Esta semana la derecha insistió por enésima vez en su esfuerzo de unidad. Pese a las inmejorables condiciones que le ha generado la impericia del gobierno, se trata de un empeño que probablemente fracasará por varias razones.
La primera, de carácter histórica, nos muestra a un sector que ha sido particularmente destructivo de sus liderazgos y muy vehemente en las disputas internas. Sin ir más lejos, durante mucho tiempo las rencillas al interior de la derecha se ventilaron más en la crónica policial que en las páginas políticas. Episodios como el espionaje que involucró a Matthei y Piñera, el secuestro del hijo de este último para forzar su retiro de la carrera presidencial, o las continuas puñaladas que recibió Golborne en la reciente precampaña electoral, son sólo algunos ejemplos de cuán mal se toleran y manejan las discrepancias internas en la oposición.
Segundo, porque efectivamente esas diferencias a ratos parecen insalvables. A propósito de haberse quebrantado el pacto de silencio de los cobardes que prendieron fuego a Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas Denegri, es evidente el abismo político y moral en las declaraciones que posteriormente vertieron los secretarios generales de la UDI y RN. Mientras el primero recurrió a las explicaciones y justificaciones “de contexto”, el segundo no vaciló en condenar categóricamente lo ocurrido. Una diferencia similar, aunque tratándose de hechos menos dramáticos pero igualmente graves en los tiempos que corren, se advierte en la manera como los presidentes de los mismos partidos han enfrentado los casos de corrupción y financiamiento ilegal de la política que involucran a sus militantes.
Tercero, porque la última debacle de la derecha no sólo fue electoral sino que ideológica y cultural. Se trata de un sector que carece de la capacidad para producir y defender sus propias ideas, cuyos intelectuales se cuentan con los dedos de una mano, y su histórico recelo hacia la teoría y práctica política le impide construir un relato común al cual se sientan convocados y comprometidos su adherentes, más allá del clásico libreto que se limita a fustigar al oficialismo. E incluso han fracasado en esto, pese, insisto, al auspicioso escenario que les ha generado el gobierno, donde no han podido capitalizar ni representar políticamente el descontento ciudadano hacia la administración de Bachelet, al punto de ellos mismos haberlo bautizado como “oposición social”.
Cuarto, y por último, porque a poco andar esta ya conocida retórica de la unidad devino rápidamente en la tácita proclamación de Piñera para enfrentar la próxima elección; un ex Presidente que pese a haber tenido un mandato más que discreto, mostró una total incapacidad para aglutinar, fortalecer y consolidar al sector político que lo había llevado al poder. Incluso más, para muchos Piñera terminó por sepultar a la derecha, la que después de tantos años a la espera de una oportunidad, pareció transformarse en un irrelevante paréntesis, para después haber obtenido el peor resultado electoral de las últimas tres décadas.