraban el discurso, y unos más jóvenes que al seguirlos nos preguntábamos si el camino que venía tomando el planeta era o no el correcto.

Válido el discurso, claro, y desde hace muchos años atrás. Pero eran, como dicen, tres gatos.

Llegar a Rio 1992 con un recién creado Ministerio de Ambiente, bajo el liderazgo de Manuel Rodriguez, fue necesario –y alentador- para ese entonces. El país de la biodiversidad no podía llegar a esa conferencia mundial sin una cartera ambiental. En esos años de construcción de lo ambiental en Colombia, y que lograron entrar a la Constitución en docenas de artículos y una bien estructurada Ley 99/1993, pasó lo mismo que con muchos más derechos consagrados en la carta. Promesas que aún falta cumplir para la gente negra o indígena, para la pluralidad étnica, o para la mujer. Y, obviamente, para el derecho al ambiente sano (Artículo 79).

Al menos se cambiaron las reglas formales del juego con una Constitución mucho más verde y un Sistema Nacional Ambiental más fuerte. No era así con las reglas formales y no formales que seguían gobernando las decisiones últimas que movían las calderas y motores del desarrollo.

Han pasado unos 25 años después de comenzar yo a aprender de lo ambiental y se siente, de alguna manera, un fresquito, al presenciar confrontaciones mucho más frecuentes y fuertes entre quienes argumentan que el ambientalismo frena el progreso, y quienes argumentan que el progreso actual frena la posibilidad de que el futuro sea viable para todos.

La diferencia es que ahora el ambientalismo si estorba. Pisa callos. Incomoda. Antes ni eso. Cuando escuchaba a mis maestros y líderes intelectuales sentía que solo predicaban al coro de la iglesia. Y se daban palmadas de apoyo entre ellos. Además eran muy pocos, y poco ruido generaban más allá de sus audiencia cautivas.

Mientras tanto, el país seguía avanzando en su senda de “progreso” como lo conocemos.

No es que el país haya tratado –o siquiera querido- optar por otra forma de progreso diferente a la del crecimiento de la extracción, transformación y producción de bienes materiales y servicios que maximicen el consumo total de la población en el corto plazo, sobre todo, sin contabilizar los costos ambientales de hacerlo. Debo reconocer, si, que en el DANE se han venido dando pequeños pasos en la dirección correcta. Pero el país no se ha tomado el trabajo de calcular el valor presente neto de vulnerar la base natural que nos podría hacer mas resilientes y capaces de enfrentar el cambio climático, o los fenómenos cada vez más volátiles del Niño y la Niña, o simplemente insertarnos en un mercado globalizado que cada vez consumo mas bienes post-materiales como la cultura, la apreciación por la naturaleza o el turismo.

El debate ambiental en una cancha más nivelada

La diferencia es que ahora las ideas ambientalistas estorban un poco más. Estorban porque hay mejores herramientas jurídicas, y porque hay mas ciencia para traer a la mesa otras alternativas y visiones de progreso o bienestar. Estorban, porque ahora hay una masa crítica mas grande en la sociedad que, sin tanto acceso al poder y los medios convencionales, tiene acceso a redes de información descentralizadas que pueden desencadenar procesos virales de protesta e indignación ante desmanes, abusos, maltratos o violaciones de principios básicos de respeto por el ambiente o el ambientalismo. Por eso ahora hay incluso columnistas prominentes que han dedicado hasta seis (VI) columnas al mismo tema de ambientalismo extremo.

Esa falsa dicotomía entre ambientalismo y desarrollo se ve en los medios con mas frecuencia. Hace unos pocos días, a través de su cuenta de twitter el medio de noticias RCN hizo una encuesta con la pregunta, y resultados que se ven en la imagen:

ambientalistas

La redacción de la pregunta llevaría a pensar que este medio piensa que la respuesta mas frecuenta sería por el Sí.  Pero No. Lo cual no me deja con la duda de si el ambientalismo, al menos, es mas clicktivista que aquellos que lo encuentran estorboso. Del clicktivismo a la acción hay pasos adicionales por recorrer.

De cualquier manera, el ambientalismo se encuentra en otra etapa diferente a la que me toco en mi formación académica y política. Hoy estorba el ambientalismo porque ya no es tema de pocos. Es de muchos más cuyas voces ahora se benefician enormemente de las economías crecientes a escala de las redes sociales para hacerse oír y volver masiva una protesta ante algo que vulnera sus preferencias por la defensa del agua, de los animales, de los páramos o de las ciénagas. Por eso también estorba el ambientalismo. No solo porque ya no es de unos pocos, fundamentalistas como quisieran mostrarlo en ocasiones, sino que hoy hay mejores posibilidades de levantar voces alternativas de formas más virales, si comparamos con esos años 80s y 90s donde había que esperar a que los pocos medios de comunicación le dieran esos segundos de visibilidad a esos pioneros y sus ideas, usualmente fuera del horario Triple A o las primeras páginas.

Ahora, con la cancha más plana para confrontar las voces distintas frente a lo ambiental, tenemos que pasar de la descalificación personal a la discusión seria, sin ataques personales. Debemos pasar a los argumentos en favor o no de decisiones estratégicas en las posibles sendas del país para este siglo. Ahora el marco jurídico permite que la mesa esté más nivelada, y eso es bueno. Claro, hace más difícil que una sola visión de desarrollo se imponga, y eso es retador para todas las partes. Los poderes económicos ahora deben enfrentar distribuciones ms equitativas de los poderes y derechos jurídicos de otros.

¿Para dónde orientar los debates?

Cierro entonces con algunos de los debates donde nos tenemos que sentar con mejor ciencia a debatir argumentos e ideas, en un diálogo un poco mas horizontal gracias a mejores mecanismos jurídicos para soportar diferentes posiciones y no solo una. Si nos proponemos liderar conversaciones sobre estos temas, sin descalificar al otro pero si a criticar sus ideas, podemos avanzar mucho más que con la gritería en las redes sociales donde hay mas clicktivismo y lapidación que argumentación. Aquí van unas preguntas para comenzar:

  • ¿Comenzamos a salirnos del carbón o el petróleo, como lo está haciendo Arabia Saudita, o seguimos sacando los fósiles para generar rentas de corto plazo y así resolver urgencias fiscales, pero sin claridad de las consecuencias ambientales del largo plazo ni sobre nuestra responsabilidad en la huella de carbono planetaria?
  • ¿Generamos más energía hidroeléctrica, renovable, manejando mejor la gran cuenca del Magdalena para estar menos vulnerables a fenómenos climáticos, o le apostamos a la termo-generación con las consecuencias de huella de carbono y en contra de lo que firmamos en la COP21 y ayer en Nueva York?
  • ¿Abrimos las puertas a la entrada de semillas genéticamente modificadas para multiplicar la productividad de un sector agrícola para el cual tenemos posibles ventajas comparativas, o las cerramos y nos blindamos a posibles riesgos a la salud humana y a la biodiversidad de nuestros ecosistemas?
  • ¿Desarrollamos una industria pesquera en nuestras dos costas y vulneramos la estabilidad ecológica de los ecosistemas costeros, o fortalecemos la conservación de esas costas y sus pesquerías artesanales de las cuales dependen muchas comunidades locales?
  • ¿Fortalecemos una industria ecoturística en un país que con la caída de la violencia en algunos de los territorios de la así llamada “magia salvaje” podría atraer divisas de visitantes del mundo entero y generar una cantidad importante de empleos rurales y en las regiones?
  • ¿Abrimos las puertas a la explotación de especies silvestres para el aprovechamiento sostenible de su carne o pieles y así generar ingresos para comunidades locales que podrían derivar de allí sus ingresos?
  • ¿Cómo trabajamos con los cientos de miles de hogares rurales que viven del cultivo de cebolla, papa, o de la ganadería y el carbón en los páramos para que puedan tener una vida digna y a la vez garanticemos la provisión de agua para la inmensa mayoría del país urbano y rural?
  • ¿Abrimos la posibilidad de que en parte de la Reserva Thomas van der Hammen se construyan soluciones de vivienda con infraestructura de transporte, pero afectando la posibilidad de restaurar o preservar funciones hídricas de la sabana de Bogotá, o construimos un gran parque y pulmón para el futuro de la ciudad y resolvemos el problema de vivienda por otro lado?
  • ¿Si un departamento o un municipio se moviliza masivamente y, a través de mecanismos legales de participación ciudadana, se pronuncia en contra de las industrias extractivas, debería el gobierno nacional renunciar a la explotación de ese subsuelo que le pertenece a la nación y le generaría rentas valiosas para ejecutar proyectos de interés nacional?

Apostaría a que para todas estas preguntas al lector se le atraviesan emociones fuertes que lo ponen en una postura donde se hace más difícil una discusión franca y rigorosa. Tenemos posiciones enérgicas y preconcebidas que nos impiden escuchar las perspectivas del otro. Para responderlas hay que aportar con argumentos y sin descalificaciones personales. Debemos escuchar las propuestas, responder con mejores tesis, traer a la mesa las mejores fuentes posibles, y reconocer los vacíos en el argumento propio antes de descalificar el del otro.

Proponga estas discusiones en la mesa de su casa, en el tinto de su oficina, en su aula de clase, en la próxima reunión familiar, en la asociación de vecinos, o en su junta directiva si hace parte de una. Demandemos de expertos de las diferentes ciencias sociales y naturales mejor información para deliberar sobre estas preguntas de una manera más profunda, y con ello probablemente podremos hacer que el ambientalismo sea parte del debate sobre el desarrollo y no su antípoda.