Estuve en el Estadio Nacional la noche de marzo de 1990, cuando un recién asumido Presidente Aylwin afirmó que era importante restablecer un clima de respeto y de confianza entre los chilenos, incluyendo a civiles y militares. Recuerdo las pifias que siguieron al “militares” y cómo Aylwin respondió, sin titubear, “sí, compatriotas, civiles o militares, Chile es uno solo”. Le siguió una ovación cerrada.
Estuve entre quienes aplaudieron, con determinación, aunque sin entusiasmo.
Tuve claro que la estrategia que adoptó la oposición de aquel entonces de enfrentar a la dictadura aprovechando los espacios que dejaba una Constitución ilegítima, partiendo por ganar el plebiscito de 1988 y luego la elección presidencial, significaría compromisos y frustraciones. Era la mejor estrategia disponible, pero no sería fácil, aun si resultaba.
Los militares chilenos fueron derrotados en las urnas, no en el campo de batalla, como sus pares argentinos, y Pinochet se mantuvo al mando del Ejército por largos ocho años luego de asumir el primer gobierno de la Concertación. Cada vez que se dieron situaciones frustrantes y a veces inaceptables durante los 90, recordaba cómo era el país a comienzos y mediados de los 80 para aquilatar los avances “en la medida de lo posible”, con un vaso que se fue llenando, pero de a poco.
En materia económica debe haber habido un momento poco antes de asumir el gobierno, donde Aylwin junto a sus ministros decidieron introducir menos cambios de los que sugerían los análisis que esos mismos ministros hicieron durante los 80. “El mercado es cruel”, debe haber pensado Aylwin, pero que mi gobierno fracase sería una crueldad aún mayor. El argumento, especulo, debe haber sido del tipo siguiente.Existe un temor importante de los empresarios, alimentado por los medios que les son afines, con todo el trauma que significó para estos grupos la Unidad Popular, de que este gobierno será un desastre para ellos. Si se desmorona la inversión tendremos una crisis económica mayor, la clase media dejará de apoyarnos, se verán confirmados los peores temores de quienes se oponen al nuevo gobierno y será el golpe de gracia para la democracia incipiente.
“Crecer con equidad” fue el lema que eligió el gobierno de Aylwin. Con objeto de crecer se promovió un ambiente propicio para la inversión, lo cual limitaba reformas mayores en temas clave como la apertura de la economía o el sistema de pensiones. También influyó el diagnóstico certero de que un manejo fiscal poco cuidadoso había estado en el origen de casi todas las crisis económicas en América Latina de las décadas anteriores, por lo cual se priorizó la estabilidad macroeconómica y responsabilidad fiscal desde un principio.
El imperativo de equidad se tradujo en una reforma tributaria significativa al comienzo del nuevo gobierno y un gasto social que creció mucho más rápido que la economía. Fue así como el país creció como nunca antes, y aunque la distribución del ingreso no mejoró, el número de chilenos viviendo bajo la línea de la pobreza cayó drásticamente.
Poco se hizo durante los 90 respecto de mercados poco competitivos y sectores regulados que influyeron más de la cuenta sobre sus reguladores, manteniendo privilegios a costa de todos los chilenos. Buena parte (aunque no toda) de la responsabilidad fue de la miopía de sectores de derecha, que gracias a los senadores designados bloquearon reformas que hubiesen contribuido a legitimar todo lo bueno que pueden hacer los mercados.
Pero pocas cosas son tan simples como parecen y probablemente el mayor pecado de los líderes de la Concertación en la década de los 90, tanto políticos como técnicos, fue no sincerar con sus bases que varias de las reformas económicas llevadas a cabo bajo la dictadura eran mejores de lo que pensaban en los 80. La apertura económica es el caso más patente, pero está lejos de ser el único. Por ejemplo, fueron varios los economistas que al llegar al gobierno de Aylwin y conocer de cerca cómo funcionan las empresas estatales abandonaron visiones voluntaristas respecto de la capacidad del Estado para proveer bienes y servicios.
Las bases de los partidos de la Concertación siguieron convencidas de que no se avanzaba en reivindicaciones tradicionales de izquierda por culpa de los enclaves autoritarios heredados de la dictadura. Era más fácil dejar esa impresión que asumir que se había cambiado de opinión en algunos temas mientras que en otros efectivamente el bloqueo de la derecha era la explicación.
En un momento muy difícil de nuestra historia Aylwin fue un buen presidente. Cuando asumió, su imagen venía empañada por acusaciones de fraude recientes en la elección interna de su partido y por cuentas pendientes con la izquierda por su rol en el Golpe Militar. Sin embargo, fue de esos presidentes que crecen enormemente al asumir su alta investidura, lo cual sucede sólo con algunos presidentes.
Aylwin supo liderar en un contexto donde no había espacio para cometer errores y entendió bien el momento histórico en que le tocó gobernar. Quienes analizan su gobierno ignorando ese contexto cometen una injusticia.
Lo anterior, sin embargo, no significa que lo que fue bueno en el gobierno de Aylwin sea bueno hoy día. Chile cambió, los amarres que quedan de la transición son mucho menores que los que enfrentó el primer gobierno de la Concertación y Chile alcanzó niveles de ingreso que permiten poner un énfasis mayor en temas redistributivos. Cada momento tiene sus líderes e inspirarse en las cualidades que tuvo el Presidente Aylwin para evaluar los liderazgos actuales es inconducente. Estamos viviendo un cambio de época donde está emergiendo una nueva forma en que la ciudadanía se relaciona con sus líderes y autoridades. No son obvias aún las cualidades deseables en los nuevos líderes que requiere el país, pero lo más probable es que estas no incluyan aquellas que tanto sirvieron en un momento histórico muy distinto.